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LAS VACAS GORDAS

Tras seis años de gobierno de Felipe González, España vive uno de los mejores momentos políticos y económicos de su historia contemporánea.

27 de junio de 1988

España está de moda. En Londres no hay plan más in que irse de tapas. En París, el Camarón de la Isla -un cantante de música flamenca- se encontró con multitudes delirantes hace un par de meses. En Nimes, la ciudad romana del sur de Francia, cerca de un millón de personas asistieron la semana pasada, a una feria de toreo, sangría y sevillanas, que contó con la presencia de toreros de primera línea como Paco Ojeda y Víctor Méndez.
Por esa razón, Virgilio Barco está siguiendo la moda con su visita a "la madre patria". Al igual que los mandatarios europeos y latinoamericanos que lo han precedido, el Presidente colombiano confirma que Madrid es un sitio que no se puede pasar por alto cuando se viene al Viejo Continente.
Esa impresión parecía lejana hace apenas diez años cuando España, recién salida de la dictadura, no había encontrado su camino y se debatía entre la confusión política. El problema, que llegó a su máxima expresión con el intento de golpe de Estado del 23 de febrero de 1981, empezó a solucionarse con el apoyo dado por el rey Juan Carlos a las instituciones democráticas y con el posterior triunfo electoral de Felipe González en 1982.
No obstante, a los líos políticos siguieron los líos económicos. Entre 1975 y 1984 la producción de bienes y la inversión no aumentaron, mientras que la población siguió creciendo. Como consecuencia, el desempleo alcanzó niveles increíbles: de 593 mil españoles sin trabajo en 1976 se pasó a 2.97 millones en 1985. Al mismo tiempo, la población empleada pasó de 12.2 millones a 10.5 millones.
Las vacas flacas empezaron a engordar por fin en 1985 y continuaron comiendo bien en 1986. Sin embargo no fue sino hasta el año pasado que el verdadero despegue se produjo. En 1987, la tasa de crecimiento de la economía española fue de 5.2%, más del doble de la registrada en el resto de Europa occidental, y prácticamente el resto de indicadores mejoró.
Si nada extraordinario sucede, ese impulso debe continuar por lo menos hasta el final de esta década. Con el clima político despejado y la economía en buena forma, prácticamente todos los analistas coinciden en afirmar que el peso de España en el concierto mundial va a seguir aumentando.
Esa impresión ha sido confirmada en los últimos días. Hace un par de semanas la revista Newsweek le dedicó la carátula de su edición europea al Primer Ministro Felipe González y en la misma época el International Herald Tribune publicó una serie de tres artículos sobre el nuevo ambiente que se vive en la península Ibérica.
Y es que los alcances son imposibles de disimular. En materia económica se ha logrado controlar la inflación (4.6% en 1987, por debajo de la meta del gobierno), disminuír el déficit fiscal y aumentar los puestos de trabajo. Desde hace un par de años España tiene el nivel de crecimiento en la inversión más alto de Europa (14% el año pasado) y la peseta es hoy en día una moneda "dura", tan confiable como la lira italiana o la libra esterlina. La industria del turismo es la número uno del Viejo Continente con 50.5 millones de visitantes que el año pasado dejaron más de 15 mil millones de dólares en el país. Las reservas internacionales acumuladas en el Banco de España (33 mil millones de dólares) son suficientes para pagar -de un solo contado- la deuda externa española.
Pero aparte de las cifras, lo más llamativo es ver el cambio en el estilo de vida de los ciudadanos comunes y corrientes. Por el momento el país ibérico está recuperando el terreno perdido al cabo de años de abstinencia. En 1987, 212 mil autos importados se vendieron en España, más del doble que el año precedente. Las ventas de gasolina aumentaron 14%, las de computadores personales 68%, las de autos producidos internamente 38% y prácticamente no hay renglón de la industria que no esté disfrutando el momento.
La impresión de prosperidad es evidente. A pesar de una altísima tasa de desempleo (21% de las población activa), el nivel de vida es bueno. La comida es barata y el costo de la vivienda y del vestido es menor que en la mayoría de las naciones europeas. En Madrid, que definitivamente está cazando a Barcelona como centro del país, el ritmo de construcciones es impresionante y la ciudad está viendo cómo se termina uno de los rascacielos más altos del continente: la torre de Europa, un edificio de 46 pisos.
Esa edificación, que simboliza el "reto" español, no alcanza, sin embargo, a disimular los problemas, porque lo cierto es que todavía hay cosas por resolver. A la cabeza de las dificultades está el desempleo que -según las estadísticas oficiales- afecta a 3 millones de personas. Las historias sobre los "parados" (desempleados) se encuentran a diario en la prensa y lo que es aún peor, no hay muchas esperanzas de que éste disminuya. Aun con la tasa actual de crecimiento económico, los economistas opinan que sólo desde 1992 empezará a disminuír el número de personas sin trabajo. Aunque en 1988 se deben crear 300 mil nuevos puestos, esa cifra es equivalente a la cantidad de jóvenes salidos de colegios y universidades, que saldrán a buscar empleo.
No obstante, hay gente que sostiene que los famosos 3 millones no son tantos como parecen. Diferentes investigaciones han revelado que España tiene una "economía subterránea" considerable que no está registrada en las estadísticas oficiales.
Por lo tanto, algunos de los miles de desempleados viven del subempleo y otras ocupaciones "informales". Sólo así se explica -sostienen los partidarios de la idea- que el clima social en España sea relativamente tranquilo, con niveles de inseguridad muy similares a los de Francia, Italia o Gran Bretaña.
Todas esas dificultades esperan ser resueltas con el tiempo por el gobierno socialista de Felipe González. Al cabo de seis años de estar en el poder, el Primer Ministro de 46 años ha trazado una política de centro izquierda que ha desilusionado a muchos de sus seguidores iniciales, pero que ha desactivado el temor de la "amenaza comunista". Así González ya no despierte la emoción de hace unos años, aun sus más reticentes enemigos reconocen que en el horizonte político español no ha surgido quién lo pueda poner en peligro.
Un mayor apoyo, en cambio, fue el que recibió la entrada de España en la CEE que agrupa a 12 países de Europa occidental. Después de haber adquirido la categoría de miembro pleno en 1986, los ibéricos están descubriendo los lados buenos y malos de la integración económica. Por el momento, la parte positiva está ganando. España ha aprendido con rapidez el complicado juego diplomático que exige el "club de Bruselas" y se ha anotado varios puntos en áreas tan importantes como la agrícola.
Además, los especialistas creen que el ingreso a la CEE explica en buena parte el dinamismo de la economía española en los últimos tiempos. En particular, los empresarios peninsulares se están preparando para el gran mercado de 1992, fecha en la cual las barreras aduaneras entre los países miembros de la CEE deben desaparecer. Si la fecha los toma desprevenidos, la industria española podría ser fácilmente arrasada por la de países más poderosos como Francia o Alemania.
Claro que para España, ese no es el único reto. Aparte de la Comunidad Económica, los ibéricos tienen a 1992 en mente por varias razones adicionales. En el verano de ese año Barcelona será la sede de los Juegos Olímpicos, Sevilla escenificará la Feria Mundial y el resto del país celebrará el aniversario número 500 del descubrimiento de América.
A pesar de los llamados en favor de la cooperación, algunos observadores consideran que España está lejos de explotar en Latinoamérica todas sus ventajas potenciales. Sin embargo, lo más probable es que todos los pedidos en favor de lazos más estrechos caigan en el vacío. Por el momento los españoles están con la cabeza en otro sitio y en un país donde la entretención nacional son los toros, nadie piensa en otra cosa que no sean las vacas gordas.