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INTIFADA OTRA VEZ

Un asesino israelí desata la peor escalada de violencia desde que se inició la rebelión.

25 de junio de 1990

Jamal Abu Akar, de 28 años, viajaba el domingo a las 6:15 de la mañana en su Peugeot, cuando al llegar a la intersección de Rishon le-Zion, al sur de Tel Aviv, un hombre vestido de soldado le hizo señas para que frenara. Al lado de la vía, el individuo había detenido a unos 60 jornaleros que se habían reunido allí, como todas las mañanas, en espera de que los constructores israelíes les contrataran. Minutos más tarde, el hombre dispararía a sangre fría contra el grupo. Como saldo quedaron en el campo 7 palestinos muertos, 11 heridos y las últimas esperanzas de que la intifada, el levantamiento palestino de los territorios ocupados de Israel, llegara a su fin.

La masacre tuvo repercusiones inmediatas. Apenas presentada la noticia en la radio, los disturbios estallaron también en Hebrón y otras ciudades de los territorios ocupados. A medida que avanzaba el día, la situación empeoraba a ojos vistas. Miles de manifestantes palestinos de todas las edades y condiciones desafiaban el toque de queda, quemaban llantas, atacaban a piedra los puestos israelíes y levantaban barricadas, enfrentandose a los disparos que los israelíes dirigían indiscriminadamente desde vehículos y helicópteros. Pronto los tres hospitales del area se encontraban virtualmente copados por mas de 500 palestinos heridos a bala, y los reportes iniciales hablaban de por lo menos 10 muertos entre los manifestantes. De un momento a otro, los israelíes se veian enfrentados con la extensión de los disturbios al interior de sus fronteras reconocidas internacionalmente.

El gobierno israelí anuncio la captura del asesino, un hombre de 21 años identificado como Ami Popper, un antiguo soldado que había sido expulsado del ejército por indisciplina y calificado como "inestable".

Pero la comunidad árabe se negó a aceptar que se trataba de un desequilibrado mental. Por el contrario, responsabilizaron de la masacre al clima de hostilidad creado por las últimas acciones del gobierno. Radwan Abu Ayash, presidente de la Asociación de Periodistas Arabes, dijo que "la continuada negación israelí a aceptar los esfuerzos de paz ha creado una atmósfera de racismo y fascismo que lleva a que la gente dispare".

Esa opinión es compartida por sectores israelíes que consideran que el gobierno interino de Yitzhak Shamir ha desplegado una estrategia de provocación, con los nuevos asentamientos en territorios ocupados y por la ubicación de decenas de miles de judíos sovieticos, para quienes no hay trabajo ni vivienda adecuados.

Al final de la semana, los disturbios se habían extendido a todo el país y a la vecina Jordania, donde la capital Amman se vio inundada por miles de palestinos enfurecidos. Mientras tanto, el líder de la Organización para la Liberación de Palestina, Yasser Arafat, pidió la reunión del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y la intervención de una fuerza multinacional para detener el derramamiento de sangre. A pesar de las explosivas declaraciones de algunos dirigentes, Arafat se mantenía en su posición de impedir que los palestinos usaran masivamente armas de fuego. En esas condiciones, la imagen de los acontecimientos seguía siendo la de un pueblo enfrentado con piedras y palos contra un ejército armado hasta los dientes.

Para mayor desconsuelo del gobierno interino, Estados Unidos, a través del Secretario de Estado James Baker, expresó que estaría dispuesto a considerar la petición de Arafat, y el presidente George Bush envió sus condolencias personales a las familias de las víctimas, en un gesto insólito que indicó el grado de deterioro de las relaciones entre los dos países, desde que Estados Unidos comenzó a protestar por la violenta represión desplegada por los israelíes.

Pero lo más paradójico es que hasta la masacre del domingo, la intifada había ido perdiendo su entusiasmo inicial, tanto que los militares judíos ya cantaban victoria. Hoy, sin embargo, el rechazo internacional contra la represión regresó a las primeras planas enconado; además, una organización sueca afirma que de los 650 palestinos muertos desde que comenzó la rebelión a finales de 1987, por lo menos 150 son niños.

Las declaraciones de Shamir, en principio conciliadoras, fueron subiendo de tono al final de la semana, cuando advirtió que los hechos habían llegado "más allá de lo permisible". La situación, pues, parece empeorar con el paso de las horas, y muchos claman por la formación de un gobierno laborista que tenga voluntad para convenir, de una vez por todas, los terminos de convivencia entre árabes y judíos en Israel.-