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HACIENDOSE EL TONTO

Las conclusiones del Informe Tower sobre el Contra-lrangate, dejan al presidente Reagan y sus asesores como los más incompetentes en la Casa Blanca durante los últimos tiempos

30 de marzo de 1987

Si el presidente Ronald Reagan no hubiera sobrevivido al cáncer que lo afectó en julio de 1985, probablemente hubiera pasado a la historia como uno de los grandes-presidentes de los Estados Unidos en este siglo, al lado de Roosevelt o de Kennedy. Dueño hasta hace muy poco de la mayor popularidad que haya tenido un Presidente en la posguerra, en el transcurso de tres meses el mito Reagan desapareció por completo para dar paso a la imagen de un Presidente mentiroso a lo Nixon, ineficiente a lo Carter y senil a lo Woodrow Wilson, cuya mujer terminó gobernando ante la senectud de su marido.

Después de la mayor avalancha de informaciones de prensa en que se ha visto envuelta la Casa Blanca desde el Watergate, finalmente la semana pasada la Comisión Tower dio a conocer su informe sobre el escandalo del Contra-lrangate. Nombrada por el propio presidente Reagan, la Comisión no sorprendió por sus revelaciones, en su mayoría ya conocidas, pero sí por la imagen que proyecta del Presidente en el manejo de uno de los asuntos más importantes de sus seis años de gestión.

A pesar de su benevolencia con Reagan, al que le atribuyen "no haber querido engañar al público norteamericano", los tres miembros de la Comisión, el ex senador John Tower, el ex secretario de Estado Edmund Muskie y el ex asesor de Seguridad Nacional Brent Scowcrott, presentan a través de las 300 páginas de su informe, la radiografía demoledora de un Mandatario incapaz de controlar a su gente, que no puede ni siquiera recordar sus propias órdenes y que se mantuvo al margen de las decisiones que tomaban sus más inmediatos asesores, o lo que es peor, ni siquiera las comprendía. "Es claro que el Presidente no entendió la naturaleza de esta operación, quién estaba involucrado y qué estaba pasando", fueron las palabras del propio Tower en la conferencia de prensa en que se dio a conocer el informe.

En contraste, los demás miembros del gabinete implicados en el escándalo y en especial el coronel Oliver North, el vicealmirante John Poindexter, el ex asesor de Seguridad Nacional Robert McFarlane y el ex director de la CIA William Casey, aparecen como las verdaderas cabezas de la administración, capaces de actuar a espaldas del Presidente y del Congreso, de violar la ley, falsear información, destruir evidencias y hasta amenazar presidentes de otros gobiernos con tal de conseguir sus propósitos.

EL PAPEL DE REAGAN
Aunque tanto los informes de la prensa como las conclusiones de la misma Comisión apuntan, sin duda alguna, hacia el presidente Reagan como el principal responsable, por acción o por omisión, del caótico resultado de las negociaciones con Irán es claro que después de la caida de Nixon tras el Watergate, nadie en los Estados Unidos está interesado en repetir la historia.

Es por esto quizás que ante la disyuntiva de tener que mostrar al Presidente como un mentiroso, hecho que indudablemente lo asemejaría demasiado a Nixon, la Comisión prefirió optar por presentar la imagen de un Presidente un tanto débil y alejado de los asuntos de Estado pero que actuo de buena fe.

"El Presidente no parecía estar al tanto de la forma como se llevó a cabo la operación y de las implicaciones que tendría para los Estados Unidos" expresa el informe. En repetidas ocasiones critica también el "estilo presidencial" de dejar la decisión sobre el manejo de la política del gobierno en manos de otros.

Si bien el informe es a todas luces convincente en cuanto a la incapacidad de liderazgo de Reagan y lo convierte prácticamente en un titere en manos de sus astutos asesores, es poco lo que logra en materia de tratar de presentarlo como un hombre ingenuo que nunca tuvo intenciones de engañar a la opinión. Reagan aseguró desde el comienzo que no se trataba de un canje de "armas por rehenes". El reporte sostiene, a pesar de su tono un tanto suavizador, exactamente lo contrario y asegura que la principal motivación del Presidente en las negociaciones con Irán fue su "gran compasión" por la suerte de los rehenes norteamericanos en el Libano.

Por otra parte, las versiones contradictorias de Reagan respecto a si aprobó o no el primer embarque de armas en agosto de 1985, tampoco lo muestran como el más sincero de los presidentes.

Reagan, quien primero aseguró que si habia dado su aprobación al embarque, decidió después acogerse a la versión difundida por sus asesores con el ánimo de protegerlo, según la cual él no había tenido conocimiento del envio sino hasta después de este y finalmente, al darse cuenta de su propia contradicción, optó por afirmar que no recordaba exactamente cuándo había dado su consentimiento.

El informe sostiene que, a pesar de que el Presidente no lo recuerde, aprobó el primer embarque en agosto de 1985, dejando en duda una vez más la honestidad de Reagan.

LOS ASESORES
Si el Presidente sale mal librado del informe, a sus inmediatos asesores tampoco les va nada bien. En términos generales, la Comisión establece que el Presidente recibió una mala asesoria de sus cercanos colaboradores, quienes no le advirtieron de los riesgos políticos y jurídicos a que llevaban las negociaciones con Irán y el desvio de dinero a los "contras".

Ante el estilo despreocupado de Reagan, la Comisión sostiene que gran parte de la responsabilidad recae sobre aquellos que lo asesoraban. En el jefe de Gabinete, Donald T. Regan, quien "más que cualquier otro, debió insistir en que se observaran las normas en todo el proceso" y a quien acusa de ser culpable del caos que cundió en la Casa Blanca después de las primeras revelaciones; en el ex director de la CIA, William Casey, que supo de las negociaciones un mes antes de que el escándalo se hiciera público y no procedió a informarle al Presidente, y quien además no insistió en que fuera la CIA y no el Consejo de Seguridad el que manejara la operación; en el secretario de Estado, George Shultz, y el de Defensa, Caspar Weinberger, por haberse distanciado del problema en lugar de insistir en su oposición al operativo, y en el ex asesor de Seguridad, Robert McFarlane, al que acusa de haber tratado de encubrir las verdaderas motivaciones del Presidente y de desviar la investigación.

En cuanto al coronel Oliver North, identificado como el principal protagonista en la operación, y al ex asesor de Seguridad, vicealmirante John Poindexter, la Comisión establece que "actuaron por fuera de la órbita del gobierno de los Estados Unidos" ocultaron información concerniente al desvío de dinero para los "contras" y, en el caso de Poindexter, lo culpa por no haber intentado, como asesor de Seguridad Nacional, "detener la operación ni entender la seriedad de ese tipo de acción".

Aunque las conclusiones de la Comisión cubrieron una amplia gama de los asuntos relacionados con el escándalo y apuntaron hacia los puntos más controvertidos (ver recuadro), aún dejan muchos vacíos.

El principal de ellos es el concerniente al desvio del dinero de la venta de armas para los "contras". Sobre este asunto, la Comisión reconoce que fue muy poco lo que pudo establecer por no contar con el testimonio de los dos principales implicados, North y Poindexter, y no haber tenido acceso a las cuentas de la CIA en Suiza. Aunque confirma que oficiales norteamericanos ejercieron presiones sobre gobiernos extranjeros, como el de Costa Rica, para que colaboraran con los "contras", no atribuye responsabilidades distintas a las que ya se habían establecido en hombros de North y Poindexter. Asi mismo manifiesta no tener evidencia suficiente para afirmar que Reagan sabía del desvío del dinero a los antisandinistas, a pesar de la existencia de varios memorandos en que al parecer se advertía al Presidente de esta operación.
Cuánto dinero fue a parar finalmente a manos de los rebeldes nicaraguenses, es otro de los interrogantes que aún permanecen.

REAGAN vs. REGAN
El efecto más inmediato de las conclusiones del informe fue la caída del jefe de Gabinete de la Casa Blanca, Donald T. Regan. A pesar de que desde hacía tiempo, tanto la misma Nancy Reagan como algunos de los más estrechos colaboradores del Presidente le habían insistido en que el primer cambio que tenía que hacer era despedir a Regan, sólo después de conocerse los resultados del reporte tomó la decisión final.
El informe califica a Regan como el "jefe de Gabinete con mayor control sobre la Casa Blanca en los últimos tiempos" y por tanto, deja caer sobre él la mayor responsabilidad dentro de los colaboradores inmediatos del Presidente. Lo acusa, además, de haber extendido su influencia hasta el Consejo de Seguridad. "El más que nadie --dice el reporte--debió insistir en que se observaran las normas. Además, debió asegurarse de planear cómo manejar un eventual conocimiento de la iniciativa por parte de la opinión pública".

La arrogancia y la inexperiencia política de Regan, ampliamente conocidas dentro de la Casa Blanca, le valieron la enemistad de algunos de sus compañeros de gabinete y de varios miembros del Congreso, pero sobre todo el odio de Nancy Reagan. En un ataque de ira, Regan llegó incluso a colgarle el teléfono a la Primera Dama, acto que ella respondió con una actitud semejante cuando el jefe de Gabinete llamó a ofrecerle excusas.
Según los allegados a la Casa Blanca, fue esta actuación, más que las mismas conclusiones de la Comisión Tower, la que llevó finalmente al Presidente a solicitar la renuncia del hombre fuerte del gabinete y sustituirlo por el ex senador republicano Howard Baker.

EN BUSCA DE LA IMAGEN PERDIDA
Si bien la medida es considerada como el primer paso del Presidente en aras de recuperar su imagen, todos los observadores políticos coinciden en que ni es suficiente ni será fácil.

Desde antes de que se diera a conocer el informe, los editorialistas de los grandes periódicos como el New York Times, el Washington Post y revistas como Newsweek y Time, hablaban ya de la gravedad de los errores cometidos por Reagan y cuestionaban si era aún posible salvar la presidencia.

Si las revelaciones de la Comisión Tower dejaron al Presidente "paralizado y sin posibilidades de recuperación", según expresión del Wall Street Journal, aún falta ver qué sucederá cuando las comisiones del Congreso encargadas de la investigación y el fiscal especial, Lawrence Halsh, emitan su concepto.

La expectativa por el momento se centra en la respuesta que dará el presidente Reagan a la Comisión en su alocución televisada de esta semana, y en las declaraciones que hará la secretaria de North, la modelo Fawn Hall, a quien el fiscal le concedió inmunidad a cambio de que testificara.
Según fuentes allegadas a la Casa Blanca, la Hall está dispuesta a atestiguar que por orden de North y con su ayuda, destruyó un voluminoso archivo de memorandos y mensajes de computador referentes a las negociaciones con Iran y el apoyo a los "contras" .

Aunque es dificil prever cuál será el curso que tomarán en el futuro las investigaciones, hay dos hechos que si parecen incontrovertibles. El primero es que a pesar de las duras críiicas de la prensa, de la opinión pública, del Congreso y de los mismos republicanos, nadie está interesado en tener un segundo Watergate en la historia de los Estados Unidos y, por tanto, pase lo que pase, el Presidente permanecerá en su puesto, aun con el lastre del escándalo. El segundo, que para ello el presidente Reagan, de todas maneras tendrá que inventarse estrategias mucho más convincentes que la del "no me acuerdo", si quiere transformar la imagen de un Presidente entre incompetente y mentiroso en la de un hombre capaz de permanecer al frente de la Casa Blanca por los dos años que aún le restan de su período. --

SINFONIA INCONCLUSA
No obstante la gran expectativa que se había generado por las conclusiones de los tres meses de trabajo de la Comisión Tower, el informe final no aportó mucho a las numerosas informaciones que a cuentagotas habían ido filtrándose a través de los medios de comunicación
Las principales conclusiones del reporte son: --Aunque el presidente Ronald Reagan afirma no acordarse cuándo aprobó el primer envio de armas a Irán, probablemente dio el consentimiento antes de que el envio fuera efectivo en agosto de 1985.

--El Presidente no hizo parte del esfuerzo de algunos de sus asesores por minimizar su participación en las negociaciones con Irán, y no "intentó engañar al pueblo americano", pero tampoco actuó cándidamente todo el tiempo.

--El punto sobre si las leyes fueron violadas o no, no es claro, pero el reporte concluye que los asesores del Presidente fueron conscientes de que estaban ignorando restricciones legales y que posiblemente violaron varias normas.

--El Consejo Nacional de Seguridad falló en sus procedimientos de escrutinio y revisión de operaciones. El resultado fue una gestión poco profesional y poco satisfactoria.

--A pesar de las repetidas aseveraciones del Presidente de que no trató de canjear armas por rehenes, la totalidad de las negociaciones con Irán giraron en torno a ello, y se convirtieron en una serie de tratos frustrados e inútiles. "Esta triste historia es una evidencia poderosa de que Estados Unidos nunca debió involucrarse en tráfico de armas".

--No se le pudo seguir el rastro a los beneficios obtenidos por la venta de armas, pero la Comisión encontró evidencias considerables aunque no contundentes de que fueron desviados a los "contras". No se encontraron pruebas de que el Presidente supiera acerca del desvío del dinero. El reporte incluye, sin embargo, revelaciones que muestran que los oficiales de la administración estaban mucho más implicados de lo que originalmente se creia, en conseguir fondos para los "contras"

--Estados Unidos recibía información de inteligencia sobre planes iranies para cometer actos terroristas antiamericanos, al mismo tiempo que los asesores del Presidente realizaban los acuerdos sobre venta de armas.