Home

Mundo

Artículo

LA PRIMAVERA DE GDANSK

Nuevos disturbios laborales reviven la mano dura del gobierno de Jaruzelski

6 de junio de 1988

Cualquier turista desprevenido habría podido pensar que el pasado primero de mayo en Varsovia se desarrolló en forma normal Al fin y al cabo, como siempre cada año con ocasión del día del trabajo, la capital polaca fue el escenario de marchas y discursos de corte eminentemente gobiernista.

La escena, sin embargo, no era la misma en otras ciudades. Tanto en Cracovia como en Gdansk, miles de trabajadores aprovecharon para festejar la que constituyó la jornada de huelgas más importantes en Polonia en esta segunda mitad de la década Como en cualquier país capitalista miles de trabajadores se declararor en paro, para protestar por la política económica del gobierno del general Wojciech Jaruzelski.

Las jornadas de huelga sirvieron para recordarle a más de uno lo sucedido en el verano de 1980, cuando una serie de conflictos laborales se extendió por todo el país, dando origen al conocido sindicato "Solidaridad" dirigido por Lech Walesa, un electricista empleado en los astilleros Lenin de Gdansk. La primavera de Solidaridad duró 18 meses en los cuales las continuas protestas de los trabajadores pusieron en serios problemas al régimen de Varsovia. Al cabo de diferentes estrategias, Jaruzelski acabó decidiéndose por la mano dura y en diciembre de 1981 impuso la ley marcial, declaró ilegal al sindicato y mandó detener a una buena parte de sus activistas. A pesar de las protestas internacionales y de las sanciones económicas impuestas por los Estados Unidos en la época, Varsovia se salió con la suya y durante varios años logró controlar la situación laboral.

Ese clima de relativa paz se empezó a deteriorar a finales del año pasado.
Presionado por una crisis económica seria, el gobierno trató de convencer a los ciudadanos polacos de que necesitaba su apoyo para tomar ciertas medidas de austeridad. La idea, no obstante, fue rechazada en un plebiscito efectuado el pasado 29 de noviembre.
En respuesta, Varsovia decidió efectuar las reformas de todas maneras y comenzó a apretar las tuercas a partir del primero de febrero.

Curiosamente, las medidas no produjeron grandes convulsiones en el primer momento. Aparte de unas cuantas protestas callejeras, se tuvo la impresión de que el país se había tragado la medicina sin protestar. Esa idea se disipó cuando se vio que muchos trabajadores habían logrado aumentos salariales que compensaron las alzas. En los casos en los cuales el arreglo fue amistoso no hubo problemas. No obstante, en la última semana de abril los trabajadores de la empresa de transportes urbanos de la ciudad norteña de Bydgoszcz decidieron probar que tenían poder de negociación.

Ofendidos por una historia en el periódico local en la cual se decía que no trabajaban bien, los conductores de buses y tranvías se declararon en huelga durante 12 horas, al cabo de las cuales obtuvieron un bono y un aumento salarial del 63%. La noticia del éxito que tuvo el movimiento de Bydgoszcz, se extendió rápidamente.
Horas después, varios miles de trabajadores de la siderúrgica Lenin en Nowa Huta, cerca de Cracovia, entraron también en huelga. Aparte de reivindicaciones salariales los trabajadores demandaron mejores condiciones de vida para millones de trabajadores polacos. El ejemplo se extendió poco después a Gdansk, donde los em pleados del astillero comenzaron también un paro en solidaridad con sus compañeros de Cracovia.

La fuerza sorpresiva del movimiento le hizo pensar a muchos que los días del sindicato Solidaridad estaban de vuelta. Incluso Lech Walesa les habló varias veces a los trabajadores y les ofreció su apoyo.

La impresión, sin embargo, se disipó rápidamente. Aparte de la relativa apatía dentro de la gente, el gobierno de Varsovia demostró que aprendió las lecciones dejadas por la crisis de 1981. En horas de la madrugada del jueves y sin cámaras de televisión presentes, las fuerzas de seguridad procedieron a evacuar de manera sorpresiva tanto los astilleros en Gdansk como la siderúrgica cerca a Cracovia.

Esa conclusión no implica que el gobierno las tenga todas consigo. En opinión de los conocedores la crisis económica continúa y a menos que se sigan apretando las tuercas--lo cual puede degenerar en protestas masivas--es difícil que se cumplan las metas establecidas por el Fondo Monetario Internacional, cuyo visto bueno es definitivo si Polonia desea que los bancos internacionales le sigan haciendo préstamos. Peor aún es el hecho de que nadie espera nada bueno del futuro. Una encuesta reciente reveló que sólo 7% de los polacos tiene una opinión optimista del porvenir, hecho que, según los observadores, ayuda a explicar los problemas y la ineficiencia en la economía del país comunista.

Esa situación es definitiva para entender el desgano de la gente. En un país donde hay que esperar 25 años para tener acceso a un apartamento nuevo o tres para adquirir un carro (a menos que se tengan dólares y conexiones) el futuro no se ve nada promisorio. Si bien es cierto que Jaruzelski habla en muy buenos términos del glasnost (transparencia) y la perestroika (reestructuración), ahora tan de moda en Moscú, es evidente que falta mucho para que haya cambios de fondo. Algunos expertos hablan de la necesidad de un "diálogo nacional" que incluiría a representantes de Solidaridad, pero teniendo en cuenta la actitud reciente del gobierno todo conduce a pensar que por ahora, la mano dura va a seguir teniendo la palabra. --