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Beate Zschäpe es la única sobreviviente del grupo neonazi Clandestinidad Nacionalista. Esta semana se inició el juicio por los crímenes que, junto con dos cómplices, cometió contra decenas de inmigrantes en Alemania. | Foto: AFP

ALEMANIA

La 'perfecta' esposa neonazi

Juicio contra la extremista Beate Zschäpe, por asesinar inmigrantes, es una prueba a los valores alemanes.

11 de mayo de 2013

A la lista de criminales nazis encabezada por Adolf Hitler, a la que pertenecen figuras como Hermann Göring y Adolf Eichmann, se le sumó recientemente un nombre femenino: Beate Zschäpe. Si bien esta mujer tiene en su conciencia a muchos menos muertos que aquellos asesinos, su nombre se ha convertido en un símbolo de la infamia nazi en Alemania.

Hasta el pasado 6 de mayo, la Alemania de la postguerra solo había enfrentado dos grandes juicios históricos que pusieron a prueba sus valores: el proceso de Auschwitz en Frankfurt en 1963 y el de la izquierdista facción del Ejército Rojo. 

Ahora, el caso contra la única sobreviviente de un grupo neonazi sacude a un país que no ha podido liberarse del fantasma del racismo. Entre 2000 y 2007 un grupo de extremistas alemanes asesinó a ocho turcos, un griego y un policía, estalló una bomba llena de puntillas en un barrio de inmigrantes y asaltó varios bancos. Sus miembros eran Beate Zschäpe, Uwe Mundlos y Uwe Böhnhardt. Sembraron el terror bajo el nombre de Clandestinidad Nacionalista. 

Zschäpe nació en 1975 en Jena, en la antigua República Democrática (oriental). Su mamá estudiaba Odontología en Rumania cuando, inesperadamente, quedó embarazada. Si bien Beate nunca conoció a su papá, él representa una gran ironía de su vida: no era alemán sino rumano. Beate y su mamá, dos veces divorciada, se mudaron varias veces durante su infancia. Al final, terminó siendo criada por su abuela. A los 16 años Beate abandonó la escuela y, sin más opción en un área deprimida económicamente, aprendió jardinería hasta 1996.

Y en medio de su intento por construir la familia que nunca tuvo, en uno los barrios pobres de Jena donde abundan los desempleados y los alcohólicos, conoció a Uwe Mundlos y Uwe Böhnhardt. Como lo hizo con varios extremistas de derecha durante su adolescencia, con ambos sostuvo apasionados romances. Zschäpe no solo conoció el cariño, sino que encontró personas con sus ideas políticas. 

Así, los tres amigos emprendieron una vida de manifestaciones racistas y violencia contra los jóvenes de izquierda y los inmigrantes, hasta que en 1998 la Policía encontró en sus casas un rifle, bombas caseras y un machete. Pero quizás el objeto más peculiar era un juego de mesa llamado Pogromly, una especie de Monopolio para nazis que ellos habían creado. Pocos días después, el trío desapareció en la clandestinidad.

Tuvieron que pasar 13 años para que se volviera a saber de ellos. En 2011, Mundlos y Böhnhardt, rodeados por la Policía después de robar un banco, se suicidaron en una casa rodante a la que habían prendido fuego. Cuatro días después, Beate Zschäpe se entregó. Pero de todo esto no solo quedó una sobreviviente sino un sinnúmero de interrogantes en torno al silencio de las instituciones, pues fue hasta ese día que las autoridades conectaron los asesinatos con la escena neonazi. 

Durante años el trío mató impunemente, mientras que los organismos de seguridad se lanzaban uno al otro la responsabilidad de aclarar los crímenes. De hecho, se dice que agentes secretos del Estado encubrían al grupo, pero lo más descarado de todo es que muchas de las víctimas fueron acusadas tras su muerte de pertenecer a bandas criminales de inmigrantes.

Así, a pesar del silencio recurrente no solo en el caso, sino en el juicio que había sido aplazado por el bloqueo que se quiso dar a la prensa, las preguntas pululan y los ojos observan atentos, entre la decepción, la ira y el miedo. Es claro que el nazismo hoy no es el sentimiento común entre los alemanes y que una célula de extremistas no puede representar el espíritu de todo un país, que se arrepiente de ese capítulo oscuro de su historia. El interrogante más grande es más bien el de la impunidad. 

La respuesta podría estar en las palabras que el cineasta alemán Volver Heise le dijo al periódico Berliner Zeitung: “La conclusión es esta: no quisimos ver lo que sucedía porque no podíamos soportar mirar la verdad a la cara. Preferimos creer que los extranjeros mismos eran los culpables antes que aceptar la existencia del monstruo en medio de nuestra sociedad. Hemos fracasado”.