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El final de la Dama de Hierro

La renuncia de Margaret Thatcher marca el final de una era y el comienzo de la unidad europea.

24 de diciembre de 1990

Margaret Thatcher fue la primera mujer en regir los destinos de la Gran Bretaña. También la persona que permaneció durante más tiempo en el 10 de Downing Street en el presente siglo. Y esa mujer dio por terminados sus días en el gobierno la semana pasada, en medio de una conmoción mundial reservada a las grandes personalidades de la historia.

La votación del martes en la bancada conservadora dio como resultado una magra victoria de la Thatcher sobre su adversario Michael Heseltine. 204 de los 372 miembros conservadores del parlamento votaron a su favor, pero a su ventaja de 52 votos le faltaron cuatro para eliminar de una vez por todas la amenaza. En esas condiciones, se hacía necesaria una nueva ronda, a celebrarse una semana después.
La señora Thatcher anunció inmediatamente después que iría hasta el final, en busca de la victoria. Pero solo 24 horas más tarde, soltó la bomba. Tras una noche de reuniones con su gabinete y de consultas, entre otras personas, con su esposo Denis y con la reina Isabel, la Thatcher decidió que ya era suficiente. Para evitar la división de su partido, había decidido retirar su nombre de la próxima votación.

El final resultó agridulce. Una moción de censura interpuesta por el líder del partido laborista Neil Kinnock, fue rechazada en el parlamento. Pero eso, a los ojos de muchos, resultó peor. Winston Churchill, el otro gran protagonista del siglo, fue sacado del poder en 1945 por acción del partido de oposición. La Thatcher, en cambio, lo fue por su propio partido conservador.

La noticia desencadenó de inmediato las especulaciones sobre quienes aspirarían a sucederla en el cargo. Al retador Michael Heseltine, quien desencadenó la votación del martes, se unieron, el secretario del exterior Douglas Hurd y el canciller del Tesoro John Major. En un comunicado conjunto, Hurd y Major afirmaron que su prioridad absoluta era la unidad del partido para conseguir un nuevo triunfo en las elecciones generales, que pueden tener lugar en cualquier momento entre esta fecha y el verano de 1992. Entre tanto, la Reina llamará a formar gobierno al vencedor de la próxima semana.

En el último año la declinación de Thatcher era perceptible. La mala situacion económica, con una inflación del 10.9 por ciento (varias veces el promedio europeo), y 1.700.000 desempleados (contra 1.100.000 al comienzo de su gobierno) galopaba en su contra. Su actitud ante la unificación económica europea, ante la cual se convirtió en un freno para la integración de Gran Bretaña la hacía ver como un dinosaurio. Y su terca insistencia en un impuesto -el poll tax- llevaron su popularidad al nivel más bajo de su carrera. El desenlace era inevitable.
Pero Margaret Thatcher será recordada más por sus aciertos que por sus errores. Nacida Margaret Roberts el 13 de octubre de 1925, es la hija de un tendero, Alfred Roberts, un hombre liberal de fuertes convicciones que tendrían mucho que ver con la formación del carácter de Maggie. Durante la Segunda Guerra Mundial, estudió química. En 1951 se casó con Denis Thatcher, mientras estudiaba y se graduaba de abogada en Oxford en 1953.

Desde esa época ingresó a la Asociación Conservadora de la Universidad en 1946. Dos años más tarde estaba vinculada de tiempo completo a la militancia del partido. Y en 1958 era elegida a la Cámara de los Comunes. Desde 1961 hasta 1964, fue secretaria parlamentaria del ministro de Pensiones. Y cuando Edward Heath ganó las elecciones de 1970, fue nombrada secretaria de Estado (ministra) de Educación y Ciencias.

Allí, su desempeño fue meritorio, pero no brillante. Consiguió mejorar su presupuesto, amplió el número de escuelas, mejoró y unificó el currículo. Pero lo que la puso en los ojos del público fue un rasgo de su personalidad que ya era evidente: su desprecio por la beneficencia pública. Una disposición de la Tesorería, que prohibía dar leche gratis a los niños mayores de ocho años, fue aplicada al pie de la letra, implacablemente por la joven ministra.

Pero la fortuna estaba del lado de quien se convertiría en la Dama de Hierro. Nada hubiera indicado que se convertiría en primera ministra. Pero una serie de circunstancias partidistas la convirtieron, casi de la noche a la mañana, en líder de la bancada conservadora, entonces (febrero de 1975) en la oposición.

De esa época proviene la concepción de su doctrina política, formada en un comité integrado por su mentor político sir Keith Joseph, sir Geoffrey Howe y sir William Whitelaw. Un documento tilulado "La aproximación correcta a la economía" (también traducible como "La aproximación de derecha a la economía") se convirtió en el manifiesto del thatcherismo: su esencia era la prudencia monetaria y fiscal, la disminución de la influencia de los sindicatos nacionales en el manejo de los asuntos de Estado, la reducción del papel del Estado en la economía y la mejora de las opciones para los consumidores.

El partido laborista en el poder, estaba a punto de darse la estocada. Entre 1978 y 1979, la arrogancia de las centrales sindicales tenía enjaque al gobierno, y había destruido sus esperanzas de recuperación de la economía. La primera victoria de la Thatcher, por consiguiente, provino de la incompetencia de sus contendores.

Ese rasgo marcó todas sus contiendas electorales. Sus dos victorias siguientes, en 1983 y 1987, se debieron no tanto a la convicción del público británico sobre las bondades de la Thatcher, como a la división de los laboristas y al ascenso de los socialdemócratas, en alianza con los liberales. Los conservadores tuvieron 13,7 millones de votos en 1979, 43.9 por ciento del total, un porcentaje que descendió en las dos oportunidades posteriores.

Pero las condiciones eran ideales para el éxito de la gestión de un gobernante resuelto: a mediados de 1979, la inflación crecía aceleradamente, el desempleo iba en aumento, los sindicatos habían derrotado los esfuerzos de los dos gobiernos anteriores por ponerles en cintura. La pregunta sobre la gobernabilidad de la Gran Bretaña, un rasgo de tercermundismo, era planteada en todos los círculos.

Pero la Tatcher no estaba dispuesta a dejarse derrotar. Con la ayuda de su tesorero Howe, atacó con fuerza el gasto público. El desempleo subió por encima de los tres millones, el producto industrial cayó en una quinta parte y la aceptación popular de la primera ministra descendió al 23 por ciento. Pero la inflación, que había llegado al 23 por ciento, en 1983 bajó a menos del 4 por ciento. Los conservadores habían recuperado su nivel en las encuestas.

Fue entonces cuando un grupo de militares argentinos vino a mejorar aun más la imagen de la Thatcher ante su pueblo. Su intentona de recuperar las islas Malvinas por la fuerza, les valió una violenta reacción de la Thatcher, quien al recuperar la isla a sangre y fuego, se ganó el título de Dama de Hierro.

Y si la victoria militar ultramarina fue el mayor impulso de su primer período, la victoria sobre el Sindicato Nacional de Mineros marcó al segundo. La economía británica sufría los embates de la presencia constante de huelgas en todos los sectores. Los sindicatos quedaron reducidos, mientras el elector británico asistía incrédulo.

En sus primeros períodos el sistema impositivo fue simplificado, los gravámenes sobre la renta se redujeron, y el énfasis se puso en los impuestos indirectos. Pero se preparaba para lo más importante de todo, la privatización de la economía. Comenzó con la Compañía Nacional de Carga y se fue extendiendo sobre otros sectores: el acero, el gas, las telecomunicaciones, los aeropuertos, hasta llegar a un total de 57 mil millones de dólares. Los subsidios al sector privado desaparecieron, los controles financieros también. La liberalización de la economía y la recuperación del prestigio britanico parecían imparables.

Pero las cosas empezaron a declinar. Primero fue la renuncia de su ministro de Defensa Michael HeselLine en 1986, luego Nigel Lawson, más tarde su fiel Geoffrey Howe. Detrás de cada una de esas renuncias parecía estar el fantasma de la integración de Gran Bretaña a la Comunidad Económica Europea.

Para cuando cumplió diez años en el poder, en mayo de 1989, era evidente para todos, menos para ella, el desgaste de su gobierno. Para sorpresa de muchos, las encuestas indicaban que, aun tras una década de liberalización y privatización de la economía, los británicos seguían enamorados de su "estado nodriza", con su carga de proteccionismo social tan despreciada por la Thatcher. Y lo que es peor, aunque el poder de los sindicatos se redujo considerablemente, la legislación laboral, restrictiva y llena de prebendas, sobrevivía.

Pero además, sin que ella siquiera se diera cuenta, sus propias victorias habían cambiado tanto la escena política, que sus viejos enemigos habían desaparecido. Su retórica comenzó a hacerse incomprensible cuando llamaba socialistas a unos laboristas que ella misma, al acorralarlos, había llevado empujado al centro. Esos mismos laboristas eran, por cuenta de la señora Thatcher, de nuevo elegibles.
Por eso, comenzó a ver enemigos inexistentes cuando, por ejemplo, se resistía a aceptar la integración económica a la CEE porque veía "socialistas" listos a hacer una fiesta con la soberanía británica. Mientras tanto, la mayoría de los británicos se sentía europea por encima de todo, y se preguntaba de qué diablos estaría hablando su primera ministra.

Como si fuera poco, se presentó el problema del poll tax, un impuesto considerado medieval, que se cobraría por cabezas, sin consideración al ingreso. El asunto produjo los peores disturbios de las últimos años en Londres, y llevó la popularidad de la Thatcher a los niveles más bajos. Para muchos, ese resultó ser el tiro de gracia para su carrera política.

El juicio de la historia seguramente le será favorable. Le devolvió a su patria un lugar de respeto, cuando más lo necesitaba. Pero sus principios resultan cuestionables. Su medida de la libertad se cifraba en la ampliación de los mercados, en el poder del consumidor individual, en la medida del éxito. Pero también fue ciega y sorda ante los derechos de los debiles. Allí, tal vez, se encontraron sus grandes éxitos y sus grandes fracasos

Los aspirantes

Michael Heseltine

Desde sus épocas de estudiante en Oxford, Michael Heseltine tenía el propósito de ser primer ministro del gobierno británico. Nació en la ciudad galesa de Swansea en 1933. Era hijo del director de una empresa de aceros.

Se convirtió en multimillonario gracias a sus habilidades para multiplicar una herencia de su abuelo que ascendía a mil dólares de la época. Su fortuna llegó a tal punto que cuando prestaba el servicio militar podía darse el lujo de ir en su coche Jaguar con su chofer.

Mucho menos intransigente que la Thatcher y mucho más preocupado por el tema de las desigualdades sociales, Heseltine es un europeísta convencido, hasta el punto que renunció en 1986 a su ministerio por esas ideas. Heseltine entró en la Cámara de los Comunes en 1966 y fue ascendiendo en su partido hasta que llegó a formar parte del gobierno en la sombra cuando los "tories" pasaron a la oposición.

En 1979 Heseltine se encargó de la cartera de Medio Ambiente en el primer gabinete formado por la Thatcher y en 1983 fue nombrado ministro de Defensa. Su desafío a la ex primera ministra británica es la consecuencia de una relación que jamás, ni siquiera cuando era su ministro, tuvo el menor asomo de armonía. Por eso no resulta extraño encontrar en su anecdotario frases en las que califica a Margaret Thatcher de "maldita mujer", si bien nunca las expresó de manera oficial.

Y aunque parecen cortados por la misma tijera en cuestiones temperamentales, son como el agua y el aceite en asuntos ideológicos. Algo de eso mostró Heseltine cuando, siendo ministro de Defensa, protagonizó encuentros con pacifistas que se oponían a la política de los misiles "Cruise" y se manifestaron a propósito del hundimiento del "Belgrano" en las Malvinas.

John Major

A pesar de que se le achaca excesiva juventud para el cargo por contar sólo 47 años, tiene una cosa a su favor: es el candidato de la ex primera ministra Margaret Thatcher. Su vida se pwede considerar como la antítesis de la de Douglas Hurd. Abandonó el colegio a los 16 años, fue obrero de la construcción, empleado de la banda y perteneciente al gremio de los desempleados. De los tres aspirantes, es el menos afortunado en cuestiones de familia: es hijo de un trapecista de circo.

Se vinculó a las juventudes conservadoras y dio el salto a la política municipal en Lamberth, posteriormente llegó a los Comunes por el distrito de Huntingdonshire, en 1979 y en 1987 Margaret Thatcher lo nombró secretario del Tesoro. El año pasado fue víctima del ensañamiento de la prensa cuando fue nombrado secretario del Foreign Office, ya que entre otras cosas se decía que no manejaba ningún otro idioma aparte del inglés. Luego de su fugaz paso por el Ministerio de Exteriores, fue nombrado ministro de Hacienda en reemplazo de Nigel Lawson.

Lealtad y pragmatismo son las cualidades que la ex primera ministra ha vendido a la opinión inglesa sobre Major. Sin embargo, el background del hombre que ha manejado las finanzas del país durante el último período del gobierno de la Thatcher, no logra entusiasmar a las más arraigadas mentes británicas. Pero estas cualidades han sido también descubiertas por los circulos financieros londinenses a quienes sólo les incomoda que un primer ministro británico cuente en su haber que tuvo que suspender un examen para conductor de autobús, por no aplicar en matemáticas.

Pero los que sí las verían por lo menos un poco grises son los pro europeístas ya que Major es considerado reticente a otorgar competencias a la Comunidad Económica Europea. Ello, a pesar de que algunos se hacen ilusiones por el hecho de que fue Major quien convenció a la Thatcher para que aceptara que el Reino Unido entrara a formar parte del Sistema Monetario Europeo.

Douglas Hurd

Es hijo y nieto de parlamentarios conservadores. Uno de los últimos representantes de la aristocracia inglesa que ha sabido satisfacer sus apetitos de poder, como buen hijo de su clase vería culminada con broche de oro su carrera si logra conquistar el primer ministerio inglés. Ese fue el sueño de su padre, Lord Hurd, cuando el 8 de marzo de 1930 nació en Marlborough.

Su impecable hoja de vida comienza en Eton y Cambridge en donde se graduó con lujo de honores. Posteriormente ingresó en 1952 en el servicio diplomático, en el que realizó una promisoria carrera que comenzó en China, luego en la ONU y finalmente en la Subsecretaría de Asuntos Exteriores en Roma. Trabajó para la sección de Investigación de su partido y ha ocupado cargos como el de secretario privado de

Edward Heath

Es conocido por su mano dura. Hasta el punto de que en la universidad se le conocía como "Hitler Hurd", por las palizas que les daba a sus opositores. En 1985, cuando era ministro para Irlanda del Norte tuvo que sacar a relucir su pulso firme frente a los conflictos sociales como el del estadio Heyssel y la creciente delincuencia. Sin embargo, es considerado del ala liberal de los "tories". Adoptó una posición enérgica al pedir fuertes sentencias para los delitos violentos, pero se opuso a la reimplantacion de la pena de muerte.

Casado dos veces y con cinco hijos, este autor de cinco novelas de ficción política es, según algunos, el más firme candidato a la sucesión de Margaret Thatcher, siempre y cuando su falta de carisma no se convierta en un factor determinante y su "factible" alianza con Major se vuelva una realidad. En su carrera política al lado de la Dama de Hierro fue secretario de Estado del Foreign Office y ministro de Interior y dos veces ministro de Exteriores. Esta cercanía con el poder es probablemente la que más lo ha convencido de que su próxima dirección será el número 10 de Downing Street.-