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LA CALDERA DEL DIABLO

La erupción del volcán Unzen recuerda a los japoneses que viven en una de las zonas más inestables del mundo.

8 de julio de 1991

ERAN LAS CUATRO DE LA tarde del lunes 3 de junio cuando un gran ruido estremeció la isla de Kyushu, en el sudeste de Japón. El volcán Unzen, a 40 kilómetros de Nagasaki, acababa de entrar en erupción.
Las casas y los bosques se incendiaron al tomar contacto con la lluvia de piedras sobrecalentadas.
El volcán había dado señales de peligro desde el 17 de diciembre, cuando se iniciaron los tremores. Pero a pesar de que muchos habían abandonado sus viviendas desde entonces, la semana pasada habían regresado un gran número de pobladores, ante el anuncio de que el peligro no era inminente.
Esa fue la causa de la mayoría de los 50 muertos y desaparecidos. La policía informó que por lo menos 16 de ellos eran periodistas, y miembros de la TV. Además de varios residentes entre las víctimas figuraron una pareja francesa y un geólogo norteamericano.
Con la lava descendiendo a más de 150 kilómetros por hora, el infernal espectáculo convirtió lo que hasta entonces era un pintoresco paisaje rural en un caos de ceniza, y lodo . La televisión japonesa mostró gentes cubiertas de cenizas y con las ropas parcialmente quemadas.
El Unzen no tenía una erupción de esas dimensiones desde 1792, cuando se cree que murieron 15 mil personas. La tragedia de la semana pasada sirvió en la tierra del Sol Naciente, como una suerte de recordatorio sobre la extrema inestabilidad del suelo japonés.