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LA NOCHE OSCURA DEL PERU

El nuevo presidente peruano Alan García hereda la catástrofe.

19 de agosto de 1985

Cuando se apaguen las luces de su fiesta de posesión en el Palacio de Pizarro (si antes no las ha cortado abruptamente uno de los atentados de Sendero Luminoso que periódicamente dejan a Lima a oscuras) el nuevo Presidente del Perú se encontrará con el problema del señor que en la rifa se ganó el tigre. Sus invitados se habrán ido a domar sus respectivos premios (Alfonsín la Argentina, Belisario Colombia) diciéndose los unos a los otros: "Pobre Alan..." Porque el joven Alan García, primer candidato del APRA que llega a la Presidencia del Perú, recibe un país que parece acabado de salir de un cataclismo. O peor: un país que se debate todavía bajo un triple cataclismo económico, político y social al lado de los cuales los problemas del resto de América Latina parecen juego de niños.
Esto no es nuevo. Hace ya años Mario Vargas Llosa comenzó una novela con una pregunta que ya entonces era rutinaria: "En qué nomento me jodió el Perú?". Y es significativo que García sea el primer mandatario peruano desde 1912 que recibe el poder de un predecesor que también lo obtuvo por elecciones, y no por golpe de Estado. Pero aunque no sea nueva, la situación es hoy más grave que nunca, tras cinco años del gobierno de derecha liberal de Fernando Belaúnde Terry y doce de dictaduras militares, populistas primero (con Velasco Alvarado) y oligárquicas luego (con Morales Bermúdez). El Perú está en la ruina, y al borde de la guerra civil.
La parte más llamativa del problema la constituye sin duda la guerrilla terrorista de Sendero Luminoso (llamada así por una frase del escritor José Carlos Mariátegui, fundador del partido comunista peruano en los años treinta). Son -calculan los militares- entre dos y cuatro mil hombres armados que siguen fanáticamente al antiguo profesor de filosofía de la Universidad de Ayacucho Abimael Guzmán, hoy "camarada Gonzalo" y "cuarta espada del marxismo" (las otras tres fueron Lenin, Stalin y Mao). Dominan, por una mezcla de terror a la camboyana y de simpatía basada en la esperanza de un resurgir incaico, a las grandes masas indígenas de la sierra peruana, y son capaces a la vez de actuar como el pez en el agua en los vastos, superpoblados y miserables "pueblos jóvenes" (barrios de invasión) que rodean a Lima.
La guerrilla de Sendero Luminoso y la consiguiente represión militar han causado en los últimos tres años seis mil muertos (de los cuales la mitad en el último año), civiles en sus dos terceras partes. Lo poco que se sabe de sus objetivos -pues no publican documentos ni buscan contactos con la prensa o con el exterior- los pinta como "pol-potianos": buscan una revolución campesina, antiurbana, indígena, que arrase todo lo existente y permita empezar desde cero la edificación de una nueva sociedad. La represión, especialmente desde que en 1983 Belaúnde dio poderes de emergencia al ejército, ha sido feroz; dirigida no sólo contra el grupo guerrillero sino contra la masa campesina en que se mueve, mediante ejecuciones y "desapariciones" masivas de personas, según acaba de denunciar, entre muchos otros, una Comisión Internacional de Investigación sobre los derechos humanos en el Perú encabezada por el premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel. En la provincia de Ayacucho, epicentro de la guerra, se han denunciado cerca de mil "desaparecidos", y son frecuentes los hallazgos de fosas comunes.
Pero eso es sólo la espuma de sangre de un mar de fondo político y social. Del Perú, más que de cualquier otro país latinoamericano, se puede decir que la guerrilla es solamente un síntoma. Como ha dicho el mismo Alan García, "Sendero Luminoso también es expresión de un país que se está deshaciendo a causa del centralismo y de la marginalidad". El centralismo se encarna en Lima, ciudad elefantiásica de seis millones de habitantes (un tercio de la población del Perú), que desde la Conquista ha albergado a la minoría blanca dominante, de espaldas a la cordillera y a las inmensas mayorías de campesinos miserables y sometidos a las grandes haciendas,situación sólo superficialmente alterada por la reforma agraria de Velasco Alvarado. La marginalidad son los cientos de miles de inmigrantes que huyen de la pobreza o la violencia andinas para instalarse en la miseria de los "pueblos jóvenes"; el desempleo que afecta a la mitad de la población, el descenso brutal del poder adquisitivo: hoy es apenas un 40% de lo que era hace cinco años, cuando Belaúnde fue elegido, y la inflación para este año se calcula en un 200%. Lo cual, de paso se ha reflejado en un "voto de castigo" contra Acción Popular, que sólo obtuvo ahora un 4% de los votos frente al 45% hace cinco años. Alan Garcia resume la situación diciendo: "La pirámide social tiene en la cima un dos por ciento de la población que capitaliza el veintiocho por ciento del ingreso nacional. Otro veintitrés por ciento se beneficia de la actual estructura. El Estado no existe, en cambio, para el restante setenta y cinco por ciento. Para ellos no existe la democracia".
Todo esto está agravado, claro está, por el peso de la deuda externa, que suma casi catorce mil millones de dólares para un país cuyo producto nacional bruto es de sólo 16.000 millones. Este año el Perú tendrá que pagar obligaciones por valor de 3.700 millones (600 de ellos en intereses atrasados), cuando el total de sus exportaciones no sobrepasará en el mejor de los casos, los 3.100 millones. "En las actuales condiciones el Perú no puede pagar", declara tajantemente Alan Garcia. El nuevo Presidente espera poder negociar directamente con los bancos acreedores, evitando así las recetas recesivas que recomienda en estos casos el Fondo Monetario Internacional, porque, explica, "para pagar debemos primero crecer". Pero hasta ahora los bancos han exigido siempre el aval previo del FMI. De modo que es posible que, antes de que se vayan los últimos invitados de la fiesta y antes incluso de que Sendero Luminoso haga fundir los fusibles, las luces del Palacio de Pizarro se corten por falta de pago.
Hay un problema más, a la vez político y económico, que son los militares. Tradicionalmente estos han sido enemigos jurados del APRA, y en las dos ocasiones en que el partido ha llegado al poder (1931 y 1961) han dado un golpe para impedir que lo ejerza.
Y los militares, tras el desprestigio provocado por sus doce años de catastróficos gobiernos, han recuperado el protagonismo político gracias a la guerra contra Sendero Luminoso. Y por el lado económico los militares también cuestan: una buena tajada de la deuda externa (tres mil millones de dólares) es deuda militar. Porque, como suele ocurrir en estos casos, la deuda crece para poder costear el aparato necesario para reprimir la protesta causada por la austeridad necesaria para pagar la deuda. Un analista resume el problema en una paradoja: "El Perú no se puede dar el lujo de mantener sus Fuerzas Armadas, pero Alan García necesita que las Fuerzas Armadas lo respalden".
Para empezar a lidiar ese cúmulo de problemas el presidente Alan Garcia cuenta, sin duda, con el peso político necesario: un "mandato claro" representado por el 46% de los votos fuerza que duplicó la de su más inmediato rival, el alcalde de Lima, Alfonso Barrantes, que obtuvo un 23% a la cabeza de una coalición de izquierda. A García lo respalda un partido organizado y numeroso, el viejo APRA que fundó Haya de la Torre, cuya tradición populista ha sido "socialdemocratizada" por el actual Presidente sobre el modelo de los socialistas españoles. Se trata de un partido siempre excluido y perseguido y que carece por completo de experiencia de gobierno; pero eso, dadas las experiencias de gobierno que ha conocido, el Perú, es más una recomendación que un defecto. García tiene además un carisma indiscutible: es más importante él que su partido, cosa casi inimaginable tras la figura mitológica de Haya de la Torre. Y finalmente, su carrera meteórica (secretario general del APRA a los 32 años, Presidente del Perú a los 36) parece indicar que también tiene la virtud esencial que Napoleón exigía de sus generales: suerte.
La va a necesitar.