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Antes de morir, Yaser Arafat ya tenía problemas de salud, pero nadie logró encontrar las causas de su deceso. Su féretro llegó a el 11 de noviembre de 2004 a Palestina en un ambiente de histeria | Foto: AFP

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La resurrección de Palestina

Los palestinos lograron en una semana lo impensable: que un equipo exhumara a Yaser Arafat para averiguar si lo asesinaron y que la ONU los reconociera como un Estado.

1 de diciembre de 2012

Yaser Arafat no fue un? santo, ni hizo milagros. Pero la semana pasada resucitó dos veces en solo tres días. El martes, ocho años después de su muerte, su cuerpo volvió a ver la luz cuando un grupo de investigadores lo exhumó para saber si en realidad murió asesinado, como sostiene su familia. Y el jueves, su sueño más preciado se hizo realidad. En Nueva York, la Asamblea General de la ONU reconoció a Palestina como un Estado observador. Como dijo su viuda Suha, "Es como si él me dijera: todavía estoy vivo y contigo".

En los hogares de Cisjordania y de la Franja de Gaza fueron días raros. De júbilo, fiesta y alegría por lograr un paso histórico para volverse un país con todas las de la ley. Y de tristeza, de recuerdo y de preguntas sobre la verdad de la muerte del rais, como le decían a Arafat.

Sus últimos momentos fueron terribles. Desde diciembre de 2001 el rais estaba atrapado en la Muqataa, el complejo presidencial palestino en Ramala. Después de una serie de atentados suicidas, las tropas israelíes no lo dejaban moverse y habían decretado que "estaba fuera de juego". Asediado en su ratonera, sin agua ni luz, su territorio se reducía a un par de cuartos, una sala de juntas y una oficina. Dormía en el suelo junto a un puñado de fieles, en pésimas condiciones sanitarias, poca comida y en un ambiente sofocante.

La salud de Arafat se degradaba. A los 75 años, quien alguna vez fue el símbolo de la causa palestina, un guerrillero mítico, un zorro de la política internacional era ahora un hombre acabado. Tenía problemas de piel, le temblaban sus manos, sufría pérdidas repentinas de memoria. De repente, el 12 de octubre de 2004 amaneció vomitando, con una diarrea crónica y agudos dolores de estómago. Los gobernantes árabes enviaron a sus mejores médicos a Ramala, la capital de Cisjordania. Ninguno logró descifrar qué tenía Arafat.

El 29 de octubre el rais pisó por última vez Palestina. Lo evacuaron de urgencia a Francia, no sin antes pedirle un humillante permiso de salida a Israel. Un gentío acompañó a un Arafat flaco, demacrado, apagado. En París lo internaron en el Hospital Militar de Percy. Allí su esposa Suha montó una guardia celosa. No dejaba entrar a nadie, ni siquiera a una delegación de políticos palestinos. Su mujer denunció que hay que "darse cuenta del tamaño de la conspiración, quieren enterrar vivo a mi marido". Arafat ya olía a muerte.

En la noche entre el 2 y el 3 de noviembre su salud se empeoró. Su viuda contó que: "Quería salir de la cama, gritaba. Le dije: cálmate. Se sentó y se puso a llorar". Esa tarde un coma profundo envolvió el legendario combatiente. No se volvería a despertar. El 11 de noviembre se apagó, sin que nadie pudiera explicar porqué murió. El hospital concluyó que "a pesar de consultar expertos y hacer muchos exámenes, no se pudo asociar una enfermedad a los síntomas que tenía el paciente". Su cadáver tampoco dio ninguna pista, pues su viuda rechazó que le hicieran una autopsia. Envuelto en la bandera Palestina, su cuerpo volvió a Ramala, donde una multitud histérica le dio el último adiós.

En Palestina la lucha por el poder del rais sustituyó rápidamente el duelo nacional, pero los rumores de que Arafat murió envenenado ya estaban en boca de todos. Israel, claro, era el culpable ideal. Su primer ministro Ariel Sharon llevaba meses diciendo que "no le recomendaría a ningún seguro asegurarle la vida a Arafat", que "quienquiera que mate a un judío es un hombre al que la sangre le recaerá encima" o refiriéndose a la muerte de varios líderes palestinos: "Como actuamos contra esos asesinos, actuaremos contra Arafat".

Y el Mosad, el servicio secreto israelí, nunca ha sido tímido para eliminar a sus enemigos. Pero para envenenar a Arafat, muchos dicen que era necesario tener cómplices en la Muqataa. Y hay quienes piensan que a algunos dirigentes palestinos les convenía la muerte del rais. Según un sondeo reciente en Palestina, 72 por ciento de la gente piensa que fue asesinado. De estos, 64 por ciento creen que fueron los israelíes y 22 por ciento los palestinos.

El secreto de la muerte de Arafat se habría quedado sepultado en su mausoleo si no fuera porque hace unos meses Clayton Swisher, un periodista de la cadena Al- Jazeera, le pidió a Suha Arafat el historial médico y objetos personales del dirigente. Envió varias prendas a un laboratorio en Lausana, Suiza. Ahí descubrieron que unos calzoncillos con manchas de orina y un gorro hospitalario impregnado de sangre revelaban un índice anormalmente elevado de polonio 210. El mismo producto radioactivo usado en Gran Bretaña en 2006 para asesinar al espía ruso Alexander Litvinenko.

Una dosis de un microgramo en la comida o la bebida es suficiente para matar en un par de semanas. El veneno se acumula en el hígado, los riñones y el bazo y destruye poco a poco la médula ósea. También se presentan náuseas extremas, jaquecas severas y caída del cabello. Como a Arafat no le pasó eso, algunos médicos dicen que también pudo ser asesinado con talio, un elemento químico altamente dañino o con toxinas de Amanita phalloides, un hongo venenoso.

Aunque los resultados presentados por Al-Jazeera no son suficientes para concluir que envenenaron a Arafat, convencieron a Suha de denunciar el asesinato de su marido a la policía francesa. De ese modo, el martes pasado varios miembros de la brigada criminal de París, el laboratorio suizo y otro ruso tomaron muestras de los restos de Arafat. Advirtieron que la investigación no concluirá antes de marzo de 2013.

Pero para los palestinos un par de meses no importan. Ya llevan casi una década preguntándose de qué murió su rais. Y más de 65 años ilusionados con que su nación sea un Estado. Esperar es lo de menos.