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LA PELEA ES PELEANDO

Sorpresivamente, el socialista Lionel Jospin pica en punta hacia la presidencia francesa. Pero la competencia va a ser dura con el favorito, Jacques Chirac.

29 de mayo de 1995

CUANDO TODAS LAS ENCUESTAS DABAN A ENTENDER que la primera vuelta de las elecciones presidenciales en Francia no sería más que una formalidad, en vista de la enorme ventaja del candidato conservador Jacques Chirac, la noche del domingo 23 de abril llegó cargada de sorpresas y cambió totalmente el paisaje político francés. Los primeros indicativos de los resultados, publicados poco antes de las ocho de la noche del domingo, sorprendieron tanto a todos los candidatos, que nadie los tomó en serio: Lionel Jospin, del Partido Socialista, con 23,5 por ciento, Jacques Chirac con 20 por ciento y Edouard Balladur, actual primer ministro conservador, con 19 por ciento.
Sin embargo, al final de la noche, cuando la gran mayoría de los votos había sido contabilizada, los resultados seguían siendo los mismos y las sorpresas y desilusiones tampoco habían cambiado. La razón de esta sorpresa es que la inmensa mayoría de los franceses habían aceptado la idea de que Jacques Chirac pasaría a la segunda vuelta sin problemas, con 26 por ciento de los votos, y que la pelea se haría entre Jospin y Balladur. Adicionalmente, muchos pedían en secreto que fuese Jospin quien saliera vencedor de este duelo, para así evitar en la segunda vuelta una guerra fratricida entre dos candidatos del mismo partido. Con Jospin representando a un Partido Socialista devastado por los 14 años de gobierno socialista de Mitterrand, la victoria de Chirac parecía asegurada. Pero el voto de los franceses llegó para desordenar este esquema.
Además de la sorpresa 'Jospin', los resultados de los otros cinco candidatos desconcertaron a más de uno. Por un lado, los dos candidatos de la extrema derecha lograron un muy buen resultado con 20 por ciento de los sufragios, que es además el más alto recientemente de la extrema derecha en Europa. Por otro lado, al extremo opuesto de la ideología política, los dos candidatos comunistas obtuvieron 13 por ciento de los votos. Todo esto refleja en realidad un gran descontento de la población, que votó más en señal de protesta contra el desempleo, la exclusión y el inmovilismo del gobierno que a favor de un hipotético gobierno de extrema derecha o izquierda. En efecto, por primera vez en la historia de la V República, los tres candidatos mayoritarios obtuvieron menos del 65 por ciento de los votos. Todo esto demuestra tal vez la relativa madurez democrática del pueblo francés, que ha aprendido a utilizar los votos para transmitir un mensaje y para matizar los resultados de una elección presidencial que es por definición mayoritaria.
En efecto, si Chirac quiere realmente llegar al Elíseo, tendrá que negociar tanto con Balladur como con Jean Marie Le Pen, el principal candidato de la extrema derecha.
Sin embargo negociar presenta un gran número de inconvenientes. El primero y el más evidente es el de lograr un discurso político que satisfaga a una derecha dividida en tres grupos de igual importancia, cada uno de los cuales defiende tesis parcialmente enfrentadas. Esto es aún más difícil si se tiene en cuenta que Chirac trató durante toda la campaña de personificar el Pacto Republicano, una Francia sin fronteras partidistas izquierda-derecha, y que ahora tendría que echarse para atrás.
Jacques Chirac ha desempeñado el cargo de alcalde de París de manera brillante desde hace más de 15 años, y tiene una gran credibilidad en ese sentido. Es un político con una larga trayectoria: secretario privado del presidente Jacques Pompidou a los 30 años, ha pasado por varios ministerios, incluido el puesto de primer ministro de 1986 a 1988. Sin embargo, arrastra también detrás de sí la imagen de alguien en quien no se puede confiar, la imagen de un político que ha cambiado muchas veces de discurso en función de las necesidades. Esta es la razón por la cual en las encuestas los franceses siempre han demostrado gran afecto y atracción por Chirac, pero en el momento de votar, se vuelcan hacia aquellos candidatos que poseen mayor credibilidad. Este ha sido el caso en las tres elecciones presidenciales a las cuales se ha presentado: 1981,1988 y 1995.
No obstante, Chirac, quien cuenta con el apoyo de la derecha que, al fin y al cabo, representa 60 por ciento de los votos, tiene grandes posibilidades de imponerse contra Jospin, cuya izquierda no alcanza sino 40 por ciento del electorado. Para hacerlo, Chirac debe además deshacerse de la imagen de outsider que adquirió al pasar a la segunda vuelta en segunda posición. En todo caso, entre el 23 de abril y el 7 de mayo, día en el que se lleva a cabo la segunda vuelta, la pelea es peleando, porque la situación de Jospin también es delicada y estas dos semanas de campaña serán decisivas para su triunfo o su derrota.
En efecto, Lionel Jospin, modesto diputado de Haute-Garonne, ha tenido que hacer un largo recorrido para llegar hasta donde está hoy. Cuando comenzó su campaña para las primarias socialistas, nadie lo consideraba como un presidenciable potencial. Sin embargo logró imponerse de manera brillante frente a otros candidatos de mayor estatura, como por ejemplo el jefe del Partido Socialista, Henri Emanuelli. Una vez instalado como único candidato socialista, tuvo que enfrentar otros problemas. Además de sus bajos índices de popularidad, Jospin contaba con la desventaja de haber comenzado su campaña en febrero, cuando Balladur llevaba más de un mes y Chirac más de dos meses. A pesar de todo esto, el candidato socialista había venido subiendo lenta y progresivamente en todas las encuestas, y el resultado del domingo es sin duda alguna la recompensa por un trabajo bien hecho. Jospin creó un programa de gobierno sólido y realista, situándose como el real heredero de la socialdemocracia europea. Finalmente, ha logrado, hasta el momento, una de las tareas más difíciles en tanto que candidato socialista: transmitir la imagen del cambio, cuando en realidad es el heredero de 14 años de socialismo. Para lograrlo ha contado con la discreción absoluta del presidente François Mitterrand, quien hasta ahora nunca se ha pronunciado abiertamente por Jospin, dándole así la libertad que necesita. Mitterrand, al final de su carrera y de su vida a causa de una grave enfermedad, se ha retirado casi totalmente de la vida política y ha decidido renunciar a su poder para dirigir el Partido Socialista.
El 7 de mayo dos candidatos en situaciones muy disparejas se enfrentarán por la Presidencia de la República francesa. Chirac, líder débil de una mayoría grande y sólida, tiene matemáticamente las mayores posibilidades de ganar. Tiene sin embargo que luchar contra su déficit de imagen, que ya había hecho decir a su esposa, Bernadette Chirac, en 1988, que "los franceses no quieren a mi marido". Por su lado, Jospin, heredero de un socialismo que hasta hace una semana se creía moribundo, no tiene nada que perder y puede soñar con una eventual victoria que lo consagraría como el redentor de su partido. Lo que sí está claro es que la primera vuelta barrió de una vez por todas las afirmaciones según las cuales la división tradicional derecha-izquierda del electorado francés había dejado de existir, para dar paso al Pacto Republicano de Chirac. La confrontación capital-trabajo, riqueza-pobreza, socialismo-individualismo está lejos de haber desaparecido en un país con una tradición socialista de muchos años.