Home

Mundo

Artículo

LAS IRAS DE SEPTIEMBRE

Pinochet celebró la última conmemoración del golpe antes de pasar a retiro. Como siempre, opiniones encontradas y violencia.

14 de octubre de 1996

Los hechos históricos son objetivos pero lo que mueve a sus protagonistas es subjetivo; por eso es imposible encontrar un juicio unánime sobre los acontecimientos. Esta es la situación de los chilenos que cada 11 de septiembre, con visiones contrapuestas, conmemoran los sucesos del golpe de Estado que en 1973 derrocó al gobierno de Salvador Allende y llevó al poder a un desconocido militar, Augusto Pinochet. Este 11 de septiembre comenzó temprano y quien puso el dedo en la llaga fue el octogenario general .Ya un par de meses antes comenzó la operación con la publicación de un curioso libro de fotos con texto bilingüe firmado por su hija Lucía. En medio de las ceremonias de adulación que tradicionalmente organiza en esta época del año, la muerte del almirante Merino, uno de los integrantes originales de la junta de gobierno de 1973, también le fue propicia para reforzar la visión del golpe de Estado como un acto de salvación nacional y reactivar el respaldo a su persona en la Armada Nacional. Para activar a sus seguidores aprovechó también el décimo aniversario del atentado donde murió parte de su escolta la noche del 7 de septiembre de 1986. En torno a esta fecha organizó un acto en el cual condecoró a las esposas de los muertos y lanzó acusaciones de complicidad a políticos chilenos y gobiernos extranjeros, refiriéndose a Fidel Castro, quien asistirá a la cumbre de este año en Chile y que deberá recibir honores militares. La única respuesta a esta ofensiva pinochetista vino del Colegio de Periodistas, que exigió que se levante la prohibición de informar que pesa sobre el juicio que se sigue por el secuestro y asesinato del periodista José Carrasco Tapia, ocurrido hace 10 años. En esa ocasión Carrasco y otras personas fueron asesinadas por miembros activos de la fuerzas armadas horas después de que se conociera el atentado a Pinochet. Mientras el gobierno seguía concentrado en negociar con los senadores designados por la dictadura para lograr que se aprobaran en el Congreso la designación de un consejero del Banco Central y la asociación con el Mercosur, el ambiente previo al 11 de septiembre siguió caldeándose con las declaraciones del comandante de Carabineros en el sentido que frente a las manifestaciones de masas sus hombres iban a utilizar las armas en el legítimo derecho de su defensa. Violentas manifestaciones en las principales ciudades del país daban el marco a estas declaraciones policiales. En este clima llegó el 11 de septiembre. Como de costumbre, se realizaron paralelamente actos de recuerdo por los asesinados y desaparecidos durante la dictadura y actos militares de celebración en casi todo el país. A las 8:30 de la mañana, en el barrio alto de Santiago, Pinochet aprovechó la oportunidad para decir "que todo sacrificio ha sido para salvar a la patria". En los entornos de la casa un grupo de partidarios lo vitoreaban. Luego de recibir al vicecomandante del Ejército y amistades del general, quienes le reiteraron su lealtad, se dirigió hasta la Escuela Militar, donde cerca de 2.000 invitados lo recibieron con aplausos. En el otro extremo de la ciudad, 10 cuadras de hombres y mujeres que portaban retratos de desaparecidos y claveles rojos marcharon ordenadamente por las calles del centro de Santiago bajo la provocadora vigilancia de un fuerte contingente de carabineros armados, carros blindados y helicópteros. La marcha arribó pasado el mediodía al Cementerio General, donde se encuentran enterrados los restos del presidente Allende y el monumento Memorial de los Desaparecidos. Cuando los primeros oradores comenzaban sus discursos las bombas lacrimógenas y las piedras seguidas por carros lanzaaguas desataron el pánico entre los miles de participantes en el acto. En minutos el camposanto quedó convertido en un campo de batalla donde nadie entendía qué había pasado. Este fue el inicio de 16 horas de violencia. Por la noche los barrios populares de la capital se transformaron en verdaderas zonas de guerra, con barricadas organizadas por los habitantes, donde hubo saqueos a tiendas, atentados a gasolineras y ataques a puestos de policía. El resultado fue de 222 detenidos, 40 heridos y pérdidas superiores al millón de dólares. Quienes no sufrieron represión por sus actividades fueron los sectores pinochetistas, los que tras el acto de la Escuela Militar se trasladaron hasta la embajada de Cuba, donde desarrollaron una manifestación a la vista de las fuerzas policiales, que más bien hacían de custodios de los manifestantes. En medio de estos acontecimientos pasó casi inadvertida la significativa declaración del comandante en jefe subrogante de la Fuerza Aérea, general Máximo Vanegas, quien señaló "que si hubo excesos, pedimos perdón a Dios". Esta es la primera declaración por parte de un miembro de las fuerzas armadas chilenas que menciona la palabra perdón y reconoce veladamente a las víctimas del golpe de Estado. Con ello, nuevamente septiembre parece ser el mes de las reordenaciones del escenario político chileno. Mientras el gobierno apostaba a la disminución de los enfrentamientos políticos y sacaba de la primera plana a Ricardo Lagos, el ministro socialista que casi seguramente representará a la Concertación por la Democracia en las próximas elecciones presidenciales, la derecha y Pinochet desarrollaron una ofensiva exitosa en diversos terrenos, maniatando al gobierno en su relación con las fuerzas armadas, en el Congreso y ahora en la calle. Pero si mientras la ofensiva de la derecha se desarrollaba en los pasillos el gobierno podía negociar, la ofensiva y la provocación en la calle mostraron que los sectores más perjudicados por las violaciones a los derechos humanos bajo la dictadura todavía tienen capacidad para defenderse y complicar aún más la agenda de negociaciones del gobierno.