Home

Mundo

Artículo

JUGANDO CON FUEGO

Con el envío de tropas a Honduras, la administración Reagan le da un golpe de gracia al plan de paz para Centroamérica.

18 de abril de 1988

Cualquier persona desprevenida hubiera pensado que se trataba de algún evento en relación con la buena mesa. La operación "Faisandora", anunciada por Washington la semana pasada, no tuvo nada de gastronómica para desilusión de los gourmets. Consistio en el envío de cerca de 3.200 soldados norteamericanos a Honduras, como muestra de apoyo de la Casa Blanca a Tegucigalpa, ante una supuesta "invasión" por parte del ejército nicaraguense.
La llegada de las tropas pertenecientes a la 82 división aerotransportada, la misma que participó en la invasión a la isla caribeña de Granada en 1983, volvió a aumentar la tensión en Centroamérica. La amenaza de un eventual conflicto directo entre Washington y Managua volvió a aparecer con mayor fuerza que nunca y convenció a muchos de que, por más esfuerzos de negociación, las diferencias se van a acabar resolviendo a punta de bala.
Eso es, por ahora, lo que los hechos están demostrando. Si en los últimos años la región centroamericana había demostrado ser inestable, con la llegada de los soldados norteamericanos las cosas se ven aún peor.

AUTOINVITADOS
En esta oportunidad los eventos se desarrollaron en medio de esas sospechosas coincidencias, que a veces la Casa Blanca no puede explicar. Según los reportes iniciales, el presidente hondureño José Azcona Hoyo se reunió el martes en la tarde con el embajador norteamericano en Tegucigalpa y habló de un eventual envío de tropas de los Estados Unidos a Honduras, con el fin de demostrarle al mundo el apoyo de Washington a su aliado centroamericano. En medio de la conversación se tocó el tema de la ofensiva sandinista en la zona fronteriza con Nicaragua, la cual estaba poniendo en serios aprietos a los contras revolucionarios financiados por los Estados Unidos.
Aparentemente, Azcona y el embajador salieron del encuentro con diferentes conclusiones. Mientras el Presidente creyó que el diplomático le había reiterado el apoyo de su país en caso de una emergencia, éste entendió que había llegado la hora de actuar. El miércoles en la mañana varios cientos de soldados ubicados en las guarniciones de Fort Bragg, en Carolina del Norte, y Fort Ord, en California, recibieron órdenes de prepararse para viajar a Honduras. Cuando la noticia se filtró a la prensa, el Canciller hondureño reconoció que no sabía que se le hubiera pedido ayuda a Washington.
La "invitación" finalmente llegó 8 horas después de que los convidados comenzaran a alistarse para la fiesta. Según el portavoz de la Casa Blanca, todo se debía a una "invasión" de unos 2 mil soldados nicaraguenses, quienes en persecución de los contras habrían traspasado la frontera hondureña. Martín Fitzwater, portavoz de la Casa Blanca, resultó mejor informado que Tegucigalpa. Al mismo tiempo en que las tropas se estaban alistando, el Ministerio de Defensa hondureño afirmó que ninguna invasión estaba sucediendo. Horas más tarde, las versiones se unificaron. Un comunicado oficial de la Presidencia en Tegucigalpa sostuvo que "varios centenares de soldados sandinistas penetraron el territorio con el apoyo de la artillería y de la aviación".
La escena de los soldados subiéndose a los aviones C-130 en Carolina del Norte produjo la obvia conmoción mundial. Aunque la historia de las intervenciones militares de los Estados Unidos en América Central tiene numerosos capítulos, el anuncio de la Casa Blanca generó protestas en casi todas las latitudes. Aparte de las denuncias de Moscú y el ceño fruncido de Europa Occidental, las críticas en el mismo Estados Unidos no se hicieron esperar. El jueves pasado hubo manifestaciones de rechazo en las ciudades más grandes de la Unión y 25 personas fueron detenidas enfrente de la mansión presidencial en Washington. El grito de descontento llegó hasta el Congreso y los 5 precandidatos demócratas que están en la carrera presidencial, criticaron duramente a Ronald Reagan.
Semejante ola de quejas, convenció a la Casa Blanca de que debía cambiar su tono. El viernes pasado, el secretario de Defensa, Frank Carlucci, sostuvo que las tropas permanecerían tan sólo 10 días en Honduras y que éstas no iban a entrar de ninguna manera en combate. Se trataba, según dijo, de un acto simbólico. Sin embargo, el intento de apaciguar el temporal no tuvo mucho éxito. Las justificaciones diplomáticas para explicar el envío de los soldados no alcanzaron a reparar un daño que ya estaba hecho.

CUENTO CHINO
En esta oportunidad el problema consistió en que todo fue burdamente montado. A pesar de que es cierto que Managua organizó una fuerte ofensiva con el fin de diezmar a los contras, ésta constituye parte de una guerra que ya lleva más de 8 años y ha dejado cerca de 40 mil muertos. Por fuerte que fuera, la ofensiva sandinista no tuvo, ni mucho menos, las características de una invasión. Pretender que Nicaragua se pueda tomar a Honduras con una fuerza de 1.500 hombres desafía toda lógica.
Adicionalmente, no hay ninguna evidencia de la entrada masiva de los sandinistas a Honduras. Los periodistas que llegaron a la zona informaron que los combates se estaban desarrollando en la frontera. En opinión de los conocedores, el blanco más probable de Managua era el campo de Bocay -a unos 5 kilómetros de la línea divisoria- donde los contras tienen un gran depósito de armas. Según se afirma, algunas unidades sandinistas pudieron adentrarse en territorio de Honduras con la intención de hacer un ataque relámpago y reple garse de nuevo a su país.
La oportunidad para Managua era clara. En febrero pasado, el Congreso norteamericano derrotó una propuesta de la Casa Blanca para darle ayuda militar a los insurgentes nicaraguenses. Por lo tanto, los sandinistas aspiran a aumentar la presión en el campo de batalla, para obligar a los contras a negociar en el marco de las conversaciones que adelantan para lograr un cese al fuego.

A PAGAR LA CUENTA
Esa estrategia, tildada de cínica en Washington, fue la que motivó el escándalo orquestado por la Casa Blanca. Reagan y sus asesores creen que es tan sólo la presión militar la que ha llevado a Managua a hacer ciertas concesiones en el terreno de las libertades en Nicaragua y la que en último término evita que Nicaragua se convierta en una "dictadura marxista". Por lo tanto, la ofensiva sandinista debía ser respondida por Washington. En marzo de 1986, en circunstancias similares, la Casa Blanca obtuvo que el Congreso le diera 20 millones de dólares a los contras, después de que éste había dicho inicialmente que no. Incluso en esta oportunidad, algunos senadores llegaron a proponer un paquete de ayuda de 48 millones de dólares.
La diferencia, sin embargo, radica en que Reagan está viendo apagarse su estrella. A escasos 7 meses y medio de las elecciones presidenciales es dudoso que el jefe de Estado norteamericano logre sacar su iniciativa adelante.
Si algo se puede decir del envío de tropas, es que volvió a dejar en evidencia a una administración que ha sido continuamente manchada por el escándalo y la falsedad. Para muchos analistas no dejó de ser una coincidencia irónica que el mismo día en que la Casa Blanca anunció la "petición de apoyo" de Honduras, el investigador federal Lawrence Walsh acusó formalmente ante la justicia, a dos ex-colaboradores de Reagan y a dos de sus cómplices, involucrados en el conocido Irán-contra-gate. El exasesor de seguridad nacional, John Poindexter, el coronel Oliver North (ayuda de éste) y los ciudadanos Richard Secord y Albert Hakim, deberán rendir cuentas ante la justicia por los delitos cometidos en una operación ilegal que comprendió la venta de armas a Irán y la entrega de las utilidades del "negocio" a los contras nicaraguenses.
Durante más de 2 años, los inculpados violaron una larga cadena de leyes (North podría ser condenado a 85 años de prisión) y reglamentaciones. Entre sus contactos estuvieron personas como el general Manuel Antonio Noriega de Panamá, en la época en que sus conocidas faltas no le parecían tan graves a Washington.
Esa doble moral volvió a ser puesta en evidencia el miércoles pasado. En un fuerte editorial, el diario The New York Times sostuvo que el escándalo que se armó puede explicarse por "la historia de 7 años de engaño, arrogancia y desprecio de Reagan por la diplomacia en Nicaragua. Esa historia ha dado origen a una amplia pérdida de confianza en la palabra de la administración, y culmina en las acusaciones criminales del miércoles", hechas por Walsh.
Como si todo eso fuera poco, el envío de las tropas se vio como una innecesaria manera de jugar con fuego. Apenas se produjo el anuncio, se empezaron a trazar los paralelos con Vietnam (ver recuadro). A pesar de las diferencias lógicas, los expertos anotan que hace 35 años en Indochina también se hablaba de la "teoría del dominó" (según ésta, después de Nicaragua "caería" toda Centroamérica hasta México). Entonces, los Estados Unidos empezaron a involucrarse más y más, hasta que un día tuvieron 500 mil soldados combatiendo. Tal como anotara el diario francés Liberation la semana pasada "para pasar del envío de tropas a meterse de lleno en el combate, no hace falta dar sino un pequeño paso".

GOLPE DE GRACIA
Todas esas reacciones palidecen ante el daño que actos como el del miércoles le producen a la imagen mundial de los Estados Unidos. En Latinoamérica las continuas equivocaciones de Reagan han llevado el nivel de las relaciones en un estado de virtual antagonismo entre Washington y las demás capitales. El manejo de la crisis panameña, la actitud ante Colombia en la OEA, las amenazas continuas en la ONU, son una prueba más de que realmente ha pasado mucho tiempo desde que alguna vez se pensara de los Estados Unidos como "el buen vecino". Hoy en día, Washington impone sus argumentos por la fuerza o la presión pero no parece tener claro que el péndulo puede devolverse y que, por consiguiente, es posible que acabe pagando con creces el precio de sus equivocaciones. Entre éstas hay que destacar el desprecio de las vías diplomáticas. El envío de tropas prácticamente le dio el golpe de gracia al plan Arias para lograr la paz en Centroamérica. A pesar de que los avances no habían sido los ideales, lo cierto es que los esfuerzos del Presidente costarricense habían conseguido que la región se acercara un poco más a la paz. Ahora, al inclinarse por la salida militar, Washington le ha dado un espaldarazo a Honduras (que ha violado abiertamente los acuerdos de Esquipulas y no reconoce oficialmente que aloja a los contras en su territorio), lo cual hace mucho más difícil cualquier posibilidad de éxito en la mesa de negociaciones.
Todos esos factores explican por qué muchos esperan que los próximos meses se pasen rápido y Reagan deje su puesto en la Casa Blanca. Aunque el Presidente norteamericano sigue siendo popular internamente y ha recuperado algo de prestigio internacional con la firma del acuerdo de desarme nuclear con la URSS el pasado diciembre, lo cierto es que en lo que concierne a Latinoamérica, la suya ha sido una historia llena de "arrogancia y desprecio por la diplomacia", coma dijera The New York Times. Mientras que otros jefes de estada han dejado su puesto tranquilamente, Ronald Reagan está demostrando que sigue siendo un vaquero y que quiere despedirse como en un buen western: disparando.

ASI COMENZO VIETNAM
Todo el mundo está de acuerdo en que las comparaciones son odiosas... pero que a veces no hay más remedio que hacerlas. Es esa la razón por la cual, cuando los Estados Unidos se involucran cada vez más en los asuntos de Centroamérica, no falta quien haga notar los paralelos con la guerra que hace dos décadas estaba destrozando la nación por dentro: Vietnam.
La historia de la intervención de los Estados Unidos en Indochina, comenzó muchos años antes de la llegada del primer soldado a Saigón. En 1944, a finales de la Segunda Guerra Mundial, el presidente Roosevelt había dejado en claro que cuando el conflicto acabara, Vietnam (por entonces ocupado por los japoneses quienes a su vez habían sacado a los franceses), debía volverse independiente.
Los buenos propósitos del Roosevelt fueron olvidados cuando París exigió su antigua colonia en tono amenazador. Washington acabo cediendo y la vuelta de los franceses llevó a una organización conocida como el Viet-Minh, a iniciar una guerra "de liberación".
Los insurgentes, comandados por Ho Chi Minh, resultaron ser extremadamente populares y después de que China se volviera comunista, en octubre de 1949, empezó a abastecerlos profusamente. Enfrentados a un enemigo fuerte y astuto, los franceses solicitaron y consiguieron ayuda militar de Washington. Esta no impidió, sin embargo, que en 1954 las tropas francesas fueran derrotadas en Dien Bien Phu por el Viet-Minh y obligadas, rendirse. Para esa época, la inversión norteamericana en Vietnam llegaba a los 2 mil millones de dólares y Washington financiaba el 80% de los gastos de las tropas galas.
A los pocos días de la derrota y después de una conferencia en Ginebra se acordó dividir el país en una zona norte, para el Viet-Minh, y otra sur que sería independiente. En plena guerra fría -y bajo la batuta de Eisenhower y su secretario de Estado, John Foster Dulles, los Estados Unidos sostenían que el comunismo había organizado una conspiración internacional para dominar el mundo. El Presidente norteamericano popularizó la "teoría del dominó" según la cual después de Vietnam los demás países caerían, incluyendo a las Filipinas, Australia y Nueva Zelanda. La tensión llegó a tal punto que se estuvo a poco de utilizar bombas nucleares contra la China.
Bajo esas condiciones era lógico que Washington se involucrara de lleno en los asuntos de Vietnam del Sur. Contra la voluntad de los franceses, la Casa Blanca colocó al frente de la nueva nación a Ngo Dinh Diem, un ardiente nacionalista que resultó un desastre como jefe de Estado. A pesar de ese hecho, Washington mantuvo a Diem y se involucró aún más cuando aceptó entrenar y financiar el ejército sutvietnamés. Bajo la tutela de la Casa Blanca, Diem se negó a convocar a elecciones generales junto con el norte para que se dirimiera el destino del país de 27 millones de habitantes (15 en el norte, 12 en el sur).
Como consecuencia, la guerra volvió y para 1960 había ya unos 18 mil combatientes del Viet-Cong, la guerrilla comunista apoyada por el norte. Cuando Kennedy llegó a la Casa Blanca, los eventos tomaron su curso. En énero de 1961, más recursos y más instructores militares fueron enviados y la escalada continuó. De 8 mil militares a mediados de 1962 se paso a 17 mil en octubre de 1963. A pesar de que su rol era más de coordinadores que de combatientes, las bajas pasaron de 14 en 1961 a 489 en 1963.
La debacle en el país bajo Diem (quien murió en 1963 en un golpe de Estado organizado por la CIA), hizo que el norte enviara más y más tropas. Después de la muerte de Kennedy, Jhonson abrió las llaves. De 82 mil soldados en 1965 se pasó a 200 mil a finales del año y eventualmente a más de 500 mil. Ya para 1967 las bombas lanzadas (1.5 millones de toneladas) habían sobrepasado las utilizadas por los aliados durante la Segunda Guerra Mundial.
Semejante envolvimiento generó una fuerte oposición en los Estados Unidos, Nixon llegó a la Casa Blanca y empezó a retirar tropas paulatinamente hasta que en 1973, el último combatiente norteamericano dejó Vietnam. La guerra alcanzó a durar hasta 1975, cuando cayó Saigón. En total, más de 4 millones de personas murieron (incluyendo cerca de 60 mil norteamericanos) y las pérdidas materiales fueron incalculables. No obstante que desde el comienzo fueron muchos los que aconsejaron la retirada de Vietnam, tuvieron que pasar casi 20 años para que Washington partiera. Es por esa razón que, a pesar de todas las cicatrices que quedaron y a pesar de los consejos en contra, parece increíble volver a ver a la infantería norteamericana en Centroamérica. Si bien los casos de Vietnam y Nicaragua son muy diferentes, no deja de ser curioso ver que en Washington las lecciones de la historia se olvidan muy rápido.