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Barack Obama sorprendió a su audiencia, y al mundo, cuando propuso que Israel regresara a sus fronteras anteriores a la guerra de 1967.

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La jugada de Obama

El presidente se jugó su reelección con una audaz propuesta de paz para Israel y los palestinos. No es fácil explicar por qué se lanzó a hacerlo, pues significa poner en peligro el apoyo del poderoso 'lobby' judío de Washington.

28 de mayo de 2011

Durante meses pareció que en el mundo árabe solo importaban Egipto, Túnez o Siria. Sin embargo, en las últimas semanas el conflicto entre Palestina e Israel, el problema clave de la región, volvió a emerger en la agenda. El 19 de mayo, en el Departamento de Estado en Washington, Barack Obama pronunció un discurso muy esperado sobre la política de Estados Unidos en Oriente Medio ante las transformaciones de la región y la muerte de Osama bin Laden.

El presidente sorprendió al declarar que el Estado judío no puede mantener una "ocupación permanente" y que "las fronteras de Israel y Palestina deben basarse en las líneas de 1967, de modo que se establezcan fronteras seguras y reconocidas para ambos Estados". En ese año, después de la guerra de los Seis Días, Israel conquistó el Sinaí (que devolvió a Egipto), Gaza, Cisjordania, Jerusalén Este y el Golán. Volver a la geografía inicial ha sido un debate constante en la diplomacia de Oriente Medio.

Obama se la jugó por un enfoque inesperado. En vez del tradicional "tierra a cambio de paz", optó por proponer el inicio de negociaciones con base en esas fronteras prebélicas, y dejó lo más complicado para más tarde: el retorno de los más de cuatro millones de hijos y nietos de los refugiados palestinos de 1948 y la partición de Jerusalén, la capital administrativa y religiosa de Israel.

Obama sabía los riesgos que asumía, pues está ad portas de su campaña reeleccionista y el problema entre Israel y los palestinos es muy resbaladizo. El presidente, además, sabe que el 68 por ciento de los judíos norteamericanos, unos siete millones de personas, votaron por él en 2008 y que tiene que cuidar no solo cada sufragio, sino los millones de dólares que ese lobby suele darles a los candidatos a la Presidencia.

Como era de esperarse, la reacción israelí no fue amable. El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, llegó con cara de pocos amigos a Washington para una visita planeada meses atrás. Su tour en Washington terminó con un discurso triunfal en el Congreso, mientras Obama viajaba a Europa. Allí sostuvo que la propuesta es inaceptable pues esas fronteras son indefendibles, y logró que la mayoría republicana, encantada de desafiar al presidente, se parara 29 veces a aplaudirlo.

Eso se convirtió en la mejor prueba de los riesgos políticos que corrió Obama. Lo que muchos analistas sostienen es que el presidente norteamericano lanzó su propuesta seguro de que es necesario actuar en consonancia con los nuevos tiempos que corren y de que el tiempo le dará la razón. De hecho, no todos en Israel están de acuerdo con su primer ministro. "En casa, Netanyahu fue percibido como un valiente, ya dio un salto del 10 por ciento en las encuestas, pero gran parte de la opinión pública cree que su discurso es peligroso, nada nuevo y no ha entendido exactamente cómo ha cambiado la región", dijo a SEMANA Brent Sasley, profesor de Política de Oriente Medio e Israel, de la Universidad de Texas. Y uno de los principales diarios israelís, Haaretz, reaccionó en el mismo sentido, cuando en su editorial publicó que "Netanyahu está llevando a Israel y Palestina a una nueva ronda de violencia, además de aislarnos y de terminar en un profundo desacuerdo con la administración de Estados Unidos".

Y es que en Palestina, como reflejo de la revolución árabe, las cosas son diferentes. Lo primero es que la enemistad entre los palestinos está por quedar en el pasado. El 27 de abril, en El Cairo, con el patrocinio del nuevo régimen militar egipcio, Mahmud Abbas, jefe de Fatah, el movimiento que controla Cisjordania, e Ismael Haniye, el dirigente de Hamas, la facción que controla la Franja de Gaza, decidieron buscar conjuntamente el reconocimiento del Estado palestino.

El giro siguió el 15 de mayo, cuando ambos celebraron la Nakba, 'la Catástrofe', que conmemora la creación de Israel y el desplazamiento de miles de palestinos. Ese día, miles de refugiados traspasaron de forma pacífica las fronteras de Israel. Algo que ningún ejército árabe ha tratado de hacer desde 1973.

Pero, sobre todo, la vecindad está en ebullición. Las dictaduras de Hosni Mubarak en Egipto y de Bashar al-Assad en Siria eran hasta hace unos meses los soportes más estables de la política regional Israelí, y el primero ya cayó, mientras el segundo está convertido en un cadáver político para todos los efectos. El Consejo de Transición de Egipto desde ya anunció la apertura permanente esta semana del puesto de frontera de Rafah, el único punto de entrada a la Franja de Gaza, que llevaba cerrado desde 2006, lo que refleja un viraje radical ante la política de Mubarak. "Para Israel era más fácil encontrar alianzas en regímenes dictatoriales. Ningún país democrático árabe se va a arriesgar a darles la espalda a los palestinos", le dijo a SEMANA Josh Ruebner, columnista del Huffington Post y fundador de Judíos por la Paz.

Ahora, como señaló en la página de Media Matters el analista M.J. Rosenberg, "es claro que los palestinos no pueden contar con Estados Unidos como intermediario honesto en su conflicto con Israel. Aún si el presidente Obama estuviera inclinado a serlo, el Congreso lo detendría". Por eso es seguro que Palestina siga, contra la opinión de Estados Unidos e Israel, con su ofensiva diplomática para que los reconozcan en la Asamblea General de las Naciones Unidas como miembros de pleno derecho de la organización mundial.

Por supuesto, el Estado palestino está aún lejos y Estados Unidos tampoco podría darle la espalda a Israel, un aliado fiel desde hace más de sesenta años. Por eso, el propio Obama ha insistido en que no apoyaría un reconocimiento que no contara con el consentimiento de Tel Aviv. Y Netanyahu ha insistido, como es natural, en que su gobierno no negociará con una coalición en la que esté presente Hamas, un movimiento fundamentalista amigo de Irán, que tiene como uno de sus postulados constitucionales la destrucción del Estado sionista. Por eso, para analistas como Ruebner, "el discurso solo fue teatro político, de muy alto nivel, pero Obama no le exigió nada a Israel, no habló ni de una salida total de las tropas de Tsahal (el ejército de Israel) ni del regreso de los refugiados".

Pero lo cierto es que un planteamiento como ese, pronunciado por un presidente de Estados Unidos antes de su reelección, se sale del libreto tradicional, que indica que esos mandatarios solo se vuelven creativos en ese tema cuando ya están por encima del bien y del mal. De ahí que muchos analistas piensen que Obama ha entendido que es tiempo de comenzar a poner las cosas en su sitio, así el camino por recorrer sea aún muy largo.

Para Sasley, "es difícil ver hacia dónde quiere ir Obama. Creo que está tratando de hacer lo mejor posible con lo que tiene, dos partes que no están interesadas en moverse hacia un compromiso genuino. No creo que logre mucho, pero no es su culpa". El presidente se jugó una carta difícil, en un momento inapropiado para sus intereses, y podría salir chamuscado. Porque en esa región la creatividad y el sentido de compromiso han brillado por su ausencia entre dos partes que suelen regresar permanentemente a lo que ha primado en sus relaciones desde que nació el Estado de Israel, en 1948: la violencia.