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LOS ULTIMOS CARTUCHOS

La primera generación de exiliados cubanos intenta acciones desesperadas ante la muerte del líder anticastrista Jorge Mas Canosa.

29 de diciembre de 1997

La muerte de Jorge Mas Canosa, sucedida el domingo 2 de noviembre, cayó como una bomba entre los miembros más antiguos y radicales de la colonia cubana en Miami. Ese exitoso empresario era el cubano-norteamericano que más había movido los resortes de la política de Estados Unidos en contra del gobierno de su país de origen. Nadie en su comunidad había tenido tan buenos contactos con Washington, al punto que su labor de cabildeo había llevado a la adopción de la ley Helms-Burton, que endurece el bloqueo económico contra Cuba al prohibir cualquier transacción que afectara bienes confiscados por el gobierno cubano luego de la revolución. Mas Canosa murió de cáncer en los pulmones a los 58 años sin ver cumplido su sueño de derrocar a Fidel Castro, convocar a elecciones y ser presidente. Y los exiliados también se están muriendo en los portales de sus casas en la Pequeña Habana mientras escuchan a los locutores de La Cubanísima de Miami que les aseguran que ahora sí, que el próximo año las navidades serán en La Habana. Por eso, desde cuando se supo que el dirigente anticastrista estaba gravemente enfermo, los avejentados activistas cubanos de la Florida parecen haber sentido que el tiempo se les acaba pues sus hijos y nietos, nacidos fuera de la isla y más norteamericanos que cubanos, no parecen muy interesados en seguir una lucha que no parece llevar a ninguna parte. Todo ello podría explicar el recrudecimiento de sus acciones contra Cuba.Una de esas acciones se conoció en la tarde del 27 de octubre cuando agentes de la Guardia Costera de Estados Unidos divisaron en aguas de Puerto Rico una embarcación que parecía tener problemas mecánicos. La patrullera se acercó al bote y varios de los agentes lo abordaron para ayudar a reparar el daño. Mientras los ocupantes, cuatro cubanos de un promedio de 55 años de edad, respondían a preguntas de rutina de los funcionarios, éstos descubrieron un compartimiento secreto con dos fusiles Barret calibre 50, una de las armas preferidas de los francotiradores. Al preguntar quién era el responsable de los fusiles uno de los cubanos, en un ataque de rabia y de nervios según declaró uno de los agentes, dijo que él era el único responsable y que serían usados para asesinar a Fidel Castro a su llegada a la isla de Margarita para participar en la cumbre hispanoamericana. Los cubanos fueron arrestados y encausados en una corte federal de Puerto Rico. Una investigación del periódico The Miami Herald determinó que el propietario del bote es uno de los directivos de la influyente Fundación Nacional Cubano Americana, cuyo presidente era Mas Canosa, en ese momento en su lecho de muerte. El plan de los exiliados cubanos, tres de los cuales habían trabajado para la CIA en los años 60 en operaciones de infiltración en Cuba, podría ser interpretado como una acción aislada de un grupo de amigos de la Pequeña Habana en Miami. Pero el momento en el que se produjo el incidente y otros indicios de que las bombas en los hoteles de Cuba han sido detonadas financieramente desde la capital del exilio, han hecho pensar a muchos que la primera generación de exiliados, la más perseverante y radical, la que lloró a Mas Canosa en un multitudinario cortejo fúnebre que no se le ha dado a un ex presidente latinoamericano en los últimos años, se está jugando sus restos al darse cuenta que el tiempo y Castro ganaron la partida. Estas frustraciones podrían haber precipitado a la Fundación, que hasta ahora se había ufanado de no apoyar alternativas violentas, a cambiar de actitud en los últimos meses y entregarse al patrocinio de salidas más rápidas y agresivas contra el gobierno cubano que no descartaban incursiones terroristas o atentados contra Fidel. La Fundación no ha ocultado sus intenciones. Días después de terminar una racha de 11 atentados a hoteles y restaurantes en La Habana y Varadero, que ocurrió desde el 12 de abril hasta el 4 de septiembre y que dejó como saldo un turista italiano muerto y seis personas heridas, la Fundación publicó un anuncio de página entera en el periódico El Nuevo Herald en el que expresaba su apoyo a cualquier "acto de rebeldía interna encaminado a la expulsión de Fidel y Raúl Castro del poder". Una investigación periodística de The Herald planteó que la escalada de atentados durante el verano fue el resultado de una red de haladores de carros salvadoreños y otros delincuentes financiados por exiliados cubanos en El Salvador y Miami. El jefe de la red, Francisco Chávez, es hijo de un vendedor de armas con vínculos estrechos con exiliados cubanos. El eslabón entre los centroamericanos y el exilio de Miami fue, según el periódico, un experto en explosivos y veterano de la guerra secreta contra Castro. Se trata de Luis Posada Carriles, un cubano de más de 60 años que se fugó de una cárcel en Venezuela donde cumplía condena por su participación en la voladura de un avión de Cubana de Aviación el 6 de octubre de 1976. En ese atentado murieron 76 personas. Los exiliados cubanos recaudaron unos 15.000 dólares y se los entregaron a Posada Carriles, según la publicación de Miami, que ha sido febrilmente criticada por varios comentaristas radiales de esa ciudad, quienes consideran que los periodistas están haciendo un trabajo que le corresponde al gobierno de Cuba. Además de la decepción que produce el ser testigos o protagonistas durante 37 años de una guerra inocua fraguada en los cuarteles generales de la CIA y en los centros de dominó de la Pequeña Habana en la Florida, los cubanos de Miami han visto que la política de Estados Unidos hacia la isla, si es que la hay, no ha producido ningún cambio. Ellos saben que lo que ha quedado de los atentados con plumas fuentes a Castro en los años 60 hasta la última incursión del bote de veteranos arrestados en Puerto Rico no es más que un álbum de vergüenzas internacionales con un solo efecto comprobable, y es que esas acciones lo único que han logrado es reencauchar involuntariamente una imagen para muchos decrépita como la de Castro. Para quienes aspiran a que se produzca un cambio la muerte de Mas Canosa es un buen pretexto. No habían terminado de velar al prócer, como muchos le decían, cuando el diario The New York Times salió el martes con un editorial que proponía al gobierno de Estados Unidos cambiar la política hacia Cuba, suavizando el embargo de alimentos y medicinas. "Pasemos la página de Cuba, pedía el editorialista... Washington puede luchar más efectivamente abandonando concepciones que han fracasado para doblegar a Fidel Castro". La propuesta del influyente periódico pecó de candidez, según los analistas, puesto que supone que el obstáculo para esos cambios era Mas Canosa cuando en el Congreso de Estados Unidos hay todavía otros radicales que hablarán en nombre del líder fallecido en su casa de Coral Gables. Pero no hay duda de que el deceso del dirigente pasa una página en la dramática historia contemporánea de la mayor de las Antillas.