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La defensa de Trípoli fue mucho más débil de lo que se suponía. Pero en varios barrios han estallado combates callejeros. A la derecha, arde un cartel con la figura del dictador.

GUERRA CIVIL

Libia sin Gadafi

La derrota del tirano abre interrogantes muy inquietantes sobre el futuro de su país y el desenlace de las revoluciones del mundo árabe.

27 de agosto de 2011

Hace algunos días, la revolución de Libia parecía camino al fracaso. Las tropas rebeldes, indisciplinadas y sin una dirigencia clara, no lograban romper las líneas del dictador Muamar Gadafi. Y en las cancillerías de Londres, París y Washington, las capitales más comprometidas en la campaña desde hace seis meses, cundía el pánico ante lo que parecía una aventura bélica sin final a la vista.
 
Pero en menos de 36 horas, Trípoli se desplomó. La capital de Libia, que para Gadafi iba a ser "la tumba de los mercenarios, de los traidores y de las ratas", no resistió. El anillo de acero que había anunciado el dictador se rompió el 20 de agosto, y esa noche, en las mezquitas de Trípoli, después de los rezos del Ramadán, muchos jóvenes empuñaron las armas y gritaron consignas hostiles en las propias narices de Gadafi. En pocas horas la bandera roja, verde y negra de la rebelión flotaba sobre la plaza Verde, ahora de los Mártires, en pleno centro de la capital.

Todo había comenzado en febrero, cuando una manifestación en Bengasi, convocada en medio de la ola de protestas que atravesaba al mundo árabe, fue brutalmente reprimida por las fuerzas gubernamentales. Lejos de mantener una actitud pasiva, los rebeldes libios pasaron a la acción, y Gadafi no tuvo inconveniente desde el principio en desatar sobre ellos la fuerza de su Ejército, con tanques, artillería y cazabombarderos.

Escandalizada, la ONU autorizó a la Otan poner en práctica la doctrina de la 'Responsabilidad de proteger', y el 19 de marzo varios Mirage y Rafale de la Fuerza Aérea francesa atacaron columnas de blindados y defensas antiaéreas. Era el primer golpe de la Operación Protección Unificada, en la que cazabombarderos, aviones espía, porta aviones y fragatas de 16 países realizaron más de 7.500 misiones contra las fuerzas de Gadafi.

Hoy se sabe que un paso decisivo fue la táctica Jawbreaker (rompe mandíbula), que combinaba los ataques aéreos con fuerzas especiales en tierra que asistían y guiaban a las milicias rebeldes, que además recibieron armas, pertrechos y material bélico. Aunque ni el Reino Unido, ni Francia, ni Estados Unidos han reconocido esta intervención, pues va más allá del mandato de la ONU, los medios internacionales pudieron comprobarla en el desierto.

Sin embargo, el golpe más fuerte llegó cuando la numerosa tribu de los Zintan decidió pasar a la ofensiva. Refugiados en la cadena montañosa de Nafusa, en el sur de Trípoli, su avance por el frente oeste tomó a los hombres de Gadafi por sorpresa. El Ejército de la dictadura, partido en dos frentes, atacado por aire y mar, sin posibilidad de coordinación, no podía soportar mucho más.

Una paz esquiva

Ahora que la guerra civil parece ganada, falta conquistar la paz. El mayor obstáculo es que, cumplido el objetivo común de derrocar a Gadafi, los rebeldes enfrentan profundas divisiones regionales, tribales y políticas. La ruta para construir una Libia sin el dictador va a ser lenta, complicada y posiblemente violenta.

Además, deberán comenzar de cero. Los 42 años de dictadura dejaron un país sin instituciones, pues el modelo político de Gadafi era la "democracia directa", el poder sin intermediarios entre el Guía y el pueblo. Eso significa que, a diferencia de Irak, Túnez o Egipto, no hay partidos ni sociedad civil. Paul Sullivan, analista de la Universidad de Georgetown, le dijo a SEMANA que "Gadafi no permitió que se desarrollara una cultura política. Libia era el 'show' de solo un hombre, y nadie tiene la menor idea de cómo sería una democracia".

Por eso hay una gran incógnita sobre el Consejo Nacional de Transición (CNT), el gobierno rebelde, reconocido como representante legítimo de Libia por 46 países, incluido Colombia. Como explicó a SEMANA Karim Bitar, especialista en Oriente Medio del Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicas de París: "El CNT es muy heteróclito. Hay idealistas, universitarios e intelectuales exiliados. Pero hay gente menos recomendable: antiguos funcionarios de Gadafi que lo abandonaron a tiempo, especuladores, personas con nexos con servicios secretos extranjeros o con islamistas radicales".

Una muestra del ambiente que pesa sobre el CNT es que hace un mes fue asesinado en misteriosas circunstancias el general Abdul Younis, cabeza militar de la rebelión, quien había sido número dos de Gadafi. Sin que esté comprobado que Younis era un espía infiltrado que conspiraba contra los rebeldes, la sola acusación indica la desconfianza que impera y la cuestionable legitimidad del nuevo gobierno.

Este cuerpo ya anunció que antes de ocho meses nombrará un gobierno de transición y una Asamblea Nacional. Esta designará un nuevo poder, que organizará en los seis meses siguientes elecciones y un referendo constitucional. Un periodo largo, de por lo menos año y medio, en el que la lucha armada podría estallar en cualquier momento. Con cinco grandes tribus, 140 clanes y más de cuarenta milicias privadas, cada uno querrá reclamar su parte del botín. Para Sullivan, "con las armas que están circulando, el país podría caer en las manos de señores de la guerra. Unir el país será un trabajo muy difícil, que podría tomar años".

Por eso el CNT y los países occidentales saben que mientras más pronto reconstruyan la economía, más fácil va a ser estabilizar a Libia. Con un sector bancario inexistente, más de 30 por ciento de desempleados y una infraestructura energética envejecida, la situación es preocupante. Pero Libia tiene reservas de petróleo de más de 45.000 millones de barriles y puede desarrollar el turismo, que es un sector virgen. Además, la ONU congeló sus fondos, estimados en por lo menos 100.000 millones de dólares. Para Bitar, "eso le da tiempo para respirar, se puede reconstruir con ese dinero. Creo que Libia es capaz de resurgir".

¿Y ahora quién?

Otra pregunta que surge es quién será el siguiente dictador en caer. "¡Gadafi se ha ido, ahora es tu turno, Bashar!", se escuchó en Siria, mientras en Yemen los jóvenes cantaban "Irhal ya Ali" ("¡Vete, Ali!"). La toma de Trípoli ha hecho que la euforia vuelva a renacer en la región y surjan nuevas esperanzas. "Tenemos mucha ilusión, ahora estamos más convencidos de que podemos ganar", dijo a SEMANA Rania, una activista siria que se ha trasladado a Beirut por seguridad y que prefiere no dar su apellido.

En efecto, muchos en el mundo árabe creen que la revolución libia ayudará a impulsar las protestas en Yemen y Siria e incluso las harán surgir en Argelia y Marruecos, los únicos dos países del norte de África que todavía están bajo control de sus tiranos.

Pero un gran número de analistas coinciden en afirmar que después de meses de revoluciones, ha quedado en evidencia que lo más difícil no es que caigan los dictadores sino qué puede pasar después. La situación en Egipto y Túnez, donde el futuro no está para nada claro, parece confirmar esa tesis.

Para nadie es secreto que en muchos de estos países los movimientos fundamentalistas islámicos, que podrían estar financiados por el ala más extremista de los sauditas, cada vez dejan ver con mayor claridad sus intenciones. A estas alturas nadie puede asegurar que no van a lograr quedarse con el poder en muchos de estos países. Por otro lado, también está la amenaza de que queden convertidos de nuevo en marionetas de los grandes intereses de Occidente, como podría pasar en Libia, donde muchos desconfían de los propósitos 'humanitarios' de la Otan. Muchos analistas de la región aseguran que, caído Gadafi, empezará la pelea por repartirse el petróleo libio.

A lo anterior se suma que muchas de estas sociedades no son en absoluto homogéneas, tanto por las tribus como por su versión del islam, y podrían terminar enfrentadas en una guerra civil. Esto podría pasar tanto en Libia como en Siria, donde muchos temen un enfrentamiento entre la mayoría sunita y otras confesiones cercanas al régimen de los Assad.

"Las inconsistencias y la lentitud que hemos vivido en los últimos meses es lo que la historia nos dice que debemos esperar", aseguró a SEMANA el analista libanés Rami Khouri, quien explicó que es imposible pensar que los nuevos gobiernos podrán manejar la transición de una manera tranquila. Después de ocho meses, al fin y al cabo, en Oriente Medio se tiene cada vez más claro que el proceso de cambio apenas acaba de empezar y que pasarán muchos años, y muchas turbulencias, antes de que se pueda decir que ha concluido.