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Manuel Rosales ha liderado marchas en los 23 estados de Venezuela. La 'avalancha' de Caracas (arriba), el 7 de octubre, convocó a decenas de miles de personas. El sábado tenía programada una caminata que iba a cruzar la capital de lado a lado

Venezuela

¿Hay con quién?

A un mes de las elecciones del 3 de diciembre, Santiago Torrado, enviado especial de SEMANA, acompañó en su campaña a Manuel Rosales, el rival de Hugo Chávez.

4 de noviembre de 2006

Manuel Rosales, el candidato de la oposición venezolana, ha hecho una campaña maratónica. Pueblo a pueblo, barrio a barrio, el gobernador del Zulia se ha volcado a la calle para liderar marchas en los 23 estados del país vecino y dar a conocer su discurso, una combinación de propuestas asistencialistas y mensaje gerencial con el que pretende hacerle mella a la popularidad del presidente Hugo Chávez. En su comando de campaña calculan que, sin contar los desplazamientos en aviones y autopistas, sus recorridos suman más de 300 kilómetros caminados desde cuando arrancó el 11 de agosto.

Las marchas son una fiesta popular donde sus simpatizantes caminan a ritmo de salsa y reggaeton. En jeans y mangas de camisa, Rosales siempre está antecedido por un camión en el que retumba una versión adaptada de Atrévete-te-te, el pegajoso éxito del grupo puertorriqueño Calle 13 cuyo título coincide con el omnipresente eslogan de la campaña y se ha convertido en el himno de la oposición. Aunque su color oficial es el azul, las manifestaciones se convierten en un gran amasijo de colores que representa la diversidad de las 38 fuerzas políticas opositoras, con diferentes matices ideológicos, que se plegaron a la candidatura de Rosales. Los carteles naranja con forma de puño cerrado del Movimiento al Socialismo (MAS) se mezclan con las camisetas negras y amarillas del partido de centroderecha Primero Justicia y las banderas verdes fosforescentes del socialcristiano Copei. A ellos se suma un grupo con camisetas que dicen "la gente del petróleo está con Rosales". Son algunos de los 19.000 empleados despedidos de Pdvsa desde cuando, tras el paro de finales de 2002, el chavismo se hizo con el control de la petrolera venezolana. El color que menos se ve es el rojo de los chavistas, que en algún momento suelen salir al encuentro y hacerse sentir.

Aunque el famoso Atrévete está dirigido a los votantes, bien se podría aplicar al candidato, pues su estrategia de estar cerca del pueblo y ser siempre fotografiado en medio de multitudes no está exenta de riesgos en una sociedad tan polarizada como la venezolana. Los periodistas que cubren la campaña ya están habituados a pequeños estallidos de violencia. En cada población, algunas docenas de chavistas radicalizados, con camisetas y afiches, se encargan de ubicar un cuello de botella, como una calle estrecha o un puente, con el propósito de cerrarles el paso a los manifestantes. Como si se tratara de una estrategia militar, en ese momento clave en que colisionan las dos multitudes, el grupo rosalista se comprime al máximo detrás del carro, que entra a trompicones, para romper el cinturón rojo, proteger a su candidato y seguir su camino. En ocasiones no pasa del abucheo, o de un cruce de insultos, pero en otras, como presenció SEMANA en Los Guayos, estado Carabobo, tras el paso del candidato se inició una batalla campal donde llovieron botellas, sillas y piedras. Y ese no fue el peor incidente. En otros ha llegado a haber disparos. Rosales asegura que se trata de un plan concebido desde la presidencia (ver entrevista) mientras el gobierno asegura que son manifestaciones espontáneas del pueblo.

Las caravanas de la oposición miden los tiempos. Cuando pasa el momento de tensión, el grupo se dilata y Rosales se porta como el más popular de los líderes. Muchos, avisados por la música ensordecedora, lo saludan desde los balcones o las puertas. Otros tantos se abalanzan para tocarlo, abrazarlo o entregarle alguna nota. Él zigzaguea para besar a una anciana, alzar un bebé o saludar a un niño, pero nunca detiene su paso. Al verlo, su candidatura parece viento en popa, pero en realidad la gran pregunta que flota sobre la política venezolana continúa vigente. Después de ocho elecciones, ¿es posible derrotar a Chávez?

El rival del coronel

En el último pulso electoral, las legislativas del año pasado, la oposición decidió retirarse alegando falta de garantías en un esfuerzo para deslegitimar al gobierno. Como resultado, las elecciones tuvieron una abstención del 75 por ciento y el chavismo quedó con el control total de la unicameral Asamblea Nacional. La estrategia ahora es la contraria. En estas presidenciales las principales fuerzas opositoras, a excepción de Acción Democrática, que promueve la abstención, se muestran dispuestas a competir hasta las últimas consecuencias. La oposición venezolana, antes fragmentada, parece haber aprendido algunas lecciones de sus derrotas y decidió presentarse con un candidato de unidad. Muchos anticipaban que ese líder iba a ser el periodista y analista Teodoro Petkoff, pero su aura de intelectual y el desgaste de una dilatada trayectoria pesaba como un lastre. Otros le apuntaban a Julio Borges, el joven aspirante de Primero Justicia. Pero después de meses de negociaciones, fue escogido Rosales, gobernador del estado Zulia.

Rosales es muy popular en su región, el estado que concentra más del 40 por ciento de la producción petrolera. Allí acumula 27 años de presencia en posiciones de gobierno y ha sido reelegido como concejal, alcalde de Maracaibo y gobernador, lo que le da la ventaja de no estar tan 'quemado' en el nivel nacional como muchos políticos. Es de origen humilde y subió peldaño a peldaño, características que le facilitan identificarse con las masas, y proyecta una imagen de sencillez que contrasta con el mesianismo y la grandilocuencia del ex coronel golpista. Inició su carrera política en las filas de Acción Democrática, pero después se convirtió en disidente y fundó su propio partido, Un Nuevo Tiempo. Pero no hay que engañarse: su oratoria no es brillante y su carisma no se acerca al de su contrincante.

Una campaña desigual

En un petroestado como el venezolano, en el que el gobierno tiene recursos ilimitados, el candidato-Presidente parte con una clara ventaja. Y el dominio absoluto que Chávez ejerce en todas las instituciones, hace que la desigualdad entre los contendores sea total. Aunque Chávez ya no puede hacer una campaña de tanto contacto popular como la que plantea Rosales, el oficialismo cuenta con muchas más vitrinas. Chávez tiene 10 minutos diarios para hablar de su obra de gobierno en todos los canales de televisión, que no cuentan como de campaña. Por otro lado, la torta publicitaria que reparte el gobierno es de tal tamaño, que muchos medios independientes se han plegado al oficialismo con tal de no perder su participación. Además, Chávez se ha dedicado a inaugurar obras que atraigan votos. Sin ir muy lejos, esta semana entregó anticipadamente los bonos de fin de año a los empleados públicos, lo que desató las críticas de sus adversarios, pero aseguró muchos votos.

Con menos carisma y recursos, a Rosales le ha tocado multiplicarse por todo el país para darse a conocer, derrotar el abstencionismo y tratar de cautivar a los chavistas desencantados. No son pocas las fisuras para atacar. En el tope de los temas que preocupan a los venezolanos se encuentra el deterioro de la seguridad. Desde cuando Chávez llegó al poder, se calcula que ha habido unos 100.000 asesinatos. Según un informe presentado hace poco por Leopoldo López, el alcalde de Chacao, hay unas 44 muertes violentas al día y Venezuela es "el país más inseguro de América" en ese aspecto. Le sigue el desempleo, que oficialmente está alrededor del 10 por ciento, y un déficit de viviendas estimado en 2,4 millones de unidades. Chávez había prometido 150.000 viviendas en 2006, pero hasta junio había entregado menos de 40.000.

La estrategia de Rosales no se limita a aparecer siempre caminando entre multitudes. También le apunta a mostrarse como un gerente con capacidad de gestión y no sólo atacar las debilidades del gobierno, sino atribuirlas directamente a Chávez, quien ha sido beneficiado por el 'efecto teflón'. Se critica al gobierno, pero la decepción no salpica al Presidente ni le atribuye directamente los problemas.

En ese contexto, Rosales aprovecha cada reunión para enfatizar sus contrastes con Chávez y atacar por diferentes flancos. "Soy terrenal, no soy un enviado y no me creo un sabio", aseguró frente a un grupo de profesores y universitarios en Valencia. En Naguanagua habló de despilfarro petrolero y desenfundó 'Mi Negra', la tarjeta débito con la que pretende repartir una quinta parte de la renta petrolera entre los más pobres, ante el éxtasis del público. Allí enfatizó que el costo de la iniciativa es "mucho menos de lo que ha regalado el gobierno a otros países". En Acarigua, frente a un grupo de agricultores, habló sobre el respeto a la propiedad privada y aseguró que el gobierno "prefiere entregar nuestra riqueza a otros pueblos que a nuestros campesinos".

Al tiempo que martilla el gobierno y promueve un proyecto de país más prometedor, Rosales se cuida de no maltratar los populares programas sociales como las Misiones, que son, como dijo a SEMANA un prominente miembro de la campaña de Rosales, "el gran cordón umbilical que une a Chávez con el pueblo". En su discurso asegura que esas brigadas y programas sociales siempre han existido con distintos nombres y plantea mantenerlas, pero sin utilizar las ayudas como arma de proselitismo político. Sin embargo, el énfasis de Rosales en 'Mi negra' nace de la conciencia de que la mayoría de la población cree que si gana la oposición, se acabarán los programas sociales.

Chávez se niega a mencionar con nombre propio a Rosales. En varias ocasiones ha señalado que su único rival en estas elecciones es George W. Bush, el presidente norteamericano, para insinuar que su contrincante es el candidato del imperio. Para comprobarlo, en las manifestaciones chavistas abunda un afiche que muestra al candidato de la oposición dándole la mano a Pedro Carmona, el presidente de Fedecámaras que intentó reemplazar a Chávez tras el golpe cívico-militar de 2002, con el dibujo de un demonio en el fondo, y el mensaje "el diablo los une". Es que Rosales refrendó con su firma el decreto con el que Carmona pretendió desmontar la revolución bolivariana, lo que lo convierte, a los ojos del chavismo, en cómplice de un movimiento que atribuyen a la larga mano de Estados Unidos. Esa misma foto, aunque sin el diablo, está en la publicidad de los periódicos oficialistas bajo el lema "Atrévete y te arrepentirás".

Rosales se defiende."Yo no soy hombre de los pantanos, soy hombre de la libertad y la democracia. No voy a enlodarme ni a caer en la guerra sucia", aseguró a SEMANA (ver entrevista). Pero allí donde Chávez trata de equipararlo con Bush y el imperialismo norteamericano, el candidato opositor hace lo propio con Fidel Castro y el socialismo cubano. Ante la negativa de Chávez a debatir con Rosales, éste ha pedido públicamente al Presidente cubano que le dé permiso de asistir a la discusión.

La oposición, que en las últimas elecciones trató de convencer a la gente de la falta de garantías, ahora intenta desarmar los temores que ayudó a crear y convencerla de que hay que salir a votar. La de Rosales es una carrera contrarreloj para superar el techo histórico de 40 por ciento que han conseguido los opositores y llegar a una pelea cuerpo a cuerpo con Chávez donde todo podría ocurrir. "Si bien todavía no alcanza a Chávez, Manuel viene subiendo y el Presidente, bajando. Este país, que está desencantado de una obra de gobierno inepta, ineficaz, corrupta, más histriónica y discursiva que de obras concretas, está descubriendo que sí es posible un mejor gobierno", dijo a SEMANA Teodoro Petkoff, que ahora es el estratega de la campaña. El jueves, una encuesta de Alfredo Kéller y Asociados daba 52 por ciento para Chávez y 48 por ciento para Rosales, pero la mayoría de las mediciones hablan de una diferencia mayor en la cual Chávez tiene una ventaja de entre 15 y 35 puntos porcentuales (ver infografía).

Rosales ha logrado movilizar al país, que no es poco al considerar que la oposición venía de la nada, pero es probable que no alcance a Chávez. "En el chavismo hay una organización mucho más sólida, de carácter casi militar, que habla de batallones y patrullas, para llevar a su gente a las mesas de votación", comenta el analista Alberto Garrido, una de las personas que mejor conocen el chavismo y autor de una docena de libros sobre la revolución bolivariana. El comando de campaña de Rosales se prepara para defender cada voto ganado y asegura que para las elecciones tendrá todas las mesas cubiertas, pero el escenario después del 3 de diciembre todavía es incierto. Cuesta imaginar al gobierno aceptando una derrota en caso de perder. "Chávez nunca tuvo la democracia representativa como destino político sino como planteamiento táctico. Él habla de una democracia revolucionaria. Este no es el caso sandinista, que entregó el poder en 1990 tras perder las elecciones. La derrota electoral de Chávez no está planteada y el proyecto revolucionario no se va a detener por esa vía", asegura Garrido.

En cuanto a la oposición, no es seguro cómo asimilaría la derrota que vaticina la mayoría de las encuestas. En caso de un margen estrecho, los partidarios del 'ahora o nunca' podrían optar por llevar la gente a las calles y abrir un ciclo de tensiones. También se podría dar el caso de que la actual unidad naufragara en medio de culpas y reproches, pero la opción constructiva sería alcanzar un porcentaje respetable de votos y convertir la derrota en un triunfo para comenzar a edificar una verdadera alternativa al chavismo. El 'día después' todavía es una incertidumbre, pero su desarrollo podría ser tan determinante como el mismo resultado de las elecciones.