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Romper y agarrar. En segundos las Panteras Rosa vuelven trizas las joyerías, se llevan lo más valioso y huyen. No hay tiempo para reaccionar.

DELINCUENCIA

Ladrones en Yugoslavia: ¡Qué joyitas!

Rápidos, furiosos y eficaces, unos ladrones de la antigua Yugoslavia apodados la pandilla de las Panteras Rosa llevan diez años saqueando joyerías en las grandes capitales.

5 de octubre de 2013

Extraordinary Diamonds, diamantes extraordinarios. El magnate israelí Lev Leviev tal vez pensó que exponer, bajo ese título, cientos de joyas únicas en el glamoroso hotel Carlton de Cannes hechizaría a los multimillonarios que veranean en la Costa Azul. Pero Leviev solo encontró la desgracia en ese balneario francés. “Todo fue muy rápido y sin violencia”, dijo un policía. 

El 28 de julio pasado, a media mañana, en solo 60 segundos decenas de diamantes y relojes cambiaron de mano de repente. Mientras tres guardias del hotel trasladaban las alhajas de las cajas fuertes a un mostrador blindado, un hombre, con bandana y gorra, se encaramó por una ventana supuestamente cerrada. En la penumbra, surgió con una pistola detrás de una cortina. Menos de un minuto después estaba en la calle y Leviev había perdido 136 millones de dólares. El ladrón, sin prisa, dobló la esquina más próxima y desapareció.  

Eficacia, velocidad, descaro. El robo del Carlton, uno de los más cuantiosos de la historia, es para muchos un golpe más de la pandilla de las Panteras Rosa, un audaz clan de bandidos de los Balcanes que siembra pánico entre joyeros y policías de los barrios más lujosos del mundo. De Dubái a Mónaco, pasando por París, Londres, Ginebra o Tokio, nada resiste estos felinos hambrientos de diamantes, que llevan más de diez años planeando los atracos más increíbles. Su botín, según Interpol, llegaría a los 330 millones de dólares, acumulado 341 robos en 35 países. 

Las Panteras se criaron en los noventa, mientras Yugoslavia se partía en pedazos en medio de una guerra caótica. La economía era una ruina, las armas circulaban y el mercado negro florecía. Para una generación de malhechores, contrabandistas, policías corruptos, exsoldados y paramilitares el crimen era la única salida. Intrépidos, sin nada que perder, empezaron a atacar joyerías en toda Europa, mimetizados entre la multitud de refugiados que huían del conflicto. 

Como le explicó a SEMANA John Kennedy, presidente de la Jewelers’ Security Alliance, “la banda está compuesta por cientos de delincuentes. No están organizados jerárquicamente, sino como grupos que cooperan entre sí y que comparten métodos de trabajo y contactos”. No en vano los apodan el Al-Qaeda del crimen organizado. 

En las capitales del lujo tienen células durmientes que activan cuando van a dar un golpe. Y si el atraco dura unos pocos minutos, prepararlo tarda meses. En general en cada operación solo participan unas cinco o seis personas que envían una avanzada para estudiar el objetivo. Puede ser una pareja políglota, impecablemente vestida, que se vuelve cliente fiel de la joyería. Compran collares, relojes, le cogen confianza a los vendedores y no pierden un solo detalle: dónde están las cámaras, qué tipo de alarma tiene, qué fallas hay, cuál es la mejor ruta de escape o qué vale la pena llevar. 

Pero eso está en el manual de cualquier atracador. Lo que los hace grandes es su capacidad de adaptación y reacción. En Biarritz, en el País Vasco francés, embadurnaron un banco con pintura fresca para que ningún testigo se sentara frente a su presa. En Tokio una vez se fugaron con 3 millones de dólares en bicicletas, con máscaras anticontaminación, para fundirse en la marea de ciclistas.

En Courchevel, una estación alpina francesa, atracaron con gafas de sol y gorros antes de escapar en esquí. Cuando están adentro, ya es demasiado tarde. Mientras uno apunta, su cómplice rompe las vitrinas con un mazo o un hacha. Van al grano, no pierden tiempo, en un par de segundos siembran conmoción y pavor, rompen, agarran y desaparecen.

Las joyas duran poco tiempo en sus bolsos pues ya tienen un comprador. Este les da el 15 por ciento del valor y legaliza los diamantes, pues las gemas tienen un código láser gravado que las identifica. Vuelven a tallarlas, falsifican los certificados de origen en África y presentan la piedra robada como un diamante que acaba de ser descubierto. En su tierra algunos ya son mitos. Dragan Ilic, un locutor de radio serbio, dijo que “más que criminales, son héroes. Son violentos, pero no han matado a nadie. Es como si vencieran a los occidentales con su poder y su inteligencia”.

Hasta 2007 las Panteras Rosa delinquían con relativa tranquilidad, pero ese año Interpol creó un grupo especial para combatir a la pandilla, donde policías de todo el mundo comparten ADN, huellas digitales, videos y números de teléfono celular. Aunque cientos de ladrones han caído, las panteras no parecen en vía de extinción. 

Hace unos meses, comandos con fusiles AK-47 atacaron varias prisiones suizas para liberar a algunos cabecillas. En septiembre una camioneta cuatro por cuatro embistió una joyería en París, de donde se llevaron en unos minutos 2,6 millones de dólares en joyas. Para Kennedy, “las Panteras no están fuera del negocio. Aunque se hagan esfuerzos, la guerra contra el saqueo de joyerías nunca terminará”.

LONDRES 2003

37 millones de dólares
Dos hombres, con sombreros y pelucas, entraron en la joyería Graff en New Bond Street, en el exclusivo barrio de Mayfair. Uno de ellos sacó su revólver Magnum 357 y en menos de tres minutos se llevaron diamantes amarillos y una sortija con una gema azul. Al par de meses Scotland Yard, que le seguía la pista a la pandilla, encontró una de las piedras escondida en un frasco de crema facial, el mismo truco que en la película setentera El regreso de la pantera rosa. La caleta inspiró los tabloides británicos para bautizar los rufianes como “The Pink Panthers”. 

TOKIO 2004

33 millones de dólares
Dos serbios, con trajes impecables y pelucas, entraron a la joyería Le Supre-Diamant Couture de Maki, en Ginza, uno de los mejores sectores de Tokio. Rociaron con gas pimienta a uno de los empleados y lo encerraron en el baño. En menos de tres minutos llenaron sus bolsos con diamantes amarillos y con el Comtesse de Vendôme, un collar de 116 diamantes, uno de estos de 125 quilates.

Con motos que los esperaban a la salida se perdieron en el tráfico. Los atracadores llevaban un mes en Japón y ya habían visitado varias veces la tienda, donde habían comprado joyas un par de veces. Aunque algunos fueron arrestados, el botín nunca apareció. Es el robo más grande de la historia de Japón.

SAINT TROPEZ 2005

2,8 millones de dólares
En pleno verano, tres hombres con shorts, camisa hawaiana y gorras Burberry, asaltaron la joyería Julian, a 100 metros de la gendarmería. En un minuto y 15 segundos se llevaron relojes y gemas y se escaparon corriendo por las calles llenas de turistas. En el puerto una lancha con motor fuera de borda los esperaba. En pocos minutos atravesaron el golfo de Saint-Tropez y se esfumaron. 

DUBAI 2007

11 millones de dólares
De repente dos poderosos Audi S8 rompieron las puertas del Wafi Mall, uno de los más fastuosos del emirato. En la plazoleta del centro comercial, uno de los carros embistió la joyería Graff. Dos hombres se lanzaron sobre la tienda con pistolas y hachas y en solo 170 segundos se robaron decenas de piedras preciosas y se subieron a sus vehículos, cuyas ruedas chirriaron por los corredores del Wafi. Aprovechando la hora pico, huyeron por una autopista vacía mientras la Policía trataba de salir del trancón en el carril opuesto. A un par de kilómetros quemaron los Audis y se subieron a un tercer carro, para escaparse con calma en la noche de Dubái.