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HACIA LA PAZ

Con la presencia del presidente Clinton, Jordania e Israel firman una acuerdo histórico de paz. Siria debe ser el próximo paso.

28 de noviembre de 1994

ACOSADO POR UNA CAMPAÑA ELECTORAL que no parece favorecer a su partido demócrata, el presidente de Estados Unidos, Bill Clinton, necesitaba mejorar su desempeño en la Casa Blanca con un triunfo sonoro. Y. para sorpresa de todos, y tal vez de el mismo, las últimas semanas le han traído satisfacciones en el área que menos domina: la política internacional. En Haití se reinstauró sin mayores problemas al padre Jean Bertrand Aristide, presidente constitucional. En Irak, la amenaza de Saddam Hussein contra Kuwait se desvaneció por la posición decidida de Clinton. Con Corea del Norte se firmó un tratado de desnuclearización que venía esperándose por largo tiempo. Y en el acuerdo más trascendental por sus implicaciones históricas, el presidente norteamericano pudo presenciar la firma de la paz entre Jordania e Israel.

No solo se trataba del fin de un estado de guerra que había enfrentado a esos dos países durante 46 años. La trascendencia del acuerdo reside en que se trata de un paso más hacia la pacificación del Oriente Medio, una región que se encuentra convulsionada desde la creación del Estado de Israel en 1948. Desde ese año, cuando se libró la primera guerra en la región, Israel ha luchado por su supervivencia ante virtualmente todo el mundo árabe, que resiente la condición de refugiados en su propia tierra, que han sufrido durante la mayor parte de esos años los pobladores palestinos del área.

Esa región del mundo ha sufrido desde entonces varias guerras generalizadas, como las de 1967 y 1973, y varias guerras intestinas entre los propios árabes, como la que enfrentó a los libaneses entre sí y a los palestinos contra los jordanos en su territorio. El primer paso se dio con los acuerdos de Camp David en 1979, que amistaron a Egipto con Israel, y el segundo se produjo en 1993, con la firma de la paz con la Organización para la Liberación de Palestina (OLP). De ahí que un desarrollo como el de la semana pasada, sea fundamental para la pacificación de un sector del mundo atravesado por los odios ancestrales.

El tratado abarca la delimitación de fronteras, el derecho al agua -más vital que en cualquier otra parte del mundo- y los arreglos de seguridad. Sus 30 artículos y cinco anexos cubren 19 acuerdos que apuntan a normalizar las relaciones de los dos países en un plazo de tres a nueve meses.

La firma produjo explosiones de júbilo en Israel, donde a pesar del atentado contra un bus en una céntrica calle de Tel Aviv, sigue existiendo fervor por la paz. Pero no hizo feliz a todo el mundo, y sobre todo a los palestinos.

El motivo es que el tratado le entrega a Jordania un papel en la supervisión de los lugares sagrados de Jerusalén, una ciudad que tanto Israel como los palestinos reclaman como su capital. La razón de esa previsión se remonta a la guerra de 1967, cuando Jordania perdió a manos de Israel buena parte de sus territorios, entre otros la propia Jerusalén.

Ese detalle produjo tanta indignación entre los palestinos, que logró la unanimidad de dos enemigos mortales, la OLP y Hamas, el movimiento fundamentalista islámico que se le opone. Yasser Arafat, presidente palestino, se negó a aceptar la invitación a la firma. "Jerusalén es la capital del Estado palestino, lo quieran o no. Y si no les gusta, que beban agua del mar", dijo el dirigente, usando una antigua expresión árabe. Por su parte, el vocero de Hamas, aludiendo en forma más general a la normalización, sostuvo que "esos pasos son una grave amenaza para el islamismo y el futuro de la nación árabe".

Las palabras de Arafat, un líder comprometido con la paz, son una declaración política, pero las de Hamas son una declaración de guerra que podría tratar de desestabilizar los intentos de paz. Sobre todo ahora que los ojos se dirigen hacia Siria, otra de las escalas del viaje de Clinton.

Sólo un par de años atrás, se pensaba que Siria podría ser el siguiente país después de Egipto en hacer la paces con Israel. Pero su presidente, el enigmático Haffez El Assad, se apartó junto con su satélite, el gobierno libanés. Eso hace que en el presente sean esos los dos únicos países del área que siguen en estado de beligerancia con Israel.

El tema con Siria tiene que ver con las alturas del Golán, un lugar estratégico para la seguridad de Israel, que este país capturó en la guerra de 1967. Clinton salió de su reunión con Assad muy optimista, si bien no consiguió que el sirio condenara el terrorismo en forma explicita. Pero quedó, según dijo, convencido de que Assad abordará el tren de la paz más temprano que tarde.

Eso puede ser cierto, porque en las calles de Damasco los avisos que antes celebraban a Assad el guerrero, ahora dicen 'Asad, el héroe de la paz'. Se trata de un líder pragmático, que sabe sobrevivir en todos los ambientes, y que podría estar oteando el momento para cambiar de retórica. Siria ha sido históricamente muy cumplida en sus compromisos, y eso hace sonreír con optimismo a los estrategas norteamericanos.