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LOS ASESINOS

Descubierto que Aburto Martìnez no actuò solo, Mèxico se pregunta quièn dio la orden de asesinar a Colosio.

9 de mayo de 1994

LA INVESTIGACION POR EL ASESINATO DEL candidato oficialista mexicano Luis Donaldo Colosio tomó un giro dramático la semana pasada, cuando apareció misteriosamente un video que registra en detalle el momento del crimen. Las imágenes, que impresionaron a millones de televidentes en el mundo entero, mostraron mucho más que el momento en que Mario Aburto Martínez puso su revólver en la sien del político y apretó el gatillo. Su análisis (y el de otros videos y fotografías) por parte de las autoridades llevó a la conclusión cierta e indudable de que Colosio fue víctima de una conspiración, lo que, antes que tranquilizarlos, ha envuelto a los mexicanos en una ola de especulaciones sobre la autoría intelectual de la conspiración.
Según el subprocurador nombrado especialmente para la investigación, Miguel Montes García, la grabación muestra detalles muy completos. En las imágenes aparece cómo un antiguo oficial de la policía estatal, Tranquilino Sánchez Venegas, aparta con su brazo al general del Ejército, Domiro Garcìa, jefe de la seguridad de Colosio, para permitir a Aburto Martínez llegar hasta el lado de Colosio y disparar cómodamente. Mientras tanto, otro ex policía, Vicente Mayoral Valenzuela, abre campo en la multitud a otro hombre aún no identificado que arrojò a los pies del candidato para frenar su marcha. En ese momento, Salvador Hernández, detenido junto a Sánchez, parece distraer a Colosio desde el lado opuesto al de la aproximación de Aburto, y se agacha tres veces, la última en el instante en el que suena el primer disparo, como para evitar ser alcanzado. Montes sostiene que las imágenes muestran también cómo Rodolfo Mayoral, hijo de Vicente, empuja al coronel Federico Reynaldos, y obstaculiza la acción de los guardaespaldas. Agrega que otras escenas muestran a Aburto, Sánchez y Rodolfo Mayoral en un intercambio de palabras dentro de la multitud, y que es evidente que se conocen.
Varios de los implicados hacían parte de las 45 personas contratadas para reforzar la seguridad de Colosio por Rodolfo Rivapalacio Tinajero (detenido junto con cinco sediciosos más), un ex comandante del escuadrón de homicidios de la Policía Estatal de Tijuana, quien, luego de ser destituido de la fuerza pública se convirtió en jefe del comité municipal del gobernante Partido Revolucionario Institucional (PRI) en esa ciudad. Por otro lado, los ex policías implicados formaron parte también de un misterioso grupo llamado Tucán (Todos contra Acción Nacional), creado para espiar las actividades electorales del partido de ese nombre en la campaña por la gobernación del Estado en 1989.
Esas elecciones fueron ganadas por el candidato del PAN, Ernesto Ruffo, que afectó a todos los implicados. El candidato Colosio era en ese entonces presidente del PRI, y desempeñó un papel crucial para que los furiosos dirigentes locales aceptaran la que fue la primera derrota de ese partido desde su fundación, 60 años antes.
Las pruebas documentales, así como todas las anteriores circunstancias, se unen a la aparente incapacidad de los acusados para idear un asesinato de estas dimensiones, para confirmar las sospechas iniciales de que detrás del crimen estarían las fuerzas oscuras del PRI que manejan la corrupción en Baja California.
Esas sospechas se ven reforzadas por el hecho de que todos los rivales de Colosio en las elecciones parecen haber sido afectados políticamente por su muerte. En cambio, la vieja guardia del PRI, los funcionarios y hombres de negocios corruptos y la mafia del narcotráfico podrían ser beneficiados por la muerte del candidato. Resulta muy diciente que al final de la semana pasada fueron citados a declarar los miembros más importantes de la dirigencia del PRI en ese estado norteño. Como dijo Porfirio Muñoz Lédo, líder del opositor Partido de la Revolución Democrática, "el crimen fue un acto deliberado para frenar la apertura política".
La pasividad oficial ante la existencia de una conjura ha estimulado las especulaciones y afectado las posibilidades de éxito del nuevo candidato oficial, Ernesto Zedillo Ponce de León, y las conversaciones de paz con los guerrilleros del Frente Zapatista de Liberación Nacional, levantados en armas desde enero pasado.
La escogencia de Zedillo fue hecha a dedo por el presidente Carlos Salinas de Gortari, según la tradición autoritaria que ha permitido que el PRI se mantenga en el poder desde hace 64 años lo cual no tiene presentación. Por otra parte, el propio Zedillo no es exactamente un político con la capacidad para ganarse a la gente con su retórica ni para maniobrar políticamente con habilidad en un clima enrarecido. Miembro de la nueva clase política creada alrededor de Salinas, Zedillo es un economista formado en la Universidad de Yale (Estados Unidos), pero según algunos detractores, con tendencia a presentar la imagen de un tecnócrata frío y descarnado. Conforme a esas inusuales críticas, durante su permanencia como secretario de Presupuesto y Planeación Zedillo adquirió reputación de funcionario rígido y arrogante iluminado por una fe inquebrantable en las leyes del mercado preconizadas por Salinas. Zedillo ha sostenido que será fiel intérprete de las ideas de Colosio, de quien era jefe de campaña, pero pocos creen que tenga la misma capacidad para enfrentar los temas sociales.
Las conversaciones de paz con el EZLN también han sido seriamente afectadas por el crimen contra Colosio, y por la renuencia de las altas esferas del poder a enfrentar la realidad de que están ante una conspiración. La existencia de ésta refuerza la posición del subcomandante Marcos, el jefe de los alzados, quien sostiene que el homicidio tuvo el objetivo de endurecer la postura del gobierno ante la oposición política y, sobre todo, ante el movimiento campesino del estado de Chiapas.
Parece demostrado que a Colosio lo mataron para evitar la democratización del país, y que el autor intelectual estaría entre la vieja guardia del PRI. Lo paradójico es que el crimen podría llevar, por un efecto irónico, a desencadenar el proceso que trató de evitar.