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¿LA EMBARRADA?

Bush escoge como compañero de fórmula al "hombre ideal", pero la prensa le encuentra rabo de paja.

19 de septiembre de 1988

Por un momento las luces se apagaron y el nivel de los murmullos bajó hasta el mínimo posible en el Superdome de Nueva Orleans, el pasado jueves en la noche.
De pronto, como si se tratara de una estrella de rock, los reflectores iluminaron la figura del hombre que se dirigía hacia el estrado y entonces la gritería de la multitud y la música salida de los altoparlantes lo invadieron todo. Allí, parado enfrente de casi 30 mil personas, se encontraba George Herbert Walker Bush, quien a sus 64 años de edad se dispuso a pronunciar el discurso más importante de su vida, después de haber sido nominado como candidato del Partido Republicano a la presidencia de los Estados Unidos .

Tal como lo describieron los asistentes, Bush "donó lo mejor de sí mismo". Haciendo gala de dotes oratorias hasta entonces desconocidas en él, logró entusiasmar a la multitud y por un momento aparecer como el jefe único e indiscutido de la derecha norteamericana. Poniendo énfasis en la necesidad de continuar con la revolución reaganiana, el nuevo candidato prometió llevar el país "hacia adelante".

Ese fue quizás el momento más emocionante de la convención republicana, sucedida la semana pasada en esa ciudad del sur de los Estados Unidos. Durante cuatro días, cerca de 50 mil personas, entre delegados (2.277 con sus respectivos suplentes), invitados y periodistas, se pasearon por la capital mundial del jazz. Como langostas, los visitantes ocuparon hoteles y restaurantes y llenaron a tope los establecimientos de striptease situados en cercanias de la famosa Bourbon Street. Por más conservadores y religiosos, cientos de republicanos no resistieron la tentación de ver a las go-go girls bailar en paños menores, con su escasa ropa cubierta de escudos de George Bush.

Y es que no hay que olvidar que el vicepresidente fue la razón --si no el pretexto--de tanta fiesta. Habiéndole donado cerca de un mes de ventaja a su competidor, el demócrata Michael Dukakis, Bush necesitaba un buen desempeño si quería ver subir sus acciones.

Con ese objetivo en mente se inició la convención el lunes 15 de agosto, dentro de las instalaciones del Superdome, el gigantesco estadio cubierto que utiliza normalmente el equipo de fútbol americano, The New Orleans Saints. Fue en ese "discreto" escenario que los convencionistas le rindieron un último homenaje a su ídolo, el presidente Ronald Reagan. Con buena parte de su popularidad intacta, el actual jefe de la Casa Blanca demostró que mantiene en alto el prestigio frente a su público. En medio de una emotiva despedida, Reagan elogió repetidamente a George Bush como su sucesor.

El jefe del Estado recordó que, por más ataques de los demócratas, el vicepresidente estuvo "ahi" en los momentos críticos de los pasados ocho años y que acumuló la experiencia su ficiente para continuar por la senda republicana. "Necesitamos alguien que sea lo suficientemente grande y experimentado para manejar negociaciones dirciles y duras con Gorbachov, porque este no es momento para jugar con (gente) que se entrene haciendo el trabajo", afirmó el presidente. Así mismo, recordó que pronto llegará la época del retiro en su "finca" de California. "Hay todavía mucha maleza en el rancho, cercas que necesitan repararse y caballos para montar", sostuvo el ex actor de 77 años.

Toda esa nostalgia se terminó con la llegada del otro día. Aunque es indudable que, de no haber sido por la enmienda constitucional que prohibe la reelección por segunda vez, Reagan habría sido el candidato, lo cierto es que Bush manejó hábilmente las cosas para no ser opacado por alguien que lo supera en imagen y popularidad. Los dos hombres se cruzaron brevemente el martes en la mañana en un aeropuerto militar cerca de la ciudad y a partir de ese momento el vicepresidente empezó a poner las cosas bajo su control.

Para concentrar la atención, el primer golpe fue la elección del compañero de fórmula. Sorpresivamente, Bush escogió a Dan Quayle, senador por el Estado de Indiana, quien a sus 41 años es una de las nuevas estrellas republicanas. Con su pinta de allamerican boy, el nuevo candidato a la vicepresidencia fue descrito como un Robert Redford de la política (hecho que motivó las protestas del actor).
Especializado en asuntos de defensa y conocido como conservador a ultranza, Quayle fue rápidamente alabado por todo el mundo. Según los análisis iniciales, este heredero de un imperio periodístico construido por su abuelo en Indiana, podría ser definitivo para convencer a los votantes centristas y a los agricultores del mid-west.

Todo eso, claro está, si Quayle pasaba el primer escrutinio de la prensa.
Lamentablemente para él, las cosas empezaron mal. Un periodista averiguó que en 1969 Quayle logró enlistarse en la Guardia Nacional de su Estado (una especie de cuerpo militar cuya cabeza es el gobernador respectivo), lo cual le evitó ir a luchar a Vietnam. Aunque la práctica era corriente durante esa época, todo indica que el joven Dan utilizó las conexiones de su familia para ser incluido en la agrupación.

El escándalo creció con el correr de los días. Tanto, que la noche del discurso de Bush los noticieros de la televisión le dedicaron un tiempo simila a las informaciones sobre el pasado del senador, que a las del vicepresidente. Si bien este último controló perfectamente su momento frente al público, el "caso Quayle" alcanzó dimensiones preocupantes. Tal como anotara un periodista asistente al evento, "todos saben que un buen candidato a vicepresidente no gana las elecciones, pero uno malo puede hacer mucho daño".

En particular, el problema de los republicanos es el de demostrarle a la gente que Bush y su compañero son gente normal. Por eso no queda nada bien que se confirme que el número dos del tiquete es--como el número uno--un rico heredero y además utilizó sus influencias para recibir un tratamiento especial.

Como si eso fuera poco, casi inmediatamente a la nominación de Quayle, el martes de la semana pasada se levantó una fenomenal polvareda cuando se recordó el escándalo protagonizado por Paula Parkinson en 1980. En esa epoca se descubrió que la despampanante rubia se había acostado al menos con 10 congresistas a cambio, según se afirma, de lograr sus votos positivos en algunas decisiones en que la mujer tenía intereses. Según se dijo, en ese año Quayle compartió una casa en Florida con la mujer y otros congresistas, en un viaje destinado a jugar golf, y allí habría ocurrido el romance con el hoy candidato a vicepresidente. Esa versión fue rápidamente desmentida por el ex representante Thomas Evans jr., verdadero protagonista del escándalo en esa ocasión, quien aclaró que el Departamento de Justicia investigó los hechos y sus conclusiones no ameritaron la presentación de cargos. Pero la sombra de esa rubia, que ganó aún más notoriedad cuando posó desnuda para la revista Playboy, seguirá proyectándose sobre Quayle, pues según los observadores el pueblo norteamericano es particularmente aficionado a darle a esos asuntos medio escabrosos un tinte sensacionalista.

Esa amarga nota acabó empañando el balance de la convención republicana. Aunque con su discurso George Bush demostró que tiene más magnetismo del que se creía, los líos de Quayle quedaron flotando como mala profecía.

Claro que eso no quiere declr que las cosas vayan mal para el candidato de la derecha. Según las encuestas, Bush tine ahora una pequeña ventaja sobre Dukakis (45% contra 44%), después de que hace un mes fuera perdiendo por 17 puntos.

Esos números, no obstante, no quieren decir nada en términos prácticos. Los sondeos hechos la semana pasada dejaron en claro que buena parte del público todavía no ha tomado una decisión en firme. Como dijera un especialista, "esto es como pronosticar el resultado de un partido de béisbol cuando apenas ha concluido la tercera entrada".

Por lo tanto, el reto en los meses por venir es el de ganar terreno centímetro a centímetro. Asumiendo que la bomba de Quayle se desactive, Bush necesita mantener la oleada de opinión favorable que logró en la convención de su partido. Hasta hace un par de semanas el vicepresidente era considerado por la mayoría de los votantes como poco mas que un pelele. A pesar de ser el heredero de Ronald Reagan y de que el país se encuentra dentro de la fase de prosperidad más larga de esta segunda mitad del siglo, Bush no había conseguido beneficiarse de ese legado.

Para sus críticos el Problema radica en que nadie--nisiquiera el mismo Bush-sabe cómo es el verdadero George. Continuamente se le cita como un segundo efectivo que es malo a la hora de tomar decisiones y que siempre trata de estar bien con todo el mundo. Ligeramente menos ignorante que Reagan, comparte, sin embargo, con el actual presidente la afición por las generalidades y se aburre con los detalles.

Esa percepción, claro está, es combatida por el propio Bush. En una serie de entrevistas concedidas antes y después de su nominación, el candidato republicano insistió que sabe para dónde va. Entre otras cosas, Bush reiteró su apego al credo de su partido: no a las alzas de impuestos, no al aborto, no a la intervención del Estado en la vida de los particulares; si la empresa privada y sí a la defensa fuerte. Fueron tal vez esas ideas las que consiguieron que el jueves pasado el candidato republicano fuera estrepitosamente aplaudido en el Superdome de Nueva Orleans. Si ese reen cauche es temporal o definitivo, se verá en las próximas semanas, porque de aquí hasta el 8 de noviembre ha tiempo de sobra para ver quién es quién, en esta larga carrera para decidir el nombre del nuevo inquilino de la Casa Blanca. --