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Irak, un año después

El presidente norteamericano George W. Bush dice que no sacará sus tropas hasta que democratice al país. Pero esa meta sigue estando muy lejos.

21 de marzo de 2004

Hace exactamente un año las pantallas de televisión de todo el mundo se partieron en dos. A un lado estaba la imagen del cielo nocturno de Bagdad y un destello borroso. Al otro lado, el presidente estadounidense George W. Bush explicaba que había decidido atacar Irak. Su guerra, explicó, serviría para acabar con las armas de destrucción masiva de Saddam Hussein, para liberar al pueblo de la opresión del dictador y para construir un modelo de prosperidad en el Oriente Medio que impulsaría a otros gobiernos autoritarios a abrazar los ideales democráticos.

Hoy, la televisión muestra los destellos de los últimos atentados terroristas en Irak. Bush, quien desde el primero de mayo de 2003 declaró la victoria en la guerra, no aparece en la otra mitad de la pantalla. Este 18 de marzo una bomba explotó a la salida de un hotel en Basra; un día antes, otra bomba había destrozado los cinco pisos del hotel Monte Líbano en pleno centro de Bagdad con saldo de siete personas muertas y 41 heridas. En un año han muerto más de 500 soldados estadounidenses y 10.000 civiles. Un cuarto de estas muertes ocurrieron después de que Bush dio su parte de victoria.

Curiosamente, los atentados son el resultado de una guerra que se vendió como la segunda parte de la campaña contra el terrorismo. La invasión a Irak, lejos de detener el flagelo, lo ha incrementado. Además, el grupo terrorista Al Qaeda, en vez de verse afectado por el ataque a un país con el que no tenía ningún tipo de vínculos, pudo reagruparse y atacar en otros lugares. En este año de ocupación 600 personas han muerto en atentados terroristas por fuera de Irak. El de Madrid de la semana pasada, que fue el más grande de todos, es el resultado directo de la participación de otros países en la "guerra preventiva" en Irak, que terminó siendo percibida por los fanáticos islámicos como un ataque a su religión.

A pesar de estos datos tan contundentes Bush presenta la guerra y la subsecuente captura de Hussein como un gran golpe al terrorismo. Así mismo, al cierre de esta edición los comunicados de la Casa Blanca enfocaban la atención en la posible captura de Ayman Al Zawahiri en Paquistán, mientras en Irak se cocinaba otra multitudinaria protesta de musulmanes chiítas contra la invasión norteamericana.

La situación actual

Sin embargo no todo el balance de la ocupación es malo. La operación militar para sacar a Hussein del poder duró menos de lo que se esperaba, pues sólo en cinco semanas las tropas de la coalición liderada por Estados Unidos se tomaron Bagdad. La caída de los principales cabecillas del régimen (en particular los hermanos Uday y Qusay) le sumó puntos a Bush, y la captura de Hussein se logró sin que opusiera mayor resistencia.

Una encuesta de la cadena ABC muestra que la mayoría de los iraquíes considera que su situación ha mejorado con la caída de Hussein. Según el comando central 240 hospitales reabrieron sus puertas, 22 millones de niños y 700.000 mujeres han sido vacunadas. Un programa de reconstrucción adelanta la creación de 100 escuelas y 1.000 nuevas viviendas. En ciudades grandes como Bagdad el levantamiento de las sanciones y la caída de Hussein han traído una prosperidad económica que no se veía desde hace mucho tiempo. Los precios de la propiedad y los salarios se han duplicado. En las calles las personas hablan por celular, hay un auge de cafés Internet y las antenas satelitales se asoman por los techos.

No obstante, la reconstrucción política y social no ha sido exitosa. Para empezar, la invasión ha generado un vacío de poder que ha fomentado rencores y rivalidades entre diferentes etnias. El fundamentalismo religioso que el secular Hussein reprimía a las malas, ahora amenaza con sabotear los planes estadounidenses de crear un modelo de democracia liberal en Irak. Las mujeres, relativamente libres hasta la invasión, ahora temen andar por las calles solas o sin cubrirse la cabeza. Muchos grupos no se sienten representados por el consejo de 25 líderes convocado por Estados Unidos. El líder chiíta ayatola Ali al-Sistani , por ejemplo, criticó la Constitución provisional que este consejo firmó la semana pasada.

Para completar, a la espera de esta transición, el débil gobierno provisional no ha logrado cumplir con muchas de sus obligaciones. El Irak de hoy tiene un grave problema de seguridad y desempleo. La electricidad y el agua se cortan con frecuencia y varios organismos de ayuda se han visto obligados a cerrar sus misiones. Los hospitales no tienen insumos.

Para la administración Bush es un dolor de cabeza seguir manteniendo tropas y recursos en la labor de construcción nacional iraquí, en medio de una campaña electoral que le es desfavorable. Ante las bajas por los atentados, los familiares de los soldados se están organizando para exigir el retorno de los suyos. Bush sigue comprometiendo millones de dólares en Irak mientras en casa se lo critica por desangrar la economía. El candidato demócrata John Kerry le sigue tomando ventaja en las encuestas montado en las críticas hacia las mentiras con las que se montó la ofensiva. Por todo eso Washington tiene cada vez más urgencia de adelantar la salida de Irak. Sin embargo, ante la ausencia de un plan de evacuación realizable, la transición hacia un gobierno iraquí autónomo, que estaba planeada para junio, probablemente se aplazará. Esta situación con seguridad incrementará el resentimiento hacia las fuerzas ocupantes y el descontento popular en Estados Unidos. Pero una salida antes de tiempo podría convertir definitivamente a Irak, ahora sí, en un santuario terrorista.