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LOS NUEVOS DICTADORES

Con cada día que pasa, se confirma que la antigua URSS está cada vez más lejos de la democracia.

26 de junio de 1995

LUEGO DE AÑOS DE GObierno de partido único, los 250 millones de habitantes de la URSS querían tomar Coca-Cola, bañarse con Palmolive y usar las urnas electorales, relegadas al desván de los trastos viejos durante décadas. Pero el transcurso de los años ha ido mostrando qué los senderos de la democracia y del mercado se bifurcan. La debacle económica, el florecimiento de la mafia y las desigualdades económicas han llevado a los gobiernos a buscar imponer una mano dura a la indómita sociedad que ya no controlan.
En las estepas del Asia Central la potencia petrolera de Kazajstán desde hace un año atraviesa por una crisis política, pues la Corte Constitucional declaró inválidas las elecciones parlamentarias, lo que dejó al presidente Nursultán Nazarbaev, como la única autoridad legítima del país. Ahora Nazarbaev se ha eternizado en el cargo, mediante un plebiscito que lo confirma como presidente hasta el año 2000, cuyo resultado es típico: 95 por ciento de los votos a favor.
Ni hablar de las demás repúblicas asiáticas: Tadjikistán, sacudida por la guerra civil, en la cual participan tropas rusas, contra la oposición apoyada por los rebeldes venidos de Afganistán. Uzbekistán y Turkmenistán, donde los gobiernos reprimen cualquier expresión opositora como en los viejos tiempos, donde no existe libertad de prensa y donde plebiscitos como el de Kazajstán arrojan 99 por ciento de resultados favorables a los gobiernos.
En Ucrania no hay nueva constitución. El presidente Leonid Kuchma presentó al Parlamento una ley sobre el gobierno, que no fue aprobada, pues los diputados están en contra de la concentración de poderes en el presidente. Ahora, el país está en el limbo, pues ni siquiera se puede formar un gobierho por falta de ley que lo legitime.
En Bielorrusia se realizaron el 14 de mayo elecciones parlamentarias contra la voluntad del presidente Alexander Lukashenko. Por eso prohibió toda campaña electoral en los medios, y redujo a 50 dólares la suma que los candidatos podían gastar en su campaña. Si las elecciones no resultan válidas en dos tercios de las circunscripciones por falta de votantes, el Parlamento no podrá constituirse y el presidente podrá reinar como le plazca.
Quizás en donde es más sorprendente la crisis de las nuevas democracias es en Rusia. Hace cuatro años atrás, Boris Yeltsin era vitoreado por la población cuando se subió a un tanque para hacer frente a los golpistas de agosto de 1991.
Pero en lugar de consolidar la democracia, su gobierno quedó endeudado con los militares que prestaron sus tanques para el asalto. El 31 de diciembre de 1994, mientras Yeltsin se operaba la nariz, el ejército ruso tomaba por asalto Grosny, la capital de Chechenia.
La aventura chechena está costando cara al líder ruso, pues es una guerra convencional contra una parte de su propio pueblo desarmado. En esta situación, el desprestigio de Yeltsin ha llegado a tal grado -6 por ciento- que, hoy por hoy, es muy difícil pensar en su reelección en 1996. Pero Yeltsin está intentando todo para lograrlo. Boris Nikolaevich acaba de vetar la ley electoral, poniendo en peligro la realizacian de las elecciones parlamentarias en diciembre de este año.
La medida presidencial tiene por objetivo favorecer al nuevo partido político 'Nuestra casa es Rusia', encabezado por el primer ministro Victor Chernomyrdin, y conformado, en su gran parte, por ministros, viceministros, gobernadores, funcionarios de todas las jerarquías.
Para nadie es un secreto que a los burócratas del Estado les conviene más la elección uninominal que la confrontación partidaria, lo cual deja establecido el contenido político del veto a la ley electoral.
Pero una cosa es tener una maquinaria y otra conquistar el voto de la población. Según encuestas recientes 'Nuestra casa es Rusia' tendría el 4 por ciento de los votos, si las elecciones se realizaran hoy.
La rueda de la historia no vuelve atrás. A pesar de las intenciones de Yeltsin gobernar con mano de hierro, ya no están de moda los secretarios generales, y los jefes pos-soviéticos lo saben.