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A tiempo que Bush y Clinton ganan sus nominaciones, Perot sigue demostrando el cansancio popular con los partidos.

6 de julio de 1992

CON LAS VOTACIONES DE CALIFORNIA, New Jersey y Ohio, las elecciones primarias presidenciales de Estados Unidos terminaron el martes de la semana pasada. En esas elecciones George Bush primero, y Wllliam Clinton al final, aseguraron la candidatura de sus partidos Republicano y Demócrata, respectivamente. Bush había derrotado ya a su contendor Patrick Buchanan, y Clinton tenía una ventaja amplia sobre su único contendor sobreviviente, Edmund (Jerry) Brown. A pesar de todo, ninguno de los dos quedó con muchas ganas de celebrar. La razón está en un hombre que ni siquiera ha confirmado oficialmente su candidatura y sin embargo, gravita sobre todo el proceso: H. Ross Perot.
Perot se robó el show sin participar en él. Interrogados a la salida del lugar de votación por la empresa Voter Research and Surveys (Investigación y Encuestas del Votante), entre un tercio y la mitad de los entrevistados, sin consideración a su partido, dijo que hubiera votado por Perot. Eso significa que si hubiera participado en California, hubiera barrido a Bush -algo inconcebible en relación con un presidente en funciones- y a Clinton. En New Jersey hubiera estado cerca, y Ohio hubiera sido una presa fácil. Los analistas politicos están impresionados. "Hace seis semanas que estoy esperando que entre en barrena, pero sigue ganando puntos. Es algo que no tiene antecedentes en la historia", dijo uno de ellos.
El presidente Bush termina la ronda de primarias en medio de las dificultades. De acuerdo con una encuesta del periódico The New York Times y la cadena de televisión CBS, el porcentaje de aprobación popular de Bush está en niveles semejantes a los que tuvo Jimmy Carter en su fracasada aspiración reeleccionista de 1980. Su equipo electoral es considerado tan débil que, aun antes de trago amargo de California, se hicieron incontenibles los rumores sobre la incorporación a la campaña de su íntimo amigo James Baker. Para Clinton, la terminación de las primarias significa superar una etapa en la que las cuestiones personales recibieron mayor atención que sus posiciones políticas.
EL FENOMENO PEROT
Si algo indica el crecimiento de las expectativas de Perot -que sería el primer norteamericano en llegar a la presidencia sin el aval de los partidos- es que el electorado de ese país está cansado de una política tradicional que ha tocado fondo. Para algunos comentaristas, los votantes norteamericanos comenzaron a enviar ese mensaje desde que elevaron a la categoría de presidenciable a un candidato virtualmente desconocido como Paul Tsongas y siguieron votando por él semanas después de que había retirado su nombre de la competencia. Igual cosa se dice del ex gobernador de California Jerry Brown, un personaje de tendencias mesiánicas que regresaba de una larga ausencia y a quien mantuvieron en competencia, aun sin opción, hasta el últímo día.
La sensación generalizada es que los políticos están fuera de órbita, como un George Bush jugando golf con sus amigos y unos contendores demócratas que han perdido la brújula en pos de recuperar el poder. Analistas como Cokie Roberts sostienen que Washington ha acumulado ya muchos años de inacción, en los que los problemas son pasados de mano en mano sin que nadie asuma la responsabilidad por arreglarlos. Para Roberts, la respuesta positiva que tuvo George Bush en la guerra del golfo se debió a que el público percibió que "se estaba actuando y no hablando". Pero por lo que parece, esa fue flor de un día. No trata solamente del debilitamiento progresivo de la economía, sino de temas más cotidianos, como el escándalo del sistema de ahorro y crédito o los motines de Los Angeles. Se menciona que estos terminaron hace seis semanas, pero los políticos, lejos de ejercer un liderazgo que el país esperaba, se dedicaron a atribuirse mutuamente las culpas. Entre tanto, esta es la hora en que siguen sin tomar decisiones políticas de fondo para sacar a esa ciudad del caos.
Pero, por sobre todo, se habla de la desafección creciente de los norteamericanos por sus partidos tradicionales, que son percibidos como el mejor símbolo de un establecimiento anquilosado. Es lo que Robin Toner llama "desalineamiento", un fenómeno que nace del hecho de que los partidos ya no son el vehículo de comunicación entre los votantes y los temas fundamentales del país. Clinton se queja de que en medio de la brega con Perot, no ha podido poner en conocimiento del país su mensaje. Pero hay quien dice que nadie quiere oirlo.
Es en ese clima que el florecimiento de alguien como Ross Perot es inevitable. Se trata de un hombre que con sus antecedentes en la empresa privada, refleja capacidad de acción. Pero eso no es todo. Mientras sus contendores se tendrán que enfrentar a convenciones partidarias llenas de escollos, Perot tendrá las manos libres para programar eventos y proyectar su imagen.
Por otra parte, Perot ofrece a sus partidarios la opción de participar en su campaña. Es cierto que la semana pasada contrató dos prominentes asesores, el demócrata Hamilton Jordan, responsabl¢ de la última victoria de ese partido y Edward Rollins, ex estratega de la reelección de Ronald Reagan. Pero su movimiento se caracteriza por una legión de colaboradores "cargaladrillos", dispuestos a recoger firmas, hacer llamadas, pegar afiches, con un grado de inserción inusual en la política estadounidense. Perot clama por acercar la democracia a la gente mediante los medios electrónicos, lo que desvirtúa aún más el papel de los partidos.
Pero lo que devuelve la esperanza a quienes desconfían del multimillonario es que todavía no se conocen sus posiciones sobre los temas fundamentales del país. Se dice que está estudiándolos con la ayuda de expertos, lo que no impide que cuando descubra sus cartas y sus autoritarismo en muchos temas, su estrella pierda impulso.
Sea como fuere, la clase política norteamericana se enfrenta a un fenómeno completamente nuevo. Existe incluso la posibilidad de que por su presencia, ninguno de los candidatos sea capaz de obtener la mayoría absoluta de los colegios electorales, lo que obligaría a que la elección fuera asumida por el Congreso, algo totalmente extraño para los norteamericanos. Se trataría de la primera crisis constitucional desde 1828, pero para muchos analistas la política del país más poderoso del mundo requiere un remezón de esas características. -