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V E N E Z U E L A    <NOBR></NOBR>

A gobernar

Ya pasaron las épocas de la confrontación política para Hugo Chávez. Ahora intentará cumplir lo que prometió.

4 de septiembre de 2000

Como estaba anunciado, el presidente venezolano Hugo Chávez fue reelegido el domingo pasado por un amplio margen. Y como en su primera victoria electoral, inmediatamente dejó atrás la pugnacidad que le había hecho pelearse hasta con el gato. La Iglesia Católica y los empresarios, que hasta entonces eran sus enemigos, dejaron de serlo. “Los convoco a todos. Bienvenidos… ¡Unión, unión, unión!”, dijo, sudoroso, desde su ventana del Palacio de Miraflores.

Es que a pesar de la amplitud de su victoria, Chávez deberá dialogar más de lo que ha hecho hasta ahora. En el nuevo Congreso unicameral, denominado ahora Asamblea Nacional, tiene 99 de los 165 diputados, lo que es suficiente para aprobar la mayoría de las leyes pero no las dos terceras partes necesarias para imponer a su gente en la Fiscalía General, Contraloría General y Tribunal Supremo de Justicia. En las gobernaciones obtuvo 17 de las 23 existentes, a pesar de que en algunas de ellas los resultados fueron impugnados. Algunos conatos de rebeldía, por parte de gobernadores derrotados de la oposición, no pasaron a mayores.

Con esta mayoría, el líder de las boinas rojas pretende hacer borrón y cuenta nueva, de tal modo que los 19 meses de su primer mandato no cuenten según la nueva Constitución Bolivariana. Así, su primer gobierno concluiría en 2006 y podría ser reelegido hasta 2012.

Pero para realizar sus ambiciones tendrá primero que cumplir sus promesas. Con una pobreza de 80 por ciento, un desempleo oficial de 15 por ciento y extraoficial de 21 por ciento, una violencia social de 100 asesinatos los fines de semana, 3.700 empresas cerradas, el 75 por ciento de la fuerza laboral de 10 millones de personas arañando en la economía informal, el presidente tiene que producir resultados inmediatos. Y en la imposibilidad de hacerlo, su solución fue anunciar “la guerra contra el hambre”. Para ello, el presidente anunció medidas que él llama “revolucionarias”, como la creación de miles de comedores populares. Afortunadamente tiene en la chequera 50.000 millones de bolívares provenientes de los ingresos petroleros. También aplicará un plan especial de empleo para ocupar a los reclutas del servicio militar en las granjas y regularizará la tenencia de tierras con la nueva ley para impulsar el sector agropecuario.

Eso, por supuesto, no es suficiente. Al fin y al cabo, ingresos como los 7.600 millones de dólares que recibió su gobierno ante el incremento del 200 por ciento en el precio del petróleo podrían secarse. Su principal desafío es recuperar la confianza de los inversionistas nacionales y extranjeros. Su discurso agresivo y de permanente confrontación ha espantado literalmente los capitales y ha hundido el país en su peor crisis económica y social pese a la bonanza petrolera de la cual goza desde el año pasado. En lo macroeconómico mantendrá la misma política de antiinflación y antidevaluación de la moneda y se abrirá al capital privado en áreas petroquímicas, mineras, turísticas, pesqueras, agrícolas, gasíferas y construcción de infraestructura para diversificar a largo plazo la economía interna y romper la dependencia petrolera.

Los venezolanos sólo esperan que los anuncios presidenciales de la semana pasada no queden en buenas intenciones, pues llevan año y medio escuchando el mismo discurso en las cadenas televisivas. El sector popular clama por la reactivación aunque las heridas de los segmentos pudientes tarden en sanar. “No sólo de pan vive el hombre”, repite sin cesar el mandatario y también “no soy un mago. No me pidan milagros”, añade, para convencer a los pobres de que tendrán una “Venezuela linda dentro de 11 años”.