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A LA SOMBRA DE RONALD REAGAN

En Cartagena se aprobaron las reformas a la Carta de la OEA...por lo menos por el momento.

6 de enero de 1986

La doble reunión de la OEA en Cartagena (tres días de Asamblea extraordinaria, y otros seis de sesiones ordinarias) se abrió el 2 de diciembre rodeada de malos presagios. Así como treinta y siete años antes, la Organización de Estados Americanos se había creado en reemplazo de la Unión Internacional de Repúblicas Americanas en medio de una Bogotá devastada y aterrorizada por los sucesos del nueve de abril de 1948, esta Asamblea convocada para reformar la Carta fundamental, tuvo lugar en un país militarizado. Los treinta cancilleres y 18 observadores extranjeros, los centenares de periodistas nacionales e internacionales, vieron una Cartagena muy distinta de la habitual: por sus calles rondaban los mismos tanques Cascabel que se hicieron famosos en la toma del Palacio de Justicia, y el Centro de Convenciones donde se realizaba la reunión de la OEA tuvo que padecer, si no una toma verdadera, un simulacro de toma por parte de las fuerzas militares. Y sin embargo, contra los malos presagios del ambiente, contra el escepticismo de los observadores y las predicciones pesimistas de los diplomáticos, y pese a la brevedad de la reunión, su resultado fue un éxito. Se aprobaron por consenso dos reformas de fondo a la Carta fundamental.
De las dos, la más importante es sin duda la que convierte a la OEA en una organización pluralista, que no requiere ya de sus miembros el tener como forma de gobierno la democracia representativa. "Todo Estado tiene derecho a elegir sin injerencias externas su sistema político, económico y social, y a organizarse en la forma que más le convenga y tiene el deber de no intervenir en los asuntos de otro Estado", reza ahora la Carta. La segunda reforma es la que permite que ingresen a la OEA países americanos que tengan problemas limítrofes con sus vecinos, lo cual abre el paso, hasta ahora cerrado, a Belice -que los tiene con Guatemala- y a Guyana -que los tiene con Venezuela.
Triunfan así las tesis de Colombia, que se había convertido en el campeón de tales reformas dentro de un paquete de 53 puntos (políticos, jurídicos, económicos, sociales, científicos y culturales) preparado largamente por una comisión ad hoc nombrada por el presidente Betancur e integrada por prestigiosos internacionalistas. Pero no fue tampoco, como se apresuraron a afirmar algunos medios de prensa, un triunfo total. Para empezar, se quedaron en el tintero, por la falta de tiempo, una serie de importantes propuestas para reformar el Pacto de Bogotá (Tratado Americano de Soluciones Pacíficas) y el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), cuyo estudio fue pospuesto para la próxima Asamblea. Y es precisamente el tema a que se refieren esos dos tratados el que constituye el meollo fundamental de toda la Organización, es decir, la no intervención, el que ha hecho de la OEA lo que un editorial de El Tiempo llamaba en estos días "el organismo oscuro, burocratizado e inexplicablemente inútil que es hoy".
En efecto, si se mira la historia reciente de la Organización, su inutilidad salta a la vista. Con excepción de la guerra entre El Salvador y Honduras de 1969 y quizás (aunque sólo sea porque prestó su sede para la firma) los tratados Carter-Torrijos sobre la devolución del Canal de Panamá de 1977, la OEA ha estado ausente de todos los conflictos de importancia que se han presentado entre Estados americanos en las últimas décadas. La invasión norteamericana a Santo Domingo en 1965 (la Organización sólo se hizo presente a posteriori, para avalar una acción emprendida unilateralmente por el gobierno del presidente Johnson); la guerra de las Malvinas en 1982 (la OEA no reaccionó ante la intervención de Inglaterra, potencia extranjera, al hemisferio, ni se inmutó ante la ayuda que le prestó a los ingleses el gobierno, ese sí hemisférico, del presidente Reagan); el desembarco norteamericano en la isla de Granada en 1983; y finalmente el más prolongado de todos: las disputas entre Nicaragua y sus vecinos, iniciadas a raíz del triunfo sandinista en 1979, y considerablemente enconadas por la intervención abierta del gobierno norteamericano en Nicaragua: minado de puertos, bloqueo económico apoyo financiero y militar a los grupos "contras" que combaten al gobierno sandinista. En este último caso ha sido tan rotunda la inutilidad de la OEA, que fue necesario inventar, para reemplazarla, al Grupo de Contadora y a su Grupo de Apoyo. Los cuales también parecen haber confirmado su inutilidad en la reunión paralela a la de la OEA que sus cancilleres celebraron en Cartagena, y de la cual sólo salió una cosa en claro: que para Nicaragua no hay nada más que hablar mientras no cese la agresión norteamericana. La cual no va a cesar, pues así lo declaró en Cartagena el subsecretario de Estado para Asuntos Latinoamericanos, Elliot Abraham: los Estados Unidos seguirán presionando militarmente hasta que el gobierno sandinista permita la democratización de Nicaragua.
Pues es el peso desmesurado de los Estados Unidos en el Continente lo que convierte finalmente en retórica vacía los buenos propósitos de la Organización de Estados Americanos sobre no intervención, respeto mutuo, y, ahora, pluralismo político e ideológico. Ese peso deja completamente en el aire las esperanzadas palabras del presidente Belisario Betancur en su discurso de inauguración de la Asamblea: "Se trata de saber si la solidaridad hemisférica basada en la convivencia, equidad, respeto recíproco y comprensión mutua, es arrasada por la bipolaridad Este Oeste". Y ese peso se vio en acción durante la misma Asamblea en los difíciles equilibrios, marchas y contramarchas que se vio obligado a hacer el canciller colombiano, Augusto Ramírez Ocampo, para explicar que su gobierno nunca había propuesto el reingreso de Cuba, expulsada de la Organización en 1962. Y quedó refrendado finalmente en el comentario que le mereció el tema al secretario de Estado norteamericano, George Shultz, quien hizo una aparición fugaz en el Centro de Convenciones: "Cuba fue expulsada de la OEA por su comportamiento, por ser un Estado disociador en el hemisferio, y desde entonces su conducta no ha mejorado sino que se ha deteriorado, de tal manera que no hay posibilidades de que regrese a la OEA".
Ante eso, no pesan demasiado las reformas a la Carta sobre pluralismo ideológico, como ante las advertencias de Abraham pesa poco el fortalecimiento teórico del principio de no intervención. Para todo ello, por lo demás, no basta con que hayan sido firmados los protocolos de Cartagena: es necesario, además, que sean aprobados por cada uno de los gobiernos, y esa no es tarea rápida. La última vez que se reformó la Carta de la OEA (que fue también la primera) en 1967, en Buenos Aires, fue necesario esperar cuatro años para la aprobación definitiva. Y en los años venideros cabrán, sin duda, presiones sobre los gobiernos latinoamericanos para que reconsideren la decisión tomada en Cartagena por sus cancilleres.
El ambiente que rodeará ese proceso se pinta en dos detalles: en el Centro de Convenciones de Cartagena apareció colgado el día de la inauguración, sin qué nadie supiera quién lo había colocado, un inmenso retrato del presidente Ronald Reagan sonriente. Y la ardua reunión de cancilleres no mereció prácticamente ningún cubrimiento por parte de la prensa norteamericana, que se limitó a reseñar las acusaciones que allí hizo el secretario de Estado Shultz, sobre el intervencionismo.. de Nicaragua en la guerrilla colombiana. Para esa prensa, y para la opinión que ella informa, la Organización de Estados Americanos se parece bastante a la definición que de ella dieron los cubanos cuando su país fue expulsado hace más de veinte años: "El ministerio de Colonias de los Estados Unidos".