Home

Mundo

Artículo

GRANITO DE ARENA

Ofrecimiento alemán desata nudo gordiano de desarme

28 de septiembre de 1987

Fue "La contribución personal" que Moscú y Washington estaban esperando. Por eso, cuando la semana pasada el canciller de Alemania Federal, Helmuth Kohl, anunció en Bonn que su país estaba dispuesto a desmantelar 72 misiles nucleares que están apuntando hoy en día a territorio soviético, quedó allanado el camino para que antes de acabarse 1987, Ronald Reagan y Mikai Gorbachev se reúnan para firmar un tratado con el cual se van a eliminar de un plumazo cientos de proyectiles que hoy apuntan a las principales ciudades de Oriente y Occidente. Previo el cumplimiento de cuatro condiciones, el mandatario alemán aseguró el miércoles pasado que "con la eliminación de todos los misiles soviéticos y norteamericanos de alcance medio los misiles Pershing ya no serán modernizados, sino desmantelados".
La frase del mandatario germano vino a desatar el nudo que se había formado en las últimas semanas en Ginebra, en el marco de las conversaciones sobre desarme entre soviéticos y norteamericanos. Aun cuando en las últimas semanas se había notado un nuevo clima entre las dos superpotencias que le hizo pronosticar a los observadores un tratado inminente, quedaban espinas por digerir, y las de los misiles alemanes eran las más grandes.
Originalmente, el impasse se presentó en el seno de las negociaciones sobre Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio -INF- que cobija a todos aquellos proyectiles con un rango de alcance de 500 a 5 mil kilómetros.
A pesar de haberse llegado a un consenso sobre la "opción doble cero" -consistente en eliminar los misiles instalados en Europa y Asia- los soviéticos insistían en la necesidad de desmantelar las seis docenas de obsoletos misiles Pershing 1A alemanes cuyas cabezas nucleares son propiedad de Estados Unidos. Por su parte, los norteamericanos se negaban a incluír los proyectiles por considerar que parte de éstos pertenecen a una tercera nación y que los alemanes eran autónomos al decidir si querían quedarse con los Pershing o no. Fue el camino de la negativa, el elegido por Kohl el miércoles pasado. Aparte de una serie de razonamientos altruistas, diferentes observadores interpetaron el anuncio del canciller germano, como un intento de ganarse el favor de los votantes de su país. Según las noticias llegadas de Bonn, la Unión Democrática Cristiana, el partido de Kohl, ha perdido terreno en las elecciones de los últimos tiempos y necesita recuperarlo el próximo 13 de septiembre cuando se celebren los comicios en los Estados de SchleswigHolstein y Bremen. Por lo tanto, el gobierno desea "demostrar" su vocación pacifista ante los electores y pocas ocasiones tan propicias como la de los Pershing. Adicionalmente, es indudable que la actitud de Kohl será considerada en el Kremlin como un gesto de buena voluntad antes de la visita por parte de Erich Honecker -jefe del gobierno de Alemania del Este- a Bonn, el próximo 7 de septiembre.
No obstante, independientemente de los motivos, lo cierto es que la actitud alemana asegura la feliz culminación de las conversaciones INF. En opinión de los expertos, lo que resta es "carpintería" y no debe pasar mucho tiempo antes de que en Ginebra se eleve el humo blanco. Aun en los detalles más complicados se ha contado con suerte. Hace unos días, Estados Unidos rebajó sus exigencias sobre la manera en que se va a verificar el desmantelamiento de los misiles, un punto que podía obstaculizar seriamente la feliz conclusión de las negociaciones. Mientras las conversaciones prosiguen se anticipa un recrudecimiento de la guerra de propaganda entre las dos superpotencias. Relegado a un distante segundo lugar por Gorbachev, a quienes los europeos consideran como el más inclinado a la paz, Ronald Reagan está dispuesto a dar la pelea. Avisado con tiempo por los alemanes del desmonte de los Pershing, el Presidente norteamericano tuvo tiempo de preparar un discurso en Los Angeles, en el cual retó a los soviéticos a darle su visto bueno al acuerdo "después de que se ha removido este obstáculo artificial" para conseguirlo.
Como es de suponer, la eventualidad de un tratado sobre desarme produjo júbilo a lo largo y ancho de Europa. Relegado a ser a la vez blanco y plataforma de lanzamiento de los proyectiles de terceras naciones, el Viejo Continente está a las puertas de quedar prácticamente limpio de armas nucleares. Aunque en términos de poder de fuego, es todavía mucha ojiva la que queda emplazada, una eliminación de los proyectiles de alcance intermedio tendría un efecto sicológico bien importante.
Claro que todavía no hay que cantar victoria. Tal como anotaba la semana pasada un comentarista de la televisión francesa "todavía faltan muchos días para que pase el peligro". Si el acuerdo se logra, falta la firma por parte de los jefes de Estado respectivos y el visto bueno de cada Parlamento.
Adicionalmente, hay que esperar los resultados de las labores de verificación por parte de ambas potencias en tierras de la otra. Sólo cuando todo ese proceso haya concluído, comenzará Alemania a desmontar sus Pershing. Teniendo en cuenta que, aun los más optimistas, reconocen que hacia 1992 se estará terminando ese proceso, queda en claro que a Europa le sobra tiempo para seguir durmiendo a la sombra de los misiles que algún día otro país acabó colocando en su suelo.