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LA BATALLA DE ARGELIA

Abasteciendo las tiendas de alimentos, el gobierno intenta que los argelinos olviden la crisis que dejó cerca de mil muertos.

14 de noviembre de 1988

La semana pasada la paz llegó acompañada a Argelia. Aparte de la tranquilidad en las calles los productos volvieron a las estanterías, de una manera como hacía rato no se veía. Por todas partes las tiendas estatales y privadas volvieron a vender leche y huevos, semola y lentejas, mantequilla y café, al igual que frutas y vegetales. Y no sólo eso. Los bienes volvieron a los precios oficiales y no a los del mercado negro a los que todo el mundo estaba acostumbrado.
Semejante "abundancia" le hizo olvidar a algunos que hace apenas dos semanas, este país de 23 millones de habitantes estaba en medio de 105 peores motines de su historia. Claro que las cicatrices fueron lo suficientemente profundas para impedir que el recuerdo de lo que pasó se borrara, sepultado por la cantidad de comida.
Porque lo que pasó, fue realmente grave. En jornadas continuas de manifestación en contra dé una "insostenible" situación económica, cientos de jóvenes se enfrentaron con las fuerzas de seguridad del Estado, que tenían órdenes de disparar y no dudaron en hacerlo. Como consecuencia, entre 500 y 900 personas murieron en los desórdenes que se extendieron por toda la nación. Tan sólo hasta el miércoles pasado, el ejército logró imponer el control en las dos principales ciudades del país, Argel y Orán.
El saldo fue desastroso. Aparte del increible número de vidas perdidas, decenas de edificios estatales y de tiendas fueron saqueadas e incendiadas. La protesta, que nadie sabe en realidad como comenzó, se hizo fuerte en el área de Bab el-Oued, el barrio popular de Argel, y el mismo día se había extendido a otras zonas de la ciudad.
La fuerza de la explosión toma a todo el mundo por sorpresa. De manera espontánea, miles de personas se lanzaron a la calle en medio de lo que un testigo le describió a la revista parisina Le Nouvel Observateur, como "una jornada de locura. Todo lo que represenlaba el Estado, la riqueza, la injusticia, el orden, fue atacado, demolido, tomado. Un exorcismo triunfante y vengador después de tanta frustración", agregó el testigo.
Y es que, según los conocedores, la frustración fue la causa de todo. Por más esfuerzos hechos, Argelia no ha logrado levantar cabeza desde 1962, fecha de su independencia de Francia. La falta de oportunidades es un buen caldo de cultivo para disturbios, en un país donde dos terceras partes de la población tiene menos de 25 años.
Con un crecimiento demográfico superior al 3% al año, las necesidades son cada vez más amplias y los faltantes cada vez más dramáticos. Para colmo de males, el país ha sufrido por cuenta de la debacle en los precios internacionales del petróleo, que representa un 95% de las exportaciones. En 1985 los ingresos fueron de 12.500 millones de dólares, mientras que ahora deben acercarse a los 8 mi] millones.
Ese faltante implicó el recorte de una gran cantidad de programas populares que golpearon a los más pobres. Decenas de proyectos industriales fueron abandonados a mitad de camino, al tiempo que se imponían cuotas y controles de precios para los productos de primera necesidad.
Todo eso se combinó con una situación política cerrada. Desde su fundación, el Estado argelino ha sido regido por el Frente de Liberación Nacional, el único partido permitido, que a punta de entronizarse en el poder olvidó las causas de la lucha contra los franceses. Hoy en día, el FLN es una agrupación corrompida, que no se destaca precisamente por su popularidad.
Semejante agrupación parece ser la menos indicada para responder a las demandas populares. Con una tasa de desempleo oficial del 17%, a la que se le agrega una crisis profunda del sistema educativo, al igual que el mal estado de los servicios públicos, el FLN no se destaca por sus alcances.
La continuidad de un régimen que en teoría se aferra a los principios socialistas no parece asegurar que el futuro sea muy bueno. Hasta ahora las políticas ensayadas han degenerado en un crecimiento del mercado negro, del mercado clandestino, del contrabando y el prevaricato, así como del mercado paralelo de divisas.
Frente a esa realidad, son pocos los que le apuestan al futuro de Argelia. La semana pasada el presidente Chadli Benjedid consiguió ganar un poco de tiempo con un discurso en el cual prometió vagos cambios políticos. Ese gesto de "buena voluntad" fue hábilmente complementado con el reabastecimiento de productos en las tiendas.
Pero es mejor que el presidente se de prisa. Si desea que la calma se mantenga, lo único que puede hacer el mandatario argelino es volver realidad sus promesas. Los más pesimistas indican que el petróleo se va a acabar antes del año 2000, hecho que indica que no hay mucho tiempo para salir con una buena respuesta para la crisis. Si no es así, nadie duda que la violencia reaparecerá y la proxima vez puede ser peor. Tal como anotara uno de los jóvenes manifestantes "ellos nos matan porque nos tienen miedo y ellos nos tienen miedo porque no tenemos nada que perder".