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LOS DIAMANTES SON ETERNOS

Investigación soviética revela que Lenin ordenó la muerte del Zar, y que las hijas de éste estaban forradas en diamantes cuando las ejecutaron.

3 de diciembre de 1990

Ya ni Lenin se salva. Ahora que los vientos del glasnost parecen haber barrido para siempre la figura de José Stalin del santoral soviético, la revisión del proceso revolucionario ruso se dirige hacia una figura que, como Vladimir Ilich Lenin, habia pernanecido, salvo de los nuevos iconoclastas. El fundador del Estado sovietico segura teniendo, al menos oficialmente, un expediente revolucionario impecable.
Por eso, las revelaciones de un libro próximo a aparecer en la URSS, escrito por Edward Radzinsky -uno de los dramaturgos más importantes del pais-, están destinadas a ser el broche de oro de un año en el que el furor popular destruyó varias estatuas de Lenin. Las revelaciones hechas alli contradicen la verdad impuesta por el establecimiento soviético, según la cual la familia real rusa fue fusilada a espaldas del jefe del Kremlin y por orden de las autoridades regionales de los Urales. Nada que asombre demasiado a los estudiosos de occidente, que ya tenían detalles de la muerte del Zar en los escritos de León Trotsky.
Según se afirma en "Los diarios del Zar Nicolás II. Vida y muerte", Lenin no sólo ordenó personalmente fusilar a la familia real y a toda su comitiva, sino que dispuso que se borrara todo rastro de esa orden. El testimonio proviene de Aleksei Akhimov, un guardaespaldas de Lenin que recibió la orden de enviar el telegrama que contenía las instrucciones y de desvanecer cualquier rastro de ese mensaje.
Pero lo que promete causar mayor conmoción entre el creciente número de simpatizantes del antiguo régimen, es el relato hecho por uno de los participantes en la masacre y descubierto por el autor en el Archivo estatal. Yankel Yurovsky, comandante del contingente que mató al último monarca ruso, describe en esa insospechada narración la forma como los soldados condujeron a los Romanov a una habitación del piso bajo del edificio en que eran mantenidos desde su llegada a la ciudad siberiana de Ekaterinburgo.
Las 11 víctimas no sospechaban nada. En el sitio señalado, algunas de las mujeres se quejaron de la inexistencia de asientos. Cuando entró el pelotón, Yurovsky notificó rápidamente al Zar el motivo de su presencia allí el Comité Ejecutivo de los Urales (Uralispolkom) había decidido fusilar a los prisioneros, en vista de que sus parientes europeos continuaban la ofensiva contra la Rusia Soviética.
El Zar no alcanzó a entender a cabalidad lo que sucedía, y sólo atinó a preguntar "¿que?, ¿que?" . Sus hijos y sus acompañantes tampoco pudieron defenderse. A los pocos segundos, y mientras Nicolás II se volvía hacia su familia, sonaron los primeros disparos.
Entonces sucedió lo inesperado. Los soldados tenían perfectamente convenido quién le dispararia a quién, y sabían que los disparos tendrían que atinar directamente en el corazón, para evitar derramar demasiada sangre y llamar la atención. Algunos, como Nicolas, murieron en el acto, pero el zarevich (heredero al trono) Alexis y tres de sus hermanas, estaban vivos todavía. Las balas rebotaban, no parecian capaces de penetrar sus cuerpos. Y cuando una de ellas fue atacada a bayoneta para rematarla, el arma no pudo rasgar el corsé.
Sólo cuando los cadaveres fueron desnudados para su inhumación, se descubrió la verdad. Las princesas estaba literalmente forradas en diamantes, que en conjunto pesaron mas de 16 kilogramos.
Una de ellas tenía un ancho cinturón cuajado de perlas. Y al cuello, las princesas estaban protegidas por un pequeño relicario que contenía una imagen de Rasputín y el texto de una de sus oraciones.
Esa narración ya circula en occidente por cuenta de otra obra historiografica. Pero en el interior de la URSS, la publicación por entregas del libro de Radzinsky en una popular revista semanal, ha desatado un verdadero furor. La razon no solamente esta en el apetito de los rusos por conocer detalles de una historia largo tiempo oculta para ellos. Lo cierto es que en muchos rusos ha renacido una especie de nostalgia por el régimen zarista, cuyos crímenes, recordados una y otra vez por los comunistas, parecen paradójicamente olvidados hoy en día. El resurgir del monarquismo en el país mas grande del mundo coincide con el de la religión. Alexis, patriarca de todas las Rusias, encabezó hace algunos días una procesión que tuvo ingredientes de acto político.
Uno de esos ingredientes era la presencia de retratos del Zar, quien, ataviado con sus condecoraciones, parecía pedir una nueva oportunidad para su estirpe.