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HABLAR Y NO CONTESTAR

En contra de la opinión de sus aliados y de los consejos de sus propias agencias, el presidente Reagan se niega a contestarle a Gorbachev.

5 de mayo de 1986

El clima entre Estados Unidos y la Unión Soviética ha regresado a su punto más bajo desde la conferencia ginebrina de noviembre del año pasado. Aunque Mikhail Gorbachev respondió con moderación a la tajante negativa de Ronald Reagan del 31 de marzo de celebrar inmediatamene una nueva "cumbre" en Londres o Roma para negociar el cese total de las pruebas nucleares -propuesta que había formulado el líder soviético unas horas antes-, las relaciones entre los dos gobiernos no pueden ser peores.
La agencia Tass, que en estos casos refleja más fielmente que los políticos moscovitas el estado de ánimo en el Kremlin, dijo que la administración norteamericana "intensifica su opción en favor del desencadenamiento de los conflictos regionales para impedir el arreglo pacífico de la situación en los puntos calientes del planeta". El diario Izvestia insistió por su parte en aquello de los "nervios de acero" de los líderes soviéticos, al afirmar que "la URSS no tirará la puerta ante las provocaciones norteamericanas", y enumeró los factores que, a su juicio están arruinando la distensión lograda en noviembre y aplazando peligrosamente la hora del diálogo sobre desarme: la reanudación de los ensayos nucleares en Nevada; las medidas de Washington contra los funcionarios soviéticos de la ONU y la penetración ilegal de dos navíos de guerra norteamericanos en las aguas soviéticas del Mar Negro. Este diario omitió referirse, no se sabe por qué razón, al incidente militar protagonizado por la VI Flota norteamericana en el Golfo de Sirte contra Libia, un Estado cliente de la Unión Soviética, como uno de los componentes de esa estrategia.
Este radicalismo verbal, empero, no impide a Moscú continuar en su línea de llevar a Reagan a nuevas conversaciones de desarme. En una rueda de prensa, Guergui Kornienko, primer viceministro soviético de Relaciones Exteriores indicó que el rechazo de la Casa Bianca a la oferta de Gorbachev no modificaría la actitud de la URSS respecto de lo pactado en Ginebra de efectuar una nueva reunión entre mandatarios de las dos superpotencias en Washington este año, y que la iniciativa moscovita de tener una cumbre "especial" en Europa, para discutir los ensayos atómicos, no suplantaba a la primera.
Todo esto despierta las suspicacias de la administración norteamericana. Reagan, sin lanzar un "no" definitivo a un nuevo encuentro con su homólogo soviético, piensa que la cumbre debería celebrarse este año, pero para discutir de nuevo todo lo que se examinó en noviembre, no sólo para negociar un punto como serían los ensayos nucleares. Washington teme que Moscú esté tratando de condicionar la segunda "cumbre" a la obtención de resultados concretos en materia de desarme. Al fin y al cabo, Kornienko acaba de explicar que, desde el ángulo del Kremlin, la reunión en Estados Unidos carece de sentido si no hay en ella posibilidades reales de llegar a acuerdos sobre tres temas, al menos: prohibición de las armas espaciales, desmantelamiento de los misiles de mediano alcance instalados por EE.UU. en Europa y reducción de las armas estratégicas.
En Washington se especula que el afán de Gorbachev por comprometer a los norteamericanos en una moratoria de ensayos nucleares, se debe a que es presionado a su vez por sus militares, quienes desean reanudar esas pruebas, suspendidas unilateralmente hace siete meses. Sin embargo, la Casa Blanca hizo saber que tal moratoria, si bien no afecta a la URSS, pues ésta "concluyó sus experimentos el año pasado", sí obstaculiza "los intereses de seguridad de Estados Unidos y de nuestros aliados". Al fin y al cabo, Washington quiere tener las manos libres para proseguir su programa de experimentación con rayos laser susceptibles de ser incorporados al programa IDS o de "Guerra de las Galaxias", así como para la construccion de los componentes nucleares que el IDS necesitará en un momento dado, aunque, en teoría, la "Guerra de las Galaxias" no es un sistema basado en la energía atómica. La nueva prueba nuclear que Norteamérica realizará en abril, se inscribe, pues en ese estado de cosas y la determinación que ello refleja es tan fuerte que el secretario de Defensa, Caspar Weinberger, sólo ofrece a la URSS negociar mejoras en la verificación de estos experimentos, pero no la suspensión de estos.
Tales lineamientos no tienen mucho éxito de puertas para afuera de la residencia de los Reagan. Desde el presidente de la comisión sobre armamento de la Cámara de Representantes, hasta directivos de la CIA y de su homólogo militar, la DIA, han comenzado a criticar las tesis del Presidente norteamericano en materia de defensa. Según varios expertos en armas estratégicas que han participado en negociaciones con la Unión Soviética, el jefe del Ejecutivo norteamericano "ha perdido una ocasión para aminorar la carrera armamentista" y ha rechazado algo "que valía la pena ser proseguido". La CIA y la DIA. por su parte, dieron a conocer algunas cifras según las cuales el crecimiento de los gastos nucleares soviéticos desde 1976 se ha mantenido estable, e incluso podría declinar en los próximos cinco años, lo que contradice de plano los argumentos del Departamento de Defensa.
Fuera de eso, tres senadores demócratas han suscrito en estos días un estudio que demuestra que el programa IDS no entraña ningún avance científico de importancia en los tres años que lleva de proyectado y que la mayor parte de las conclusiones a que se ha llegado hasta ahora lo único que muestra es la dificultad de realizar tal empresa, y que, finalmente, las contramedidas soviéticas a la "Guerra de las Galaxias" podrían ser efectivas, saturando con misiles clásicos el escudo defensivo que se piensa construir, lo que no le permitirá al IDS ser jamás un sistema confiable. Otro problema, dicen los senadores, es el descomunal costo del programa. Se calcula que de aquí a 1990, el Pentágono gastará 26 mil millones de dólares en él, comenzando con 5.4 millones para el ejercicio fiscal de 1987.
En Bonn, tampoco ha caido bien el talante de Reagan. Egon Bahr, responsable del Partido Social Demócrata (SPD), calificó de "horrorosa" la rapidez con la que el Presidente norteamericano rechazó la propuesta de Gorbachev, acción que, por lo de más, le reprochan por haberla emprendido sin consultar a sus aliados.
Pero lo que más refleja el juego rudo del presidente Reagan con Moscú -que desde luego no pretende llegar a un conflicto generalizado- es la decisión de aumentar las demostraciones de poderío militar contra países del Tercer Mundo, que a su juicio deben ser enderezados.
Al castigo infligido el 24 y 25 de marzo al coronel Gadafi -que le costó a éste el hundimiento de cuatro navíos de guerra y la destrucción de dos centros artilleros de tierra-, al envío de helicópteros a Honduras y a la colosal ofensiva montada en el Congreso para lograr la ayuda militar de 100 millones de dólares a los "contras" nicaraguenses, se suma ahora el anuncio hecho por el diario Washington Post de que la administración norteamericana ha comenzado a entregar misiles antiaéreos Stinger a las guerrillas antimarxistas de Angola y Afganistán (las bandas antisandinistas disponen de esa arma desde el año pasado).
¿Tendrá éxito esta nueva cruzada del presidente Reagan? Difícilmente. Lo gratuito de sus medidas está a la vista: el Coronel libio ha salido más fortalecido ante el mundo árabe de lo que estaba antes del choque con la VI Flota, los nicaraguenses tienen nuevos argumentos para reforzar sus sistemas defensivos y los soviéticos no dejarán de aprovechar la coyuntura para mostrar quién es el monstruo en este paseo. Una cosa también es cierta: el espíritu de Ginebra 1985 se halla muy debilitado y esto está provocando tensiones subterráneas en el propio Washington. Ya veremos si esto cambia la película; pero diálogo por ahora no habrá.