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La elección de Nicanor Duarte Frutos mantiene la hegemonía del Partido Colorado, que lleva 56 años en el poder.

5 de mayo de 2003

"Si frente a tanta ineficiencia el pueblo sigue votando al Partido Colorado, ¿se imagina usted cómo sería el Partido Colorado si empezáramos a hacer bien las cosas?". La frase, bastante ilustrativa de la situación del Paraguay, no proviene de ningún ciudadano común y corriente, sino del recién elegido presidente Nicanor Duarte Frutos en una entrevista con la BBC. Con su elección se mantiene la hegemonía de un partido que lleva ya 56 años en el poder y que, pese a la crisis en que mantiene sumidos a los paraguayos, continúa imponiendo a sus candidatos. El país que le espera a Duarte, un abogado y ex periodista de 46 años, no presenta un panorama prometedor. Sus problemas son los mismos de sus vecinos, sólo que en Paraguay confluyen de manera perversa casi todos ellos. A la pobreza y a los problemas fiscales se une el desempleo creciente (18 por ciento, oficialmente), el colapso de la banca, el contrabando (70 por ciento de los paraguayos no pagan impuestos por los productos importados), la violencia política y la corrupción en todos los niveles. El año pasado Transparencia Internacional consideró a Paraguay el país más corrupto de América Latina y los índices económicos son los peores desde la Guerra de la Triple Alianza, que lo enfrentó con Argentina, Uruguay y Brasil por una salida al mar entre 1865 y 1870. Los últimos años, pese al regreso de la democracia en 1989, han sido especialmente turbulentos. En 1996 el general Lino Oviedo intentó dar un golpe de Estado y tres años más tarde, en 1999, el vicepresidente Luis María Argaña fue asesinado. Como consecuencia del magnicidio el entonces presidente Raúl Cubas se vio forzado a dejar el poder acusado, junto con Oviedo, de ser el autor intelectual del crimen. Después de aquel sismo político subió al poder el presidente del Senado, Luis González Macchi, quien formó el primer gobierno de coalición desde 1946. El gabinete prometió privatizar empresas del Estado y limitar la influencia del partido gobernante. Sin embargo pocas de las metas se cumplieron y su mandato estuvo marcado por las acusaciones de corrupción, los fallidos intentos para destituirlo y protestas populares por el manejo de la economía. La impopularidad de González Macchi es tal que dejará el cargo con 90 por ciento de opinión negativa y se dice que su "desgobierno" y su política de no confrontación empeoraron la ya de por sí grave situación en que recibió el país. Dentro de ese contexto, y a pesar del continuismo que significa otra administración del Partido Colorado, Nicanor Duarte logró venderse como un candidato del pueblo que llegaba para realizar cambios sustanciales en su partido, como empezar a recomponer desde adentro el desorden administrativo e iniciar un control interno para reducir la corrupción que ha salpicado a los tres últimos gobiernos. Pero más allá de la estrategia electoral que le reportó el 37 por ciento de los votos, lo cierto es que los retos que le esperan a Duarte son inmensos, sobre todo a nivel económico. Desde hace siete años el país no crece ni un punto en su PIB y el año pasado cayó 2,5 por ciento. A Paraguay le urge modernizar su estructura productiva y en sus primeras declaraciones el nuevo mandatario hizo público su deseo de recurrir a préstamos internacionales con el propósito de construir carreteras para poder crear empleos. Pero de nada servirán esas medidas si no están acompañadas de una reforma al Estado y una comprometida lucha contra la corrupción. De lo contrario lo único que conseguirá será endeudar más a un país que ya está al borde del abismo.