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LA HORA DE LA REVANCHA

De la noche a la mañana los demócratas descubren que podrían recuperar la presidencia de Estados Unidos.

17 de agosto de 1992

LA HORA DE LA REVANCHA
LA CONVENCION DEMOCRATA QUE SE LLEvó a cabo en Nueva York la semana pasada tuvo un desenlace que no sorprendió a nadie. Como se esperaba, el gobernador de Arkansas Bill Clinton y su compañero de fórmula, el senador Al Gore Jr., recibieron la investidura para representar al partido en las elecciones presidenciales de noviembre próximo. Pero los vítores y la euforia de los delegados no solamente se debían al show de unidad partidaria que presentaron los políticos más representativos de ese conglomerado, como Edward Kennedy, Jimmy Carter y Mario Cuomo. Los demócratas saborearon una convención como pocas, porque después de muchos altibajos en las primarias, se apoderó de ellos la certeza de que este año sería el de la revancha.
La razón de esa euforia no solamente está en la ventaja que las encuestas otorgaron a Clinton a partir de la semana pasada. Al fin y al cabo en 1988 el candidato Michael Dukakis aventajaba al entonces vicepresidente George Bush por los mismos 17 puntos porcentuales en la época de su convención, y es un hecho sabido en la política norteamericana que ese evento estelar, con su esplendor y su cubrimiento televisivo, trae consigo una subida de la expectativa de voto. La euforia se fundó en que esta vez, la dupla escogida parece capaz de aprovechar las debilidades y el desgaste de George Bush y Dan Quayle, para recuperar por fin una presidencia que los demócratas perdieron en 1980. Tanta fue la euforia, que la renuncia del independiente Ross Perot (ver recuadro) que era considerada por algunos como negativa para las aspiraciones demócratas, fue recibida con expresiones de júbilo.
El dramático viraje de las preferencias mostradas por las encuestas demostró, por encima de todo, la volatilidad del electorado norteamericano. Hace solamente cuatro semanas, Ross Perot estaba a la cabeza de las encuestas, hasta el punto de que muchos apostaban que podría ganar en noviembre, o al menos obligar a remitir la elección al Congreso, en una crisis institucional sin precedentes. Los estrategas de ambos partidos se enfrentaban a una temporada electoral fuera de lo común, porque entre tres, quitarle los votos a alguno no significaba necesariamente ganarlos.
Pero Perot era un globo de aire caliente y al final de la convención, y retirado el independiente, el panorama había cambiado, por completo. Según una encuesta de la cadena CNN y el diario USA Today, Clinton presentaba una intención de voto del 56 por ciento contra un 33 de Bush. Para mayor regocijo, la misma encuesta investigó las tendencias existentes entre los expartidarios de Perot y encontró que de ellos, el 35 por ciento se inclinaban por Clinton contra el 35 por ciento de favorables a Bush.
El éxito de Clinton carece demostrar que los norteamericanos han dejado atrás los prejuicios por el comportamiento personal de sus candidatos a la presidencia. Años atrás, el descubrimiento de un affair del senador Gary Hart hizo desaparecer del panorama a quien hubiera sido, según muchos, capaz de guiar a los demócratas a la victoria en 1988. Este año Clinton tuvo que sortear una situación semejante cuando se le descubrió un romance con una rubia cantante de cabaret llamada Jennifer Flowers. Sus enemigos no se conformaron con que un escándalo de enero estuviera olvidado en julio, y establecieron una línea telefónica a donde cualquiera que quisiera pagar la tarifa, podía oír a Clinton hablando en forma íntima con su amante.
Pero esta vez, Clinton demostró que tiene lo necesario para dejar atrás escollos tan peligrosos: una inteligencia privilegiada y una determinación invencible. Clinton es, al contrario de muchos políticos, un hombre inmensamente preparado que expone con fluidez sus puntos de vista sobre los temas más disímiles, desde el aborto hasta las relaciones comerciales con la Comunidad Europea. Para un analista de Washington, "Bill es un hombre monstruosamente inteligente, tal vez el mejor candidato que se haya visto en muchos años".
Clinton desde muy joven supo que estaba llamado a grandes destinos. Alguien con menos claridad y tenacidad no hubiera superado las dificultades de unas primarias tan turbulentas como las de este año. Pero tampoco hubiera atravesado una infancia marcada por un padrastro alcohólico (su padre murió seis meses antes de su nacimiento) ni ganado una beca Rhodes en la Universidad de Oxford, en Inglaterra. Ni ser en 1978, a los 32 años, el gobernador más joven, calificado más tarde por sus colegas como el mejor de todo el país.
Los demócratas están felices porque su fórmula tiene todo para ganar, pues Clinton, a diferencia de Dukakis hace cuatro años, parece en total control de la situación, y Gore parece un compañero ideal, alguien que podría asumir la presidencia sin producir la desconfianza que genera Dan Quayle.
Pero lo cierto es que, con el retiro de Ross Perot, la competencia está partiendo de cero. George Bush podrá cargar sobre sí todo el desgaste no sólo de su gobierno, sino del de su antecesor y jefe Ronald Reagan, pero no es un candidato fácilmente descartable. Un observador de California comparó su reelección con un zapato viejo y cómodo del que es difícil deshacerse. Aunque la economía del país acusa problemas, con la deuda pública más grande del mundo y un déficit comercial aparentemente insuperable, Bush tiene buena imagen a nivel doméstico e internacional, y para los hombres de negocios, que son los que ponen la plata, Bush representa una actitud ideológica si no de derecha, a lo sumo de centro, frente a la tendencia centro-izquierdista tradicional que ni la conservadurización de Clinton logra hacer olvidar. Para muchos observadores, en la era Reaganush mucha gente ha quedado más pobre, pero también una minoría de grandes proporciones se ha enriquecido, y ésta tiene una capacidad dedecisión nada despreciable.
Lo que sí es totalmente cierto es que con la salida de Perot, y a la espera de la convención republicana a realizarse en Houston el mes entrante, se inicia la hora de la verdad en las elecciones norteamericanas. Unas elecciones que prometen ser las más reñidas y emocionales en la historia reciente de la democracia más grande del mundo.

EL MAYOR DESFILE DE LA HISTORIA
HASTA MEDIADOS DE JUNIO,la candidatura no declarada del multimillonario texano Ross Perot cabalgaba en son de triunfo, impulsada por el cansancio de muchos norteamericanos hacia sus políticos. Pero la semana pasada, Perot anunció en Dallas que abandonaba su pretensión. El globo se reventó con un estruendo que se oyó a lo largo y ancho de Estados Unidos, y los asesores de las campañas republicana y demócrata, se encontraron de la noche a la mañana en la necesidad de reconsiderar toda su estrategia.
El fenómeno Perot había comenzado en marzo, cuando en una entrevista con el periodista Larry King, el texano dejó saber su disponibilidad para aspirar como independiente a la presidencia del país, para sacarlo de las manos de "políticos tramposos y mentirosos". Desde entonces, casi siempre a través de la televisión, Perot se convirtió en el vocero del descontento popular. Los norteamericanos se dejaron seducir por ese hombre cuya historia "oficial" hablaba de una fortuna inmensa hecha casi de la noche a la mañana, alguien que, en suma, estaba acostumbrada a "hacer cosas" sin perderse en disquisiciones interminables.
Pero pasaban las semanas, y el candidato no superaba la etapa de las denuncias para pasar a la de las iniciativas. Desde finales de mayo, el periódico The New York Times preguntó en su página editorial ¿Dónde está la sustancia? Perot solamente había esbozado el proyecto de establecer un etéreo contacto entre el poder y el pueblo mediante "ayuntamientos electrónicos". Pero las persistentes evasivas a explicar sus ideas específicas produjeron la impresión de que Perot carecía por completo de ellas.
Desde entonces la prensa se lanzó a desentrañar quién era ese personaje desconocido para la mayoría de sus conciudadanos, pero capaz de ir a la cabeza en las encuestas. El público se enterá por ejemplo de que Perot, gran crítico de la corrupción, formó buena parte de su fortuna mediante contratos no siempre muy claros con el gobierno. El 12 de junio el periódico The Wall Street Journal puso en claro su tendencia a dar golpes bajos para obtener revancha, al revelar que, obsesionado por encontrar prisioneros norteamericanos en Vietnam, Perot contrató en 1987 un investigador para chantajear a un funcionario que en su opinión frenaba las investigaciorles. Casi un mes después se supo que Perot amenazó a un periódico de Dallas que se atrevió a cuestionar los negocios de su hijo, con revelar fotografías poco presentables de un directivo del mismo. A finales de junio, el Washington Post reportó que en 1987, Perot pagó 10 mil dólares para que se investigaran los negocios de un amigo de George Bush. Perot adquirió sin quererlo la imagen de un seudofascista capaz de usar los servicios secretos del país para propósitos descabellados.
La semana pasada comenzó la cuenta regresiva cuando su jefe de campaña, Edward Rollins, renunció por la terquedad del candidato, quien no escuchó uno sólo de sus consejos, para contrarestar la ofensiva lanzada por los republicanos.
Ya para entonces había pasado al tercer lugar en las encuestas y enfurecido al electorado negro, al usar expresiones despectivas ante la Asociación Nacional para el avance de la gente de color. Con esas premisas, la presión de decenas de periodistas que investigaban los cabos sueltos en la historia del candidato, cerró el cerco a su alrededor. Su estrategia ante los ataques había sido negarlo todo, y si se probaba que mentía, su imagen de luchador anticcorrupción se hubiera venido al suelo. La renuncia del jueves fue en realidad un desenlace inevitable de alguien que de candidato triunfador pasó a aventurero sólo dos semanas.