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A LAS MALAS O A LAS BUENAS

La actitud conciliatoria de Arabia Saudita crea nuevas expectativas en la crisis del Golfo.

26 de noviembre de 1990


Hace un par de semanas, un alto
Un funcionario de Arabia Saudita, al recibir a dignatarios de los paìses europeos, comentaba que todo el despliegue militarestaba muy bien, pero se preguntaba "¿ Y cuándo atacamos? " .
Esa actitud asombraba a los observadores intemacionales, acostumbrados a ver a los sauditas en busca de acuerdos transaccionales hasta en los asuntos más sensibles para su paìs. Sin embargo, el lunes 22 unas declaraciones del ministro de Defensa, Príncipe Sultán, mostraron que, por lo visto, Arabia Saudita no ha descartado que estarìa dispuesta a aceptar la entrega de algunas áreas de Kuwait a cambio de la retirada de las tropas de Saddam Hussein del paìs.

Esa posibilidad, combinada con el sueño de Saddam, según el cual Mahoma se le habrìa presentado para indicarle que sus misiles estaban dirigidos en la dirección equivocada, logrò tomar de nuevo por sorpresa a los gobiernos occidentales, que parecen a la zaga de las alternativas presentes cada dìa en el golfo.
En Arabia Saudita crece la impresión de que si bien Saddam debe salir de Kuwait, la guerra no serra el método más adecuado. Un aspecto que preocupa especialmente a los sauditas es que la maya parte de los soldados estacionados en la frontera kuwaitì son extranjeros no árabes. De hecho, de los 350 mil soldados que velan allì sus armas,sólo unos 30 mil (sin contar los 60 mil sauditas) son árabes, de los cuales la mayor parte son egipcios y sirios. Es contingente, aún considerando los sofisticados equipos bélicos con que cuenta, no serra capaz de enfrentarse por si solo con los 350 mil soldados de Saddam, que muy bien podrìan llegar a ser 500 mil en los pròximos dìas.

En esas condiciones, los sauditas temen que a medida que pase el tiempo, la opiniòn pública de las democracias occidentales socave la determinaciòn de sus respectivos gobiernos y en especial al de Estados Unidos, para mantener las tropas indefinidamente en la regiòn.

La posiciòn conciliatoria parece emanar también de la creciente conciencia de que aún si los aliados lograran derrotar a Irak, el esfuerzo significarìa graves pérdidas para Arabia no sòlo en términos materiales sino en vidas humanas, muchas de ellas civiles. La influencia negativa que los dignatarios de Ryad ven en la presencia extranjera en su paìs se une, además, a la idea de que esos soldados no estàn allì para defender la integridad territorial de su pais, sino los suministros del petròleo de occidente. Muchos sauditas piensan que la presencia militar extranjera en su paìs podrìa prolongarse mucho más de lo deseado por ellos.

Lo que parece producir mayor mella en la conciencia de los sauditas es la sensaciòn de que al menos parte de los planteamientos de Saddam son válidos. Uno de ellos, la vinculaciòn del problema de Kuwait con el de los palestinos con Israel, adquiriò mayor validez luego de la masacre perpetrada por los policìas israelles en el Lunes Negro. Para muchos sauditas, incluso aquellos que representan los sectores más conservadores, resulta motivo de reflexiòn el entusiasmo con que las potencias occidentales se lanzaron a la defensa de los paìses petroleros, mientras muestran la mayor apatìa cuando se trata de reconocer, al menos, los mìnimos derechos a los palestinos, quienes viven en tierras que sufrieron una invasiòn que, a sus ojos, no tiene mayor diferencia con la que perpetrò Saddam en Kuwait.

El viraje saudita es explicado por otros como el reconocimiento de que los problemas entre árabes deben ser solucionados por árabes, en una alternativa que aterra a más de un analista polìtico norteamericano. Pero también se baraja la posibilidad de que la familia real saudita, amenazada por los vientos democráticos que comienzan a sentirse en la regiòn, haya tomado conciencia de que tras la crisis del Golfo, los occidentales le pasen una factura pagadera solamente con la democracia. Eso, por lo visto, les aterra más que los misiles de Irak.