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INVASION A LA VISTA

Si los militares haitianos siguen tercamente en su puesto, el siguiente paso será por la fuerza.

8 de agosto de 1994

A MEDIDA QUE PASAN LOS días, la situación de Haití adquiere características de tragicomedia caribe, en la que el gigante regional, Estados Unidos, hace todo lo posible para evitar medidas de fuerza, y los enanos de la isla, los militares dirigidos por el general Raoul Cédras, se mantienen en sus puestos, con la esperanza de que la indecisión de la Casa Blanca les permita, con el paso del tiempo, afianzarse en la privilegiada posición de dueños de un país.

El gobierno de Bill Clinton se encuentra en una encrucijada. Desde que el presidente constitucional, Jean Bertrand Aristide, fue derrocado hace dos años y medio por el general Raoul Cédras, las presiones de Washington no hicieron más que aumentar la represión contra los opositores a la bota militar. Y cuando se puso en práctica el embargo comercial contra el pequeño país, lo único que se consiguió fue extremar las condiciones de pobreza en que se debate la inmenza mayorìa de los 6,7 millones de haitianos.

Esa pobreza disparó el éxodo de haitianos que, en embarcaciones precarias, intentan llegar a las costas de la Florida, con la esperanza de calificar como asilado político. Más de 60.000 de ellos se han lanzado y más de 5.000 han perecido en el intento.

Ese problema, más que la restauración democrática, es lo que tiene al gobierno de Washington en ascuas. Al fin y al cabo los haitianos no pueden exhibirse como trofeos anticastristas, como en el caso de los cubanos, quienes, en igualdad de condiciones, son recibidos como héroes. El estado de Florida no quiere saber nada de tantos refugiados pobres, enfermos y, por añadidura, negros.

En una medida desesperada, el gobierno de Bill Clinton intentó la semana pasada endosarle 10.000 de ellos al gobierno panameño de Guillermo Endara, quien, después de aceptar, sucumbió a la opinión de las clases altas de su país, y olvidó la lealtad debida a quienes le instalaron en el poder hace cuatro años.

Las demás medidas de Clinton, como negar la condición de refugiados a quienes sean detenidos en alta mar, sin importar sus méritos, sólo ha logrado exasperar a los defensores de derechos humanos, y el problema sigue vigente. Por eso la amenaza tangible de invasión, concretada por ejercicios militares similares a los que precedieron las de Grenada y la propia Panamá, se hace cada vez más inminente. La mayoría de los países latinoamericanos rechazan esa idea, por el transfondo de que, aceptada esta, cualquiera de ellos podría seguir en la lista. Pero lo cierto es que Washington se queda sin opciones.

El debate en el interior del país del norte no es cómo vencer al rocambolesco ejército de Haití, sino qué hacer con la isla una vez esté bajo control de los gringos. Porque al comienzo del siglo, ese mismo país estuvo bajo la égida de Estados Unidos durante 17 años, un lapso que no garantizó en absoluto que la democracia se afincara en la nación más pobre de América.