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LA CALDERA DEL DIABLO

Como en Yugoslavia, las rivalidades étnicas y culturales son el nuevo riesgo para la paz europea.

5 de agosto de 1991

LA TERMINACION DEL CONflicto ideológico este-oeste, entre otras consecuencias, trajo implícita la esperanza de una paz duradera entre las naciones. Como los antiguos polos de poder ya no se ven como una amenaza mutua, los dos bloques tradicionales han bajado la guardia, embarcados en programas de disminución de fuerzas, en el caso de la Otan, y de desmantelamiento de la alianza, en el caso del Pacto de Varsovia.

Pero el proceso iniciado en agosto de 1989 en Europa oriental, destapó una caja de Pandora que se creía sepultada por los años. Se trata de las rivalidades históricas, culturales y religiosas que se separan desde hace milenios a muchos pueblos europeos, para los que las fronteras estatales son, en muchas ocasiones, artificios dictados por las conveniencias de cada momento histórico. El caso de Yugoslavia ha confirmado a los analistas, que la nueva amenaza a la paz no proviene de enfrentamientos entre países, sino de las tensiones intraestatales.

La manifestación este-europea de ese fenómeno tiene un origen cercano y muy concreto. Al menos durante los últimos 200 años, el imperio Austro húngaro acomodó a varios grupos étnicos europeos en forma casi totalmente pacífica. Pero en 1918, al terminar la primera guerra mundial, ese gigante político se vio desmembrado, al igual que el Imperio Otomano en el sur. Las fronteras de la región fueron trazadas de nuevo, pero no lograron colmar las aspiraciones de todos los grupos, que se cifraban no sólo en mantener su unidad, sino la integridad de su territorio ancestral. En 1923, de 110 millones de personas que vivían en Europa oriental, 30 millones estaban consideradas como minorías raciales en sus países.

Las tensiones resultantes se vieron exageradas por la Segunda Guerra Mundial, cuando se presentaron asesinatos en masa y migraciones forzadas que hicieron que ese número se redujera a 14 millones, que sin embargo constituyen el 10 por ciento de la población.

Tras la llegada del comunismo al poder, al finalizar el segundo conflicto orbital, las rivalidades étnicas quedaron sepultadas bajo la lucha de clases, duramente reprimidas a sangre y fuego. Pero al caer la dictadura del proletariado 45 años más tarde, las tensiones nacionalistas han renacido en forma violenta, con choques presentes en los cuatro puntos cardinales. Algunos analistas opinan que ese renacimiento tiene mucho que ver con la reafirmación de la identidad propia, tras años de mirar al mundo con el prisma monolítico del marxismo.

El fenómeno de los nacionalismos grupales no es exclusivo, por supuesto, de Europa oriental. La Unión Soviética está cruzada por disputas raciales, y en occidente, Francia, España y Gran Bretaña sufren fenómenos similares, para no hablar de Africa, donde las fronteras coloniales separaron y unieron pueblos ancestralmente antagónicos. Sin embargo, la atención del mundo se centra hoy en los antiguos países comunistas, no sólo por la difícil situación económica que atraviesan que estimula las crisis sino por el efecto dominó que podría producirse a partir de la virtual guerra civil que afecta a Yugoslavia.

Cada país tiene su propio caso:

POLONIA
La reunificación de Alemania creó entre los polacos el temor de que el nuevo coloso reclame los territorios que le fueron cercenados tras su derrota en la Segunda Guerra Mundial, si bien las relaciones entre los gobiernos de Léch Walesa y Helmut Kohl se mantienen en el mejor tono. De por medio está el número indeterminado de alemanes étnicos que quedaron en Polonia al trasladarse la jurisdicción territorial. Ese problema, sin embargo, ha disminuido sustancialmente a partir de la apertura de las fronteras para la repatriación de alemanes étnicos.

HUNGRIA
Se trata de uno de los países más homogéneos racialmente en Europa, pero tres millones de húngaros viven en países vecinos. Praga resiente todavía el tratado de Trianon de 1920, cuando entregó la región de Transilvania a Rumania, junto con casi dos millones de habitantes. En el norte del país viven 200 mil alemanes.

CHECOSLOVAQUIA
Este país fue creado en 1918 para acoger a los eslovacos y a los checos, minorías en el imperio Austroungaro.
Hoy, los primeros temen la dominación de los segundos, que les superan en una relación de dos a uno en una población de 15.5 millones. Tanto, que han logrado que el país se convierta en una confederación en el que incluso el nombre oficial (Checo y eslovaco) refleja el federalismo. Checoslovaquia expulsó tres millones de alemanes de los Sudetes, al término de la Segunda Guerra Mundial. Su conflicto es aumentado por la presencia de 600 mil hungaros en el sur del país.

RUMANIA
Este país tiene la minoría nacional más grande del continente, conformada por dos millones de húngaros. Durante la dictadura de Ceausescu sus derechos culturales fueron violentamente reprimidos, pero el nuevo gobierno les ha hecho algunas concesiones. Ello, sin embargo, estimuló el odio de los rumanos, quienes se quejan de que los húngaros los menosprecian. Como resultado, se produjeron violentos enfrentamientos el año pasado en Tirgu Mures. Para Rumania también es un dolor de cabeza la pérdida de Besarabia a manos de la URSS, con su consiguiente carga humana.

BULGARIA
Mas de un millón de turcos quedaron atrapados en Bulgaria cuando cayó su Imperio Otomano. El gobierno comunista hizo todo lo posible por asimilarlos, así como a los musulmanes búlgaros, sin éxito. El nuevo régimen les aseguró el respeto a sus derechos pero, como en Rumania respecto de los húngaros, ello produjo manifestaciones hostiles del grueso de la población búlgara.