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Limpieza racial

La guerra de los serbios contra Bosnia-Herzegovina recuerda las atrocidades de los nazis.

7 de septiembre de 1992

LAS DENUNCIAS SOBRE campos de concentración clandestinos en los que son hacinados miles de bosnios, no hizo más que confirmar las sospechas que ya circulaban por occidente. Lo que quieren los serbios -con el respaldo del ejército yugoslavo de Slobodan Milosevic- es expulsar de las regiones limítrofes a la población bosnia, con el objetivo de integrar una "Gran Serbia", habitada sólo por esta nacionalidad. Los procedimientos y la terminología (trenes cargados de personas, limpieza racial) hacen inevitable el paralelo con épocas que se creían superadas en Europa.
Los bosnios -que tienen la alianza circunstancial de algunos croatas-, claman que la suya es una lucha por la supervivencia y piden que la Organización de Naciones Unidas levante el embargo a la venta de armas impuesto a toda la región, pues luchan con armas de mano contra un grupo respaldado por uno de los ejércitos más fuertes de Europa. Su presidente Alija Izetbegovic insiste en que de no presentarse la ayuda urgente del exterior, pronto Sarajevo habrá caído en manos serbias. No requiere tropas de tierra: tan sólo si la fuerza aérea norteamericana hiciera con los serbios que rodean la ciudad lo mismo que hizo con los iraquíes, sería suficiente.
Pero en relación con Bosnia, al revés de lo que sucedió con Kuwait, la comunidad internacional no tiene voluntad para actuar. Desde que en 1990 se hizo inevitable la desintegración de Yugoslavia, Washington se lavó las manos diciendo que el problema era de la Comunidad Europea. Pero tras muchas dudas, la posición de la CE y su comisionado, Lord Carrington, ha sido la de una "solución política" que entrañe el reordenamiento territorial por límites socioculturales. Eso significa que "habrá que aceptar que Bosnia sea un poco más pequeña, y que Serbia gane territorio". Algo que, como era de esperarse, ha sido rechazada por Bosnia.
Sus críticos señalan que la CE no ha dado importancia a la solicitud de los bosnios del cese al fuego como condición previa, lo que permite que los serbios sigan acumulando territorios que luego no querrán devolver. También señalan que Carrington insiste en darle a los milicianos serbios la misma legitimidad del gobierno de Sarajevo. Pero sobre todo, sostienen que esa fórmula sería el visto bueno para la expulsión de miles de personas de sus hogares, y un premio no sólo para los serbios sino para los croatas que han ocupado también el norte de Bosnia.
Los paralelos con los esfuerzos de paz de 1938 son inevitables: en ese año, Francia y Gran Bretaña acordaron un plan de paz que obligó a Checoslovaquia a entregar los Sudetes a la Alemania nazi. Hoy, la CE insiste en que Bosnia entregue parte de su territorio a los serbios. Como sus antecesores con Hitler, Carrington sigue tratando con Milosevic después de varios ceses al fuego incumplidos. Y Neville Chamberlain, Carrington podría verse convertido en idiota útil, porque nadie aseguraría que Milosevic no continuaría sus conquistas a costa del Kosovo y Macedonia, o que el ejemplo no fuera seguido en otras áreas conflictivas.
Entre tanto, el flujo de personas que busca refugio en Europa, plantea un dilema fatal: países como Alemania o Francia deberían recibir a tantos como fuera posible. Pero al mismo tiempo estarían facilitando precisamente lo que los agresores quieren. Hoy muchos se preguntan si para detener la carnicería no será necesaria la intervención extranjera, tal como propone el candidato a la presidencia norteamericana Bill Clinton. La que parece ser la última oportunidad para la diplomacia tendrá lugar el 27 de agosto, cuando se reúna en Londres una conferencia multilateral en Londres. Estados Unidos, Rusia, la CE y la ONU deberán demostrar entonces que la experiencia de los años anteriores a la Segunda Guerra Mundial no tiene por qué repetirse.