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KILLING FIELDS

El 'juicio' a Pol Pot en la jungla de Camboya recuerda al mundo el peor genocidio de la segunda parte del siglo XX.

1 de septiembre de 1997


El hombre que apareció la semana pasada en los noticieros del mundo entero sólo puede ser comparado con Hitler y Stalin. Aparte de esos dos maestros del genocidio ningún hombre en este siglo ha masacrado más víctimas que ese anciano frágil y endeble que en las imágenes de la televisión parecía incapaz de caminar sin ayu-da. Un hombre que nunca dejó de lucir su invariable sonrisa cuando ordenó la muerte de más de dos millones de sus compatriotas camboyanos entre 1975 y 1979.
Ese personaje que hoy enfrenta sus culpas se llama Saloth Sar, aunque el mundo lo conoce por su nombre de guerra, Pol Pot. Nada de lo que se conoce de él es suficiente para explicar el camino que escogió. De su vida personal se sabe que nació en una familia de agricultores arroceros emparentada con la casa real de Camboya. Cuando niño era descrito como "de buena índole" si bien poco interesado en el estudio. Como hijo de padres adinerados en 1949 fue enviado a Francia, donde intentó estudiar ingeniería eléctrica, pero a cambio de su fracaso académico ingresó al Partido Comunista Francés, en el cual se situó en el ala más radical de la sección camboyana. En 1953 Saloth Sar regresó a su país, donde por un tiempo se ganó la vida como profesor de historia y geografía en un colegio privado mientras adelantaba labores partidistas. Ese período terminó en 1963 cuando huyó a la selva, donde formó parte de los fundadores del Khmer Rouge (Jmer Rojo), un grupo guerrillero decidido a expulsar a los extranjeros de Camboya y establecer un régimen comunista en el país.
Sar, quien para entonces ya usaba el nombre de Pol Pot, logró conquistar el poder en 1975 a la sombra de los estertores de la guerra del Vietnam basado en la rampante corrupción del régimen del general Lon Nol, un dictador apoyado por Estados Unidos. Inmediatamente los soldados expulsaron de Pnohm Pehn a más de dos millones de personas con el pretexto de protegerlas de los bombardeos de Estados Unidos. Pero el verdadero objetivo era una draconiana transformación de Camboya hacia una sociedad agraria.
Varios años después el mundo supo cómo Pol Pot y sus secuaces orquestaron una meticulosa matanza para eliminar enemigos indeseables cuyo único crimen era hablar francés, tener una profesión, ser religioso o simplemente no tener las manos marcadas por el trabajo duro. Cerca de dos millones de personas murieron ejecutadas con un golpe en la base del cráneo o por las penalidades de un trabajo agrícola, desnutrición y absoluta falta de cuidados médicos. El genocidio inspiró la película Killing Fields, que asombró a millones en el mundo entero.
La comparación con Hitler y Stalin es, pues, inevitable. Pero en el caso de Pol Pot, el genocida logró sobrevivir en la clandestinidad a su derrocamiento por más de 20 años, refugiado en la selva con miles de tropas mientras su movimiento seguía disfrutando, con el apoyo occidental, de asiento en las Naciones Unidas como 'legítimo' representante del pueblo camboyano.La razón de semejante inconsistencia está en los vericuetos de la Guerra Fría. Resulta que quien derrocó a Pol Pot en 1979 y terminó con la pesadilla fue una invasión de la vecina Vietnam, que instaló en el poder un régimen títere dirigido por el hoy primer ministro Hun Sen. Los países occidentales, con Estados Unidos a la cabeza, se negaron a reconocer ese gobierno provietnamita porque aunque ya se sabía de los campos de exterminio, o Killing Fields, la invasión había violado las leyes internacionales. Y durante la década de los 80 varios de esos gobiernos suministraron armas a través de Tailandia a facciones 'democráticas' contrarias a Hun Sen, como la del recién expulsado coprimer ministro Norodom Ranadih, pero que terminaron efectivamente en manos del Jmer Rojo.
Fue esa complicidad de Occidente la que permitió que el mismo Jmer Rojo que perpetró el genocidio estuviera en las conversaciones de paz de 1991 con la justificación de que Pol Pot ya no lo dirigía. Y sólo después de ese año el movimiento cayó definitivamente en desgracia, si bien el tratamiento que recibió fue excesivamente suave. En efecto, el Jmer Rojo siguió operando en la selva (presumiblemente bajo el control del propio Pol Pot) mientras participaba en las conversaciones de París.
Por todo eso, y por cuanto muchos de quienes están hoy en el poder fueron miembros o aliados del Jmer Rojo, el mundo se ha contentado con ver a Pol Pot juzgado por sus propios secuaces y por un delito etéreo: alta traición. El moribundo Jmer Rojo trataría de esa forma de legitimar su presencia en una coalición contra Hun Sen, ahora que el primer ministro expulsó de facto a su compañero en el poder, el coprimer ministro príncipe Ranaridh.
El gobierno de Estados Unidos quiere (ahora sí) que le juzgue un tribunal internacional y hay países que lo reclaman en extradición. Tenerlo en el estrado sería el juicio del siglo: como tener a Hitler en Nüremberg. Pero por lo pronto el viejo y enfermo Pol Pot ha salido bien librado y nadie sabe si alguna vez será realmente capturado y juzgado. La razón es que sabe demasiado de una época como la Guerra Fría, en la que el límite entre el bien y el mal era trazado por la política.