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MARCHA ATRAS?

A pesar del resultado de las elecciones en Alemania Oriental, la reunificación inmediata del país parece descartada.

23 de abril de 1990

Si algo aprendieron los estealemanes después de las primeras elecciones libres celebradas en 40 años de existencia de su país, es que a los políticos no siempre hay que creerles todo lo que dicen. Poco acostumbrados al libre juego de las urnas, los nuevos electores votaron masivamente a favor de la coalición encabezada por los demócratas cristianos, en la creencia de que con ello se aceleraría el proceso de unificación de Alemania. Pero una semana después, era claro que todo había sido vana ilusión.

El gran responsable de la decepción de miles de alemanes resultó ser Helmut Kohl, canciller de la República Federal y patrocinador de la alianza triunfadora en la otra Alemania. Todos los observadores coincidieron en señalar que Kohl no sólo había sido el artífice de las elecciones, sino el gran triunfador. Al fin y al cabo, el canciller apoyó con todo su peso político a los democristianos e incluso participó en seis manifestaciones multitudinarias. Como si ello fuera poco logró que el tímido líder democristiano Lothar de Maiziere gestionara una alianza con la Unión Social (de derecha) y con Despertar Democrático, todo ello con el cebo de la rápida integración alemana. Para culminar su esfuerzo, Kohl no tuvo reparos a la hora de financiar una campaña proselitista al estilo occidental.

Por eso, cuando se conocieron los resultados, no hubo dudas sobre quién había sido el gran ganador. La Alianza por Alemania (nombre que agrupaba a la coalición descrita), obtuvo 193 de los 400 escaños. Los socialdemócratas de Ibrahim Bohme, fuertes favoritos, lograron un magro paquete de 65 puestos. Y el Partido para el Socialismo Democrático, sucesor de los comunistas, tuvo un resultado sorprendentemente alto al conseguir el tercer lugar con 65 diputados.

Sin embargo, como dijo un comentarista, Kohl parece haberse asustada con el monstruo que él mismo contribuyó a crear. A pesar de que los estealemanes dieron un claro mandato en dirección a la unidad, no bien se conocieron los resultados, el canciller federal comenzó a dar pie atrás. En una rueda de prensa concedida un dia después de los comicios orientales, el, canciller dijo en Bonn que no creía que la unificación pudiera llevarse a cabo en este año. Más tarde, en similares circunstancias pero en Constanza, Kohl dijo que considera que la Alemania unida se materializaria junto con el sueño del mercado interno europeo, esto es, en 1992.

Para completar la confusión existente a estas alturas en la RDA, el gobierno de Kohl anunció la eliminación de los privilegios que recibían los inmigrantes provenientes de ese lado de la frontera. Precisamente Oskar Lafontaine había abogado por esa eliminación, como medio para evitar que los ciudadanos de la parte oriental continuaran su éxodo, que hasta la semana pasada seguía produciéndose a una rata de cerca de 2.000 diarios.

Sin considerar los costos políticos que puedan estar en juego, lo cierto es que la nueva actitud oficial del gobierno de Bonn acerca de la reunificación del país, parece el resultado de un examen más detallado de las enormes dificultades que envuelve un proyecto de esas dimensiones.

La visión eufórica de una gran patria alemana ha dado paso a la preocupación por los enormes costos del proceso, no sólo en términos monetarios sino de esfuerzos administrativos. Aún dentro del esquema de anexamiento automático previsto por la constitucion federal, los expertos se toman la cabeza cada vez que tratan de sumergirse en el mar de trámites y negociaciones requeridas para uniformizar diferentes sistemas legales, médicos, laborales, tributarios y hasta las normas de tráfico. Además ha surgido en Alemania Oriental la preocupación de ciertos sectores de la sociedad que son especialmente sensibles a las modificaciones en los regímenes de pensiones, privilegios sociales y laborales y que temen que la fusión con el Oeste podría perjudicar.

En Alemania Federal la preocupación se centra en el peso enorme de recibir una tierra de factorías obsoletas, inmuebles en pésimo estado y altísimos costos sociales. La mayoría de los germano-occidentales teme que en el futuro deban pagar más impuestos y recibir menores beneficios sociales a cambio del privilegio de competir por los puestos de trabajo con sus hermanos pobres de la RDA.

Pero además, la actitud de Kohl, como viejo zorro de la política, parece haberse basado en parte en los resultados de varias encuestas de opinión en las que los ciudadanos de ambas Alemanias favorecieron la unificación casi unánimemente, pero en forma paulatina. Un sondeo de la televisión oestealemana mostró que el 66% de los encuestados se oponía a la unificación acelerada, y el 75% favorecía la celebración previa de un referéndum. En Alemania Oriental, el 54% de los encuestados estuvo en contra de unificarse a las carreras, mientras más del 90% favorecía la reunificación en general. Y como si ello fuera poco, otros sondeos de opinión llevados a cabo en la República Federal demostraron que sólo el 13% de los ciudadanos federales simpatizan con los inmigrantes, mientras que en la parte oriental el 67% de los encuestados manifestó estar en contra de quienes abandonan a su país.

Entre tanto, el líder de la Democracia Cristiana en Alemania Federal Lothar de Maiziere, intentaba a toda costa lograr una coalición que le permitiera conformar un gobierno capaz de manejar con éxito los difíciles meses que se avecinan. Los primeros invitados a formar parte de su coalición, esto es, los socialdemócratas, se negaron inicialmente con el argumento de que no podían hacer alianzas en las que interviniera el partido Unión Social, una fracción de extrema derecha conducida por el reverendo Hans Wilhelm Ebeling, y que, según algunos, hizo planteamientos racistas durante la campaña. Pero esa negativa inicial pronto fue reemplazada por una actitud más abierta al diálogo.
Ibrahim Bohme justificó ese cambio sorpresivo de posición al afirmar que "se debió fundamentalmente al sentimiento de corresponsabilidad con los problemas que enfrenta el país". Pero muchos analistas locales atribuyeron su gesto al consejo de su mentor occidental Oskar Lafontaine, quien le habría aconsejado no dejar a los democristianos formar un gobierno sin su participación.

Mientras se desenredaba el nudo de las alianzas, el nuevo líder germano oriental esbozaba las cinco prioridades de su gobierno: primero, conseguir un rápido acuerdo con Bonn en cuanto a la adopción de una moneda única; segundo, acelerar el reemplazo de las 15 regiones en que actualmente se divide el territorio, por 5 lander diseñadas a imagen y semejanza de sus vecinas del oeste, para facilitar la futura integración administrativa.

Tercero, avanzar hacia la reunificación en el contexto de una amplia unidad europea (en aparente alusión a la controversia existente entre las potencias, sobre el alineamiento o la neutralidad de la nueva Alemania).
Su cuarta y última prioridad, dijo, sería el respeto y acatamiento de los tratados vigentes, esto es, el mantenimiento a ultranza de las fronteras actuales.

Hay quien dice que el final de las elecciones en la República Democrática fue el comienzo de las de la República Federal. Oskar Lafontaine parece ansioso de cobrarle a Helmut Kohl lo que considera fue una deslealtad para con el pueblo alemán a ambos lados de la frontera. "El ya no puede echarle la culpa por la demora en la reunificación al gobierno de Berlín, porque sus amigos están sentados allí. Al mismo tiempo, le ha prometido a los oestealemanes que no sentirán siquiera el costo de la reunificación. Alli está una contradicción de fondo que aspiro a desenmascarar en noviembre".

Sean o no reales las amenazas de sus adversarios políticos, lo cierto es que para muchos, Kohl pasó en sólo una semana, de gran estadista a politiquero impredecible. Sólo el curso de los acontecimientos demostrará cuál de esas dos definiciones se le ajusta más adecuadamente.-

LIDER POR ACCIDENTE
Las vueltas que da la vida. Si hubiera sido por su voluntad, Lothar de Maiziere sería hoy un tímido y feliz concertista de viola, un instrumento que interpretó en varias orquestas sinfónicas hasta que una enfermedad en su brazo le obligó a retirarse. Pero cuando comenzó a estudiar derecho por correspondencia, este devoto protestante tampoco se imaginaba que, por un azar del destino, se convertiría en el primer y último jefe de Estado libremente elegido en la República Democrática Alemana.

Resulta llamativo el contraste entre los líderes de la democracia cristiana a lado y lado de la frontera que divide a las dos Alemanias. Del lado occidental Helmut Kohl, con su estatura imponente y una personalidad arrolladora, parece el arquetipo del político profesional, toreado en todas las plazas y dueño de una oratoria convincente. Del lado oriental, por el contrario, Lothar de Maiziere deja ver en cada aparición pública su inexperiencia para hablar en público, con frecuentes gestos que ponen en claro su timidez.

Tras cinco meses vertiginosos, en los que el orden existente durante 40 años quedó completamente desvirtuado, los alemanes se han acostumbrado a las sorpresas. Hasta el pasado octubre, la Unión Demócrata Cristiana de la RDA era uno de los partidos títeres que completaban la "coalición" de gobierno dominada por los comunistas. Pero cuando estos comenzaron su desbandada, esos pequeños partidos se apresuraron a abandonar el barco. Como resultado de la purga correspondiente, De Maiziere fue elegido presidente del partido, apoyado por una reputación de honestidad intachable, por su compromiso con la iglesia protestante y por su labor como defensor legal de disidentes. La escogencia resultó inmejorable. El nuevo presidente logró hacer olvidar los vínculos de su partido con el Partido Socialista Unificado (antiguo comunismo) y, lo que es más importante, consiguió que el propio Kohl le adoptara como "partido hijo", a pesar de ese inconveniente, que parecía irremediable.

Pero la política es así, y las elecciones, que consideraban patrimonio de los socialdemócratas, pusieron a este hombre tímido y huidizo al frente de los destinos de su país. De Maiziere nació el 2 de marzo de 1940 en el pueblo de Nordhausen, cerca de lo que hoy es la frontera interalemana. Su familia desciende de hugonotes que tuvieron que abandonar a Francia perseguidos por sus creencias religiosas. Y la religión juega un amplio papel en su vida. Una de sus hermanas es pastora y él mismo es miembro del Sínodo de la Asociación de Iglesias Protestantes de Alemania Oriental y ministro de asuntos religiosos del gobierno saliente de Hans Modrow.-