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Las medidas adoptadas por Obama benefician a casi 5 millones de personas, en su gran mayoría de origen latino, que durante el resto de su mandato podrán “salir de las sombras”. Sin embargo, el próximo presidente de Estados Unidos podrá reversar esa decisión. | Foto: Fotos: A.P.

ESTADOS UNIDOS

Inmigración: el plumazo de Obama

La jugada de Barack Obama al expedir por decreto medidas para evitar la deportación de millones de inmigrantes ilegales tiene tanto de histórico como de audaz.

22 de noviembre de 2014

Desde el jueves pasado, casi 4 millones de personas respiran con más calma en Estados Unidos. Esa noche fría, minutos después de las ocho, recibieron del presidente Barack Obama la noticia según la cual el proceso de deportación que se les había iniciado, o que se les iba a iniciar, quedaba suspendido. Otras 300.000 que llegaron al país a comienzos de 2010 y que han podido estudiar el bachillerato o la universidad supieron asimismo que tienen la posibilidad de conseguir un permiso de residencia por tres años. Y otras más, altamente capacitadas, se enteraron de que podrán acceder con grandes facilidades a una visa de trabajo. Toda una revolución, sin duda, puesta en marcha por Obama a golpe de decreto, en lo que constituye el cambio más drástico en materia migratoria en Estados Unidos en los últimos 30 años.

El presidente, en abierto desafío a un Congreso que a partir de enero tocará bajo la batuta de la oposición republicana, delineó en su discurso tres medidas que ha adoptado. Dijo, en primer término, que va a destinar gran cantidad de dinero para reforzar la seguridad en la frontera con México, ruta por la que miles de inmigrantes sin papeles han entrado a Estados Unidos. Agregó que va a acelerar y a facilitar la forma como los extranjeros académicamente destacados podrán quedarse en el país. Y señaló, finalmente, dos disposiciones que emergen como el asunto central de su decisión. Inicialmente, dio una explicación muy clara: “Si usted ha estado en Estados Unidos por cinco años; si usted tiene hijos que son ciudadanos estadounidenses o con permiso de residencia, y si usted se registra y quiere pagar impuestos, podrá pedir la permanencia  temporal en este país sin temor a ser deportado. Podrá salir de las sombras”. También afirmó Obama que los menores de 30 años que entraron a Estados Unidos con menos de 16 hasta principios de 2010 y estudiaron, se harán acreedores a la posibilidad de regularizar su situación.

En su comparecencia ante las cámaras, Obama les salió adelante a sus críticos. Aseguró, por ejemplo, que estas medidas no configuran una amnistía. Al contrario, para él una amnistía es lo que ocurre en la actualidad: que hay miles de personas sin papeles, y sin pagar impuestos. Asimismo, reivindicó con elocuencia el carácter de Estados Unidos como un país de llegada. “Este es un país de inmigrantes. Todos fuimos extranjeros aquí alguna vez. Y si nuestros antepasados cruzaron el Atlántico, o el Pacífico, o el Río Grande, ahora estamos aquí solo porque este país les dio la bienvenida y les enseñó que ser estadounidenses es algo más que nuestra apariencia física, o nuestros apellidos, o nuestra religión”, dijo. Y añadió: “Lo que nos hace estadounidenses es el compromiso compartido con un ideal: que todos hemos sido creados iguales y que tenemos la posibilidad de hacer con nuestra vida lo que queramos”.

Las medidas delineadas por Obama dan razones para el optimismo a esos casi 5 millones de personas, una cantidad considerable dentro de un universo de 11,7 millones que viven sin papeles en Estados Unidos. El 70 por ciento de ellos proviene de México y, secundariamente, de Centroamérica. Los estados con más gente favorecida serán California en la costa Oeste, Texas y Nevada en el sur, y Nueva Jersey en el noreste, donde más de 50 por cada 1.000 personas son inmigrantes. Pero esas medidas tienen además profundas implicaciones políticas. De momento, resulta imposible que el Congreso las eche atrás. Para ello se requeriría al menos el 75 por ciento de los votos del Legislativo. El problema estaría, sin embargo, en que el sucesor de Obama decidiera dar reversa, pero eso se sabrá el 20 de enero de 2017, cuando tome posesión el próximo inquilino de la Casa Blanca.

No es la primera vez que un presidente estadounidense gobierna por decreto. Obama no ha sido proclive a ese mecanismo. Desde su llegada al poder, solo lo ha usado en 193 oportunidades. Por contraste, Franklin Delano Roosevelt echó mano de esta herramienta en 3.552 ocasiones. Ronald Reagan la empleó en 1986 para legalizar a unos 3 millones de inmigrantes sin papeles, y George H. W. Bush la usó cuatro años después para ayudar a los indocumentados.

Aunque en miles de hogares ha habido desde el jueves escenas de alegría por la determinación del presidente, lo cierto es que Obama les había incumplido reiteradamente a los hispanos. A finales de 2008, antes de posesionarse en su primer mandato, le dijo al periodista Jorge Ramos en Univisión que “antes de un año habrá una ley sobre inmigración que yo respaldaré”. Pero al año siguiente, cuando casi el 70 por ciento de los hispanos habían votado por él y cuando tenía mayorías demócratas tanto en el Senado y la Cámara, les falló. Luego, en su segunda campaña presidencial, levantó como principal bandera política la reforma migratoria. Fue elegido, y nada. El Senado, por 68 votos contra 32, le dio luz verde a un proyecto de ley, pero en la Cámara de Representantes, ya en manos republicanas, ni siquiera se consideró el borrador del texto. Obama culpó entonces al presidente de esa corporación, John Boehner.  

Y ahora, desde que el 5 de noviembre los republicanos recuperaron las mayorías en el Senado y la Cámara, la pelea se va a poner peor. Como le dijo a SEMANA el director del programa de las Américas del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS por sus siglas inglesas), Carl Meacham, “lo que hizo Obama es inconveniente porque le quedan más de dos años de gobierno en los que tendrá que trabajar con la oposición republicana incluso en asuntos como elevar el techo de la deuda, por lo cual hace unos meses se tuvo que cerrar el gobierno”.

Lo que se anticipa, entonces, es un severo tira y afloje político entre Obama y sus opositores.  Tras los recientes comicios legislativos, Boehner le advirtió al presidente que no pisara el acelerador en materia migratoria. “Quiero dejarle claro que si actúa unilateralmente va a envenenar el pozo, y no habrá posibilidad de que en el Congreso salga adelante una verdadera reforma. Cuando uno juega con fósforos, corre el riesgo de quemarse”, dijo y llamó “emperador” a Obama. Por su parte, el representante republicano Mario Díaz Balart remató: “Sería como quitar la espoleta y tirar la granada al centro de la sala”.

Por si fuera poco, no está claro que Obama logre con esta movida el respaldo de los hispanos. El cálculo de The New York Times es que los latinos, aunque son 52 millones de los 310 millones de habitantes de Estados Unidos, votan poco. El censo revela que solo 11 millones acuden a las urnas y que el 75 por ciento del electorado sigue siendo blanco y no es fanático de la reforma migratoria. Así, pues, todo indica que la gran conclusión del episodio del jueves puede ser tal como la resumió la revista The Economist: “The right thing, the wrong way” (“Lo correcto, mal hecho”). Un fin loable, por el camino equivocado.