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LA GUERRA Y LA PAZ

Tras decretar el fin de la tregua, Ortega se juega la carta de un plan de paz inesperado.

11 de diciembre de 1989

Cuando el presidente nicaraguense Daniel Ortega anunció que su gobierno no renovaría el cese al fuego unilateral en su guerra contra la Resistencia Nicaraguense (RN) (los contras) llovieron sobre él toda clase de críticas que iban, desde lo inapropiado de la ocasión -el cumpleaños de la democracia costarricense- hasta el efecto bumerán de justificar que los norteamericanos reanudaran su apoyo bélico a los contras, pasando por la pérdida de la imagen que un gesto tan abrupto iba a significar para el prestigio de la revolución sandinista.
Pero con el paso de los días, la avalancha de ataques pareció enfriarse en todos los frentes. Quienes dudaron de la seriedad de sus acusaciones contra la RN,según las cuales los contras habrían efectuado un número indeterminado de incursiones e incluso se habían infiltrado en Nicaragua para sabotear las elecciones, se vieron desmentidos cuando los periódicos más prestigiosos de Estados Unidos -The Washington Post y Los Angeles Times, entre otros- reconocieron que los contras eran los responsables de esos ataques y especialmente de uno en el que murieron 19 reservistas que acudían a inscribirse en las elecciones.
Quienes dijeron que los principales violadores de los acuerdos de paz de Tela (Honduras) eran los propios nicaraguenses, se vieron desmentidos cuando el periódico The New York Times publicó un resumen de la actitud de Estados Unidos ante el proceso de paz para Centroamérica,en donde apareció con claridad cómo los gringos, aunque no son signatarios de los acuerdos, desplegaron toda su influencia económica y política para torpedear el esquema ideado por el presidente costarricense, Oscar Arias, que entre otras cosas le granjeó un premio Nobel de Paz. Se supo que la Agencia para el Desarrollo Internacional, pese a su pomposo nombre, le ha proporcionado a los contras que se refugian en Honduras entre US$ 150.000 y US$200.000 mensuales, sin poner ninguna condición relacionada con el cumplimiento de los compromisos y especialmente su desmovilización, cuyo plazo límite se había fijado para el 5 de diciembre.
En el más puro ejercicio de su "poder de policía continental", la Casa Blanca desearía que los contras se mantuvieran vivos para "garantizar", con su presencia la pureza de las elecciones, esto es, que la candidata de oposición, Violeta Chamorro, sacara por fin a los sandinistas del poder. Eso justificaría a los ojos de todo el mundo que el gobierno hondureño, que depende casi del todo del norteamericano, no hubiera hecho prácticamente nada en dirección al desmantelamiento de los contras.
Si lo que quería Ortega era llamar la atención mundial sobre el incumplimiento de los compromisos de Tela, seguramente lo logró, pues el problema nicaraguense regresó a las primeras planas de los periódicos del orbe e incluso logró incrustarse en la agenda de la cumbre Bush Gorbachov, que se celebrará en pocos meses. La otra crítica, la que se refería a haberle puesto en bandeja a los gringos el pretexto para rearmar a los contras, tampoco pareció ser cierta, pues a medida que pasaba la semana, era evidente que el presidente Bush no se iba a embarcar en una batalla parlamentaria para conseguir un apoyo renovado para un grupo que cada vez se parece más a una cuerda de forajidos .
En esas condiciones, las únicas críticas que quedaban vigentes contra Ortega eran la improcedencia de la ocasión y los posibles efectos contra su imagen, pero ellas finalmente quedaron como una prueba más de la impredecibilidad de la diplomacia nicaraguense, que en otras oportunidades las ha hecho aún peores. Sin embargo mientras se preparaba la reunión convocada por el mismo Ortega en Naciones Unidas para tratar de lograr un acuerdo, el gobierno de Managua anunció un plan de paz que, de llevarse a cabo, constituiría un éxito inesperado de Ortega, algo así como un empate en el último minuto del partido. El documento de 15 puntos, que se denomina "plan de ejecución de los acuerdos de Tela", de ser firmado por los interesados lograría subsanar los grandes defectos del acuerdo de Tela, esto es, su ambiguedad y su falta de mecanismos de obligatoriedad, especialmente frente a Honduras. El plan no sólo comprende el compromiso de una tregua unilateral,una vez los contras se comprometan a desmovilizarse, sino que exhorta al gobierno norteamericano a desviar los fondos aprobados para los guerrilleros hacia la comisión conjunta de verificación de la ONU y la OEA.
Si el plan propuesto tiene o no éxito, es algo que sólo se sabrá al concluir la reunión. Pero para muchos observadores es claro que si lo logra, Ortega se habrá salido con la suya, así se le acuse de ser el diplomático más "brocha" del mundo entero.