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La secta islámica Boko Haram es una nebulosa, sin líder visible, que está en guerra abierta contra el gobierno de Nigeria. Con atentados como el de la semana pasada en la ciudad de Kano, donde murieron más de 200 personas, pretenden imponer la ley coránica en el país.

TERRORISMO

Los talibanes de África

Con atentados letales y un rechazo total a Occidente, la secta islámica Boko Haram amenaza con desestabilizar a Nigeria y convertirse en un Al Qaeda africano.

28 de enero de 2012

Desde el 20 de enero pa-sado, Kano, una megalópolis de 4 millones de habitantes en el norte de Nigeria, es lo más cercano al infierno. Ese día suicidas embistieron con carros llenos de explosivos contra 20 estaciones de Policía. Las calles, en medio de balaceras y de un espeso humo negro, se cubrieron de cadáveres. Un testigo le dijo a la agencia AFP que “todo el mundo corría  por sus vidas. Era un caos”. A las morgues hora tras hora llegaron cuerpos mutilados de civiles y policías, más de 200, según las últimas estimaciones. Cuatro días después, cuando Kano apenas se recuperaba, jóvenes armados hasta los dientes arrasaron con bombas artesanales otra comisaría mientras gritaban “Allahu Akbar” (Dios es grande).

Son las dos últimas acciones de Boko Haram, una secta salafista cuyo nombre significa “la educación occidental es pecado”, que le declaró la guerra al gobierno. Prometen matar a todos los cristianos, degollar a los musulmanes que no se ajusten a su interpretación del Corán, imponer la Sharia (la ley islámica) en todo el norte del país y suspender la democracia y la Constitución. Por su logística y poder de fuego, es evidente que tienen nexos con el terrorismo internacional, y tienen a Nigeria, el país más poblado de África y el primer productor de petróleo del continente, al borde del caos. El presidente Goodluck Jonathan incluso dijo que “la situación que enfrentamos es aún peor que la de la Guerra Civil”, refiriéndose al horror que el país vivió entre 1967 y 1970, cuando por lo menos 1 millón de personas murieron en el intento de secesión de la provincia de Biafra.

La preocupación de Jonathan no es para menos. Desde que se empezó a saber de Boko Haram en 2002 el gobierno no ha logrado controlarlos y ahora la guerra abierta amenaza desintegrar el país. La secta fue fundada por Mohammed Yusuf, un carismático predicador que construyó mezquitas y escuelas coránicas y quien sostenía que los musulmanes tenían que rechazar todo lo que viniera de Occidente. Con un fervor medieval afirmaba que todo viene de Dios, negaba que la evaporación causaba la lluvia  o que la Tierra fuera redonda, pues “es contrario a las enseñanzas de Alá”.

En 2009, las autoridades lo arrestaron por sus sermones incendiarios y sus llamados al Yihad, la guerra santa. Yusuf murió de manera sospechosa mientras estaba preso y el gobierno enfrentó una ola de motines y violencia sectaria que se llevó más de 700 vidas. Pero no lograron acabar con la secta, que se reorganizó fuera de las fronteras y se nutrió con los arsenales que quedaron de la guerra civil de Libia. Desde mitad de 2011 la guerra es abierta. Han asesinado a más de mil personas en ataques contra iglesias, edificios gubernamentales e, incluso, contra la sede de la ONU en agosto.

Ahora todos los elementos están dispuestos para que la situación se salga de control. Como en muchos países africanos, las fronteras de Nigeria fueron trazadas por las potencias coloniales regla en mano. El país de 167 millones de habitantes tiene más de 250 etnias y profundas divisiones religiosas y sociales. El sur, cristiano y animista, tiene reservas petroleras, es más desarrollado y se beneficia de las inversiones estatales. El norte, cuya capital es Kano, es desértico, musulmán y pobre. Los gobiernos corruptos no han logrado erradicar la polio, los índices de desarrollo están entre los más bajos de África y el 70 por ciento de los jóvenes no tiene trabajo.

Cada tanto grupos radicales incendian mezquitas o templos, políticos irresponsables exacerban la fragmentación y decenas de personas mueren en enfrentamientos entre turbas armadas de machetes. Condiciones ideales para el crecimiento de Boko Haram, que ya tiene contactos con las milicias somalíes de Al-Shabaab y Al Qaeda del Magreb Islámico (AQMI).
Por eso Estados Unidos ya envió fuerzas especiales para entrenar al Ejército nigeriano en tácticas antiterroristas. Al fin y al cabo las reservas petroleras de Nigeria alcanzan los 37.200 millones de barriles y todas las grandes compañías occidentales están en el país. Pero sobre todo hay un riesgo real de que la violencia islámica de Boko Haram contagie toda el África subsahariana, donde hay más de 170 millones de musulmanes. Países pobres y resquebrajados que, si siguen con el estómago vacío y sin esperanza, seguirán siendo presas fáciles de los extremistas.