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MAJOR Y SU CRUZ

La libra esterlina, la Comunidad Europea, y el cierre de las minas de carbón forman el calvario del Primer Ministro británico.

23 de noviembre de 1992

ESTOS SON DIAS DIFICILES para John Major. Sus problemas, como la de muchos líderes europeos, provienen de la economía. Una economía que tiene en dificultades la ratificación del tratado de la Comunidad Europea y que produjo, por otra parte, un desafortunado anuncio de cierre de minas de carbón. Todo ello sumado, la popularidad del Primer Ministro británico llegó la semana anterior a su punto más bajo. Las últimas encuestas indican que la "rata de aprobación " está en menos 27 por ciento, o sea que Major anda en rojo.
Latente desde meses atrás, la crisis se desató en septiembre cuando los ataques de los especuladores obligaron a la libra esterlina a salir del sistema monetario europeo. Eso puso en evidencia la dolorosa realidad de que la economía británica, podría estar mal preparada para el paso histórico, de Maastricht, que conduce a la adopción de una moneda única.
Eso parece evidente si se tiene en cuenta que en este año salieron de circulación 47.000 compañías, lo que significa un incremento del 46 por ciento frente al año anterior. El desempleo se comporta de manera análoga, y para la muestra, en un solo día de octubre se reportó la pérdida de 3.600 puestos de trabajo. La tesorería ha admitido que la recesión continuada, que reduce los ingresos fiscales, y el aumento del desempleo, que aumenta los costos de seguridad social, aumentarán la deuda pública. En esas condiciones disminuir las tasas de interés, como pide la industria, se volvió un ejercicio peligroso que Major decidió practicar la semana pasada, con resultados aún inciertos.
Lo peor es que Major tiene dificultades para mantener el apoyo de la bancada parlamentaria conservadora. La Conferencia Anual del partido a principios de octubre fue un concierto de abucheos para Major y su tesorero Norman Lamont. Pero en ese instante el tema era la ratificación del tratado de Maastricht sobre la Comunidad. Si bien los temores del partido parecieron quedar apaciguadostras la reunión de la CE en Birmingham, aún faltaba lo peor.
A comienzos de la semana pasada el gobierno anunció el cierre de 31 minas de carbón estatales con el objetivo declarado de detener las pérdidas de una industria deficitaria y, eventualmente, de venderlas a inversionistas privados. Si se miran las cifras, el argumento del gobierno era sólido, pues su carbón es caro por ser explotado en minas subterráneas, carece de demanda doméstica por la adopción del gas natural y para la exportación es poco atractivo, pues es muy contaminante. Pero la industria carbonífera fue el pilar de la Revolución Industrial y está en el corazón de los británicos. La reacción popular fue sólo comparable con la del partido de gobierno, muchos de cuyos representantes anunciaron que votarían contra la iniciativa.
Major no tuvo otra alternativa que modificar el proyecto para cerrar sólo 10 minas y poner en observación las demás, con el compromiso de destinar grandes sumas a la readaptación social y de que las próximas, de ser necesario, sólo serán cerradas paulatinamente. Pero el mal estaba hecho. Por una parte, los británicos se convencieron de que tienen el premier más inconsistente desde Chamberlain, y la imagen de Major quedó dañada, tal vez irremediablemente. Pero por otro lado, los sindicatos mineros, que en 1972 tumbaron a Edward Heath y en los 80 fueron derrotados por la Thatcher, obtuvieron gratis la oportunidad de reverdecer sus laureles. El tabloide The Sun resumió la semana anterior la situación cuando dijo: "Cuando un Primer Ministro es menos popular que Arthur Scargill (el presidente del sindicato de mineros), es hora de irse".