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LAGRIMAS DE COCODRILO

Robert McNamara, secretario de Defensa en los primeros años de la guerra de Vietnam, llora sus errores 20 años más tarde.

22 de mayo de 1995

HAN PASADO 20 AÑOS DESde que cayó Saigón, capital de Vietnam del Sur, en un 30 de abril que refrendó la peor derrota militar de la historia de Estados Unidos. En un aniversario como ese, poco a poco resurgen los recuerdos, las iras, los rencores y los arrepentimientos de los protagonistas que lograron sobrevivir. Esta vez no ha sido la excepción. La semana pasada los televidentes de Estados Unidos vieron a un hombre de 79 años que jamás disparó un arma ni vistió un uniforme, pero que resultó crucial en el conflicto, lamentar sus errores. Robert McNamara, el secretario de Defensa del presidente John Kennedy, ratificado por Lyndon Johnson, presentaba ante las cámaras el libro que acaba de publicar y que más parece un mea culpa sobre su participación en el gobierno de Washington que envió a 58.000 jóvenes norteamericanos al matadero de una guerra en que perecieron tres millones de vietnamitas y a consecuencia de la cual la conciencia colectiva de Estados Unidos quedó marcada para siempre. En un momento dado, el anciano sollozó.
Robert McNamara no fue cualquier funcionario en esa época crucial. Se trataba del secretario de Defensa, el hombre directamente responsable ante el presidente de la conducción de la política de guerra, y por eso su arrepentimiento resulta tan impactante. Las organizaciones de veteranos, conformadas por quienes sufrieron en carne propia el drama de una guerra que no era suya, no han sido compasivos. Al fin y al cabo, dicen muchos, si el curso de la historia hubiera sido diferente, ese hombre no habría terminado su vida de trabajo en el confortable puesto de presidente del Banco Mundial, sino juzgado y condenado como criminal de guerra. Porque lo que revela su libro, más que datos y hechos ya suficientemente registrados, es la ligereza con la que el gobierno de Lyndon Johnson juzgó las circunstancias y tomó las decisiones que afectaron en forma trágica tantas vidas humanas.
McNamara era entonces muy aficionado a los datos y las clasificaciones, y lo sigue siendo. Cuando la guerra estaba en un momento crucial, hacia 1968, la opinión pública estadounidense se acostumbró a sus recuentos, muchas veces mal acopiados, de bajas comunistas, misiones de bombardeo, armas incautadas, líneas de suministro desbaratadas, siempre destinados a dar la falsa impresión de que la guerra era todavía ganable. Hoy, en su libro, el ex secretario de Defensa clasifica tres vertientes principales de error que condujeron al desastre vietnamita.
La primera es la concepción del mundo que primaba en ese entonces. El estadounidense más venerado de la época, Dwight Eisenhower, había llegado a la conclusión de que si Vietnam del Sur caía en manos comunistas, Laos, Camboya, Tailandia y Malasia le seguirían como las fichas de un dominó, con lo que se pondrían en peligro India, Birmania (hoy Myanmar), Indonesia y las Filipinas. Como consecuencia China y la Unión Soviética, envalentonados, seguirían su camino de conquista hacia una inevitable y catastrófica tercera guerra mundial. Ese planteamiento se veía complicado por la reciente experiencia de la actitud de Europa ante la Alemania nazi, que había resultado demasiado complaciente y no había logrado evitar la segunda guerra.
Ese planteamiento demostró ser equivocado y superficial, y condujo al segundo error, aún más demoledor: confundir la guerra nacionalista del líder vietnamita Ho Chi Minh con la batalla internacionalista del comunismo por extender su influencia. Ese error condujo no sólo a menospreciar el compromiso de los vietnamitas con lo que veían como su auténtica guerra de independencia, sino a cerrar cualquier posibilidad de una salida política que implicara la instalación de los vietnamitas del norte en el poder. Y la tercera vertiente de los errores, para McNamara, se centró en la excesiva confianza de los militares en el aparato tecnológico de que disponían, que llevó incluso a programar bombardeos masivos sobre Vietnam del Norte como no se vieron ni siquiera en la Segunda Guerra Mundial, con resultados tácticos completamente nulos.
Para los norteamericanos de la calle ya era suficientemente difícil entender una guerra librada tan lejos, en defensa de gobiernos cuya única virtud por encima de su corrupción incontrolable era su anticomunismo. Hoy es claro que si las encuestas hablaban de respaldo popular a la guerra, la causa era no sólo la propaganda oficial, sino la confianza en que su alto gobierno, en su sabiduría, tenía información tan sólida como para justificar la necesidad de enviar a los muchachos a morir en un lugar tan absurdo.
Pero ahora McNamara revela que hacia 1963, cuando se tomaban las decisiones para escalar la guerra, el gobierno no había investigado lo suficiente. "Nunca nos detuvimos a pensar en otras rutas para nuestros fines ", dice el ex secretario.
Lo que es peor, ese mismo hombre que asumió la causa de la guerra como propia, revela que ya para 1967 estaba convencido de que la guerra no tenía sentido y que los miles de manifestantes que se reunían cada mañana frente a la Casa Blanca tenían razón. Pero ante su incapacidad -o desinterés- en defender esa convicción íntima, cedió ante su 'lealtad' al presidente Johnson.
El lacrimoso McNamara de hoy sostiene que escribió "En Retrospectiva: La Tragedia y lecciones de Vietnam", contrariado por la forma como actualmente los norteamericanos creen que se maneja al país y para explicar la actitud del gobierno. Pero su propia lista de errores estratégicos y engaños a la opinión pública no hacen más que sembrar la desconfianza en que, de pronto, los estadounidenses hayan sido gobernados con esos principios durante mucho tiempo y lo sigan siendo ahora mismo.-