Home

Mundo

Artículo

LA SARTEN POR EL MANGO

Con los problemas internos de la dirigencia contra, los sandinistas parecen manejar las negociaciones.

27 de junio de 1988

De todas las batallas que han librado los sandinistas, ésta, la de la paz, es la que les está generando mejores resultados. Al cabo de siete años de guerra que han desangrado al país y han arruinado la economía, Managua está demostrando que, así sea a punta de tropiezos, algo ha aprendido en el campo de la astucia.
Tal impresión volvió a ser confirmada la semana pasada, cuando de manera unilateral el gobierno nicaraguense anunció que estaba prolongando la tregua, acordada con los contrarrevolucionarios a finales del mes de marzo en el pueblo de Sapoá. Según Managua, la orden de cese al fuego se extenderá por un período de 30 días más, hasta el último día del mes de junio.
De acuerdo con la versión oficial, el espíritu de la medida es el de permitir el desarrollo de las conversaciones entre el gobierno y los contras. Estas se han venido adelantando desde hace días con el objeto de negociar una eventual desmovilización de las fuerzas rebeldes, pero hasta ahora el avance ha sido escaso. Las posiciones permanecen tan alejadas que un arreglo final se considera lejano, si no imposible.
Ese convencimiento no impide que los sandinistas sigan negociando. Según las malas lenguas, Managua se ha convencido de que los contras han tenido más problemas en tiempos de paz que en tiempos de guerra. Tales dificultades no tienen que ver con los hostigamientos del Ejército Popular Sandinista. Al parecer, los contras se están derrotando solos.
Esa opinión es confirmada por los reportes de los periodistas que han tenido acceso a los campamentos de los rebeldes, en la frontera entre Nicaragua y Honduras. Según éstos, por lo menos un 20% de las tropas se han amotinado bajo el mando de Walter Calderón López, alias Toño, uno de los comandantes de campo.
La causa de la protesta es la actitud del "jefe supremo", el coronel Enrique Bermúdez, quien ha sido acusado de falta de capacidades militares, de ser "blando" con los sandinistas y de tener a su cargo gente que se ha hecho rica con el dinero de la ayuda norteamericana. Aunque Bermúdez todavía tiene la sartén por el mango, Toño ha dicho que si éste continúa, será sin su colaboración. Por lo tanto es probable que Adolfo Calero, dirigente de la Resistencia Nicaraguense, remplace a Bermudez, aunque el cambio no es seguro. Según sus enemigos, Calero es un mal jefe militar que no podría conducir a las tropas rebeldes en caso de que se vuelva a las hostilidades.
Las divisiones internas entre los contras han llegado a tal extremo, que los observadores ya están empezando a sacar conclusiones. En primer lugar, se afirma que así los sandinistas prometan el cielo y la tierra y concedan la apertura política, siempre habrá una parte de los rebeldes que continuará con la lucha armada.
Al cabo de siete años de pelea, muchos insurgentes no conocen otra forma de ganarse la vida diferente al bandolerismo y su reinserción en una sociedad pobre como la nicaraguense, se ve realmente difícil. Adicionalmente, la falta de combate está aumentando las probabilidades de una victoria militar sandinista en caso de un rompimiento en la mesa de negociaciones. Al tiempo que los contras pelean entre ellos, Managua mantiene su ejército debidamente entrenado y preparado para cualquier eventualidad. A pesar de que la semana pasada Ronald Reagan dijo que le volvería a pedir dinero al Congreso en caso de que los sandinistas volvieran a la guerra, la amenaza no parece ser seria teniendo en cuenta que en época pre-electoral es dudoso que se llegue a un consenso sobre el tema.
Como si lo anterior fuera poco hay gente que cree que los líderes de la contra ya están pensando en su pellejo ante el convecimiento de que la causa está perdida. En ese grupo estarían el coronel Bermúdez, Calero, Aristides Sánchez y Alfredo César. Los tres primeros saben que deberán pasar sus días en los Estados Unidos ante la resistencia que crean en Nicaragua. El cuarto, que trabajó con los sandinistas hasta 1982 como presidente del Banco Central, estaría apoyando una desmovilización porque cree que tendría buenas oportunidades en el caso de una próxima elección presidencial.
No obstante, esa posibilidad está lejana. Los esfuerzos de apertura efectuados por Managua todavía están muy lejos de llegar al ideal y si las posiciones se polarizan, es dudoso que se otorgue una amnistía que le permita a César volver a su país. La mezcla de acciones conciliadoras y de repentinos endurecimientos, ha convencido a los expertos de que la cúpula sandinista está dividida sobre qué camino tomar. Entre los actuales gobernantes hay gente que piensa que sería injusto llamar a elecciones para acabar la guerra, pues con la crisis económica los sandinistas han perdido mucha popularidad y su triunfo se ve comprometido.
Ese análisis es el que lleva a pensar que Managua está convencida de que no hay nada mejor que seguir comprando tiempo. La inmovilidad de los dirigentes rebeldes y su débil poder negociador (sin los dólares de Washington la amenaza ya no es la misma de antes) le han dado el control de la batuta a los sandinistas. A pesar de que siempre hay posibilidades de que se reanuden las hostilidades, el curso de los acontecimientos está sugiriendo que esta situación de tregua se va a prolongar todavía más. Al cabo de tantos muertos, el gobierno sandinista ha comprendido que no hay como un cese al fuego para ganar la guerra.