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COMICIOS
América Latina: el año del poder
En los próximos 12 meses, América Latina vivirá ocho elecciones presidenciales. Todo está dado para que los populistas hagan su agosto, pues nunca antes el continente había estado tan polarizado y desencantado con la democracia.
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El expresidente Sebastián Piñera puso su mejor cara tras los resultados de las elecciones presidenciales del domingo. Después de todo, sacó el 36 por ciento de los votos, pasó a segunda ronda y sigue favorito para posesionarse el 11 de marzo de 2017. Sin embargo, su victoria tuvo un sabor agridulce, pues su resultado fue mucho más pobre de lo que esperaba.
Las encuestas pueden tener la culpa del triunfalismo que se apoderó de su campaña, pues no detectaron el apoyo que cosecharon los candidatos más extremistas de ambos lados del espectro político. Por un lado, el pinochetista José Antonio Kast sacó 4 veces más votos que los esperados (el 8 por ciento) y hoy tiene las llaves del regreso de Piñera a La Moneda. Por el otro, la representante de la izquierda radical, Beatriz Sánchez, sacó el 20 por ciento (más del doble de lo previsto) y casi le quita al oficialista Alejandro Guillier la posibilidad de disputar el balotaje el 17 de diciembre.
La inesperada polarización y la entrada del populismo en las elecciones chilenas tienen claves interesantes sobre lo que le espera a la región en los próximos 12 meses, en los que Honduras, Costa Rica, Paraguay, Colombia, México, Brasil y Venezuela también tienen previsto organizar elecciones presidenciales. Aunque esos países tienen coyunturas y sistemas diferentes, también presentan características comunes que en mayor o menor medida afectan a todas las naciones del continente.
En primer lugar, desde hace varios años se viene presentando en la región una tendencia que pensadores, como el sociólogo Zygmunt Bauman, ya habían detectado en Europa y Estados Unidos. “Según el último estudio del Barómetro de las Américas, el apoyo a la democracia lleva varios años disminuyendo en la región. Al mismo tiempo, ha disminuido el apoyo a los partidos políticos y ha aumentado el respaldo a los sistemas de gobierno autoritarios”, dijo a SEMANA Elizabeth J. Zechmeister, directora del Proyecto de Opinión Pública de América Latina (Lapop) de la Universidad Vanderbilt, que produce ese indicador. En la misma dirección apuntan las conclusiones de la ONG chilena Latinobarómetro, que también advierte en su informe de 2017 que el rechazo a la democracia comenzó en 2009, justo después de la crisis económica. Desde entonces, el promedio de aprobación de los gobiernos pasó del 60 por ciento a un escaso 36 por ciento, lo que en plata blanca significa que casi todos los mandatarios salen rajados.
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En segundo lugar, ambos estudios advierten que se trata de un tema complejo, que afecta tanto a la derecha como a la izquierda. Este tiene componentes tecnológicos como la irrupción de internet y de las redes sociales, que hace pocos años comenzaron desplazar a los medios tradicionales como la principal fuente de información de los latinoamericanos. Según los expertos consultados por esta revista, este fenómeno tiene a su vez explicaciones económicas con algo de paradójico. Aunque los ingresos y la estabilidad laboral han aumentado, también lo han hecho la desigualdad, el crimen y la corrupción, lo que ha reforzado la idea de que los avances solo favorecen a las elites, que gobiernan pensando en sus intereses. Y a todo eso se suma el factor Donald Trump, que con sus ataques a los latinoamericanos y su estilo caudillista protagonizará en la sombra las ocho elecciones que se le vienen a la región.

Alto voltaje
Tras la primera vuelta en los comicios chilenos, el calendario electoral latinoamericano continuará el domingo 26 de noviembre en Honduras. Allí las encuestas apuntan a que el presidente, Juan Orlando Hernández, gobernará 4 años más gracias a un discurso de mano dura con el crimen. El 4 de febrero le seguirá Costa Rica, donde un tercio de los electores no sabe aún por quién va a votar, y el 1 de abril los paraguayos escogerán al sucesor de Horacio Cartes, uno de los presidentes peor evaluados de la región.
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Sin embargo, las elecciones de México, Brasil, Colombia y Venezuela van a concentrar la atención del continente. Por un lado, porque los dos primeros son de lejos las potencias regionales y su rumbo político y económico afecta inevitablemente al resto del continente (representan el 60 por ciento del PIB de América Latina). Y por el otro, porque Colombia y Venezuela viven coyunturas sociales y políticas únicas en la región.
En todos el panorama es turbio. El 1 de julio, los mexicanos irán a las urnas en medio de una epidemia de violencia que este año superó todos los registros. Tiene que ver con la fuerza que han adquirido los narcotraficantes en las últimas décadas, pero no se agota en esta. El probable asesinato de 43 estudiantes a manos del Ejército al sur del país se convirtió en el símbolo de la violencia y de la corrupción del Estado. Esos factores, sumados al desencanto con la clase política tradicional y a las humillaciones que Trump le ha infligido al orgullo y a la economía aztecas, han alimentado el discurso izquierdista, populista y nacionalista de Andrés Manuel López Obrador (conocido como Amlo), que parte con la mejor opción de suceder al presidente Enrique Peña Nieto.
Por su parte, los brasileños se preparan para unas elecciones marcadas por el caso Odebrecht, la recesión económica, la descomposición social y una polarización que ha llevado a la mayoría de los votantes a respaldar las propuestas extremas e irreconciliables. Y a eso se suma una incertidumbre política que el país no conocía desde hace varias décadas. “Por primera vez desde el regreso de la democracia en 1989, Brasil se enfrenta a unas elecciones sin candidatos obvios para llegar al Palacio de Planalto”, dijo a SEMANA Scott Mainwaring, profesor de Estudios Brasileños de la Universidad de Harvard. En efecto, al día de hoy los preferidos de los brasileños son el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva, condenado (aunque aún libre) por corrupción a nueve años de cárcel, y el militar y senador de extrema derecha Jair Bolsonaro, que prefiere la dictadura como forma de gobierno y se identifica con el estilo de Trump.
En Colombia, la cita para elegir presidente va a convocar la atención del continente porque en esos comicios se decidirá la suerte del acuerdo de paz, que el gobierno y las Farc firmaron hace un año. Pues independientemente de la polarización que ha producido en sus fronteras, el resto de la región tiene una gran expectativa por el acuerdo que puso fin a la guerra más larga del continente. Sin embargo, los bajos índices de aprobación del presidente presagian una dura lucha para los candidatos que defienden los acuerdos de La Habana. Al fin y al cabo, estos son el mayor legado de uno de los gobiernos peor evaluados a nivel doméstico, aunque muy bien calificado a nivel internacional.
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En cuanto a Venezuela, la gran pregunta es sencillamente si habrá o no elecciones presidenciales. Aunque Caracas tiene presupuestado organizarlas a principios de octubre de 2018, es claro que al dictador Nicolás Maduro le tiene sin cuidado lo que pase en las urnas. Sin embargo, la esperanza se resiste a desaparecer, pues cuatro de cinco venezolanos creen que la democracia es el mejor sistema de gobierno. Ningún otro país se acerca siquiera a ese nivel de respaldo, en la mayor paradoja del momento.