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El Chapo Guzmán logró fugarse del penal El Altiplano, que según las autoridades mexicanas es el más seguro del país. Tras la evasión, 31 funcionarios de esa cárcel, incluido su director, están siendo investigados por presunta complicidad.

MÉXICO

La humillación del 'Chapo' a México

La segunda fuga del mayor narcotraficante de la historia de México debilita aún más a Enrique Peña Nieto y revela un país doblegado por la corrupción.

18 de julio de 2015

A las ocho y cincuenta y dos de la noche del sábado pasado, Joaquín ‘el Chapo’ Guzmán se puso los zapatos, se levantó de la cama y se dirigió hacia la ducha de su celda para tomar un medicamento. Se acercó a la esquina donde se encuentra la regadera y se agachó como si quisiera recoger algo. Pero no volvió a ponerse de pie. De hecho, nunca volvió a vérsele en las instalaciones del penal de máxima seguridad en el que estaba condenado a pasar el resto de sus días.

Según pudieron confirmar las autoridades, el mayor criminal de México había aprovechado uno de los puntos ciegos del sistema de videovigilancia privada para escabullirse por un agujero vertical de unos diez metros de profundidad. Al fondo, este continuaba por un corredor que se proyecta hacia el suroeste del penal, lo suficientemente alto y ancho como para permitirle a un hombre atravesarlo corriendo sin mayores contratiempos.

Los guardas del penal El Altiplano pudieron a su vez comprobar que el ducto contaba con un sofisticado sistema de ventilación con tubería de PVC, una moto adaptada sobre rieles y bombillas eléctricas cada pocos metros para garantizar la buena visibilidad. Para llegar del otro lado del socavón, tuvieron que recorrer un kilómetro y medio por debajo de un terreno con las suaves ondulaciones que caracterizan los alrededores de Toluca. Sin embargo, el ducto era recto como una catacumba y terminaba como había comenzado: con una sencilla escalerilla que conducía a una casa a medio construir (ver infografía). Solo que esta se encontraba en medio de una pradera.

Para el Chapo –que reafirmó con honores su alias: ‘el señor de los túneles’– las carretillas y los materiales de construcción que usaron sus secuaces para construir la galería se convirtieron en la primera señal de su libertad. Para el presidente de México, Enrique Peña Nieto, esas herramientas y ese túnel excavado en las narices del penal más seguro del país se han convertido en otro revés mayúsculo para su gobierno, que atraviesa por una crisis crónica desde mediados de 2014 y que hoy tienen al mandatario con una popularidad de apenas el 39 por ciento.

A México, la evasión lo deja a su vez aún más convencido de la ineficacia de sus instituciones. Aunque el líder del cartel de Sinaloa es poderoso, multimillonario e inescrupuloso, que cuenta con subalternos expertos en la excavación y mantenimiento de túneles para pasar droga por la frontera con Estados Unidos (ver infografía), hoy nadie duda de que para escapar compró a buena parte de los miembros del penal.

Un presidente ausente


Además del revés político que significa la fuga de un enemigo del Estado del calibre del Chapo, la crisis de esta semana tuvo dos elementos adicionales que le han dado combustible a los críticos de Peña Nieto.

Por un lado, el propio presidente se había jactado de haber acabado con el Cartel de Sinaloa al capturar al delincuente más buscado de su país, que ya en una ocasión había logrado evadirse de un penal de máxima seguridad durante el gobierno de Felipe Calderón. Una nueva fuga del capo “sería algo imperdonable”, le dijo a la cadena Univisión en febrero del año pasado. Hoy, también se le reprocha no haberlo extraditado pese a las solicitudes del gobierno de Estados Unidos, que además le había advertido que el Chapo quería evadirse.

Por el otro, la evasión lo sorprendió en plena visita oficial a Francia. Allí, el mandatario se había desplazado en un intento de retomar la iniciativa política tras el balón de oxígeno que significaron para su gobierno las elecciones federales de junio, que su Partido Revolucionario Institucional (PRI) ganó, pese al profundo descrédito de los políticos en su país. Desde París, Peña Nieto dio el domingo una conferencia de prensa en la que se declaró “profundamente consternado” y anunció que había destinado todas las fuerzas del Estado para recapturar al Chapo. Pero no canceló ni acortó su visita, que terminó el jueves según lo previsto.

La opción adoptada por el mandatario resultó ser contraproducente, y a la postre subrayó las deficiencias y excesos de su gobierno. El tamaño de la comitiva de Peña Nieto (compuesta por casi 400 personas), las nimias proporciones del intercambio con Francia (menos del 1 por ciento de la balanza comercial mexicana) e incluso las peleas en público con su esposa, la exactriz de telenovelas Angélica Rivera, le dieron argumentos a quienes ven a México como un Estado profundamente disfuncional. Como le dijo a SEMANA Luis Rubio, director del Instituto México del Wilson Center y autor del libro A Mexican Utopia: The Rule of Law is Possible, “la fuga del sábado pasado es una demostración de la enorme debilidad institucional que aqueja a México y de la falta de estrategia del gobierno del presidente Peña en materia de seguridad. Este gobierno llegó al poder suponiendo que su sola presencia resolvería el problema, sin tener que reconocer la complejidad que el asunto entraña”.

Además, la decisión del mandatario de permanecer en Francia ha sido criticada porque confirma un supuesto patrón escapista que ya se había registrado tras la ejecución extrajudicial de 22 presuntos narcos en el municipio de Tlatlaya, o la desaparición, tortura y probable asesinato de 43 estudiantes en la ciudad de Iguala por fuerzas policiales al servicio del narcotráfico.

En ambos casos, el gobierno no solo se demoró en reaccionar, sino que trató de desentenderse cuando ambas cuestiones ya se habían convertido en un problema de primera magnitud. De manera similar, cuando un equipo periodístico reveló que la pareja presidencial estaba construyendo una mansión en medio de conflictos de interés, el escándalo lo capoteó su esposa a través de un video difundid por YouTube, en el que en vez de disculparse se presentaba como víctima de los medios de comunicación.

Sin embargo, la crisis de México es muy profunda y va más allá de lo que haya hecho, o dejado de hacer, el mandatario de turno. Atribuirle la responsabilidad de la anarquía criminal que reina en muchas de sus regiones a Peña Nieto sería subestimar el contexto regional y el momento histórico por el que atraviesa el continente. Como le dijo a esta revista el investigador Sergio González Rodríguez, autor del libro Huesos en el desierto sobre los feminicidios de Ciudad Juárez, “la violencia, la corrupción y la inestabilidad en México hacen parte de un proceso de degradación nacional cuya principal causa es geopolítica”.

“No se puede entender el caos actual si se olvida que Estados Unidos le ha declarado la guerra al narcotráfico y, al mismo tiempo, tiene en su territorio el mayor mercado de drogas del mundo. Tampoco, sin tener presente que el flujo de dinero que ese mercado produce sirve para financiar armas legales e ilegales, que también se compran y se venden con facilidad del otro lado del río Grande”, dijo.

Y en efecto, el impacto social y económico de la violencia en México es dramático. Desde 2006, cuando el expresidente Calderón decidió acabar con los carteles de la droga, han muerto 150.000 personas, 1.600.000 han sido desplazadas y unas 30.000 se encuentran desaparecidas. Si bien la fuga del Chapo constituye un golpe mayúsculo para el gobierno de Peña Nieto y una humillación para la nación, la falta de reacción y la probable implicación de las autoridades en su evasión, ponen de manifiesto el abismo que existe entre los problemas que sufre la población y las instituciones que deberían protegerla.