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Mientras Bradley Manning, el soldado del Ejército de Estados Unidos que filtró miles de documentos a WikiLeaks, era declarado culpable, miles de personas exigieron su libertad. | Foto: AP

ESTADOS UNIDOS

Más villano que héroe

Bradley Manning, el soldado que entregó las filtraciones a WikiLeaks, pasará el resto de sus días tras las rejas.

3 de agosto de 2013

El martes anterior, pasada la una de la tarde, en Forte Meade, una instalación militar en el estado de Maryland cerca de Washington, la juez encargada, coronel Denise Lind, leyó su decisión tras ocho semanas de juicio.  Entonces quedó claro que el soldado Bradley Manning, que había admitido su culpa ante algunos de los cargos relacionados con más de medio millón de documentos que entregó a WikiLeaks, era culpable de 19 de ellos pero no de haber ayudado al enemigo. 

Eso lo salvó de la pena capital. No obstante, las faltas que le imputó Lind conllevarán para él un castigo de hasta 136 años de prisión. Dicho de otra forma, la cadena perpetua.

El juicio inundó los titulares en Estados Unidos y suscitó reacciones inmediatas. Para los más conservadores, fue un procedimiento judicial ejemplarizante porque sanciona a quien decidió filtrar documentos secretos y puso en riesgo la seguridad de ese país. Para otros, como Julian Assange, fundador de WikiLeaks, fue todo lo contrario.

“Es un precedente peligroso. La primera condena por la Ley de Espionaje contra un soplón, y un acto de extremismo de seguridad nacional”, dijo. Y añadió: “Dar información verdadera al público  no puede ser considerado espionaje”. 

Aunque no tan radical, el diario The New York Times, en su editorial del miércoles 31 titulado ‘Un veredicto mixto sobre Manning’, manifestó que “detrás de la sentencia se encuentra un aparato de seguridad nacional que ha hecho metástasis hasta convertirse en un ejercicio desenfrenado de secretismo y persecución por el gobierno”. 

El periódico destacó que la intención del soldado al sacar a la luz pública tanto detalle no fue otra que “ilustrar el día a día de las guerras que libra Estados Unidos para provocar un debate de política exterior con respecto a Irak y Afganistán”. Y agregó: “Estas no son las palabras de alguien que quiere tumbar el gobierno”.

El debate, pues, es el de siempre. La cuestión es si debe primar la transparencia sobre la seguridad, o viceversa. Pero la cosa está al rojo vivo, como cuando en 1971 los tribunales le dieron la razón a ese mismo diario en un pleito contra el gobierno de Richard Nixon cuando Daniel Ellsberg, que trabajaba en el Departamento de Defensa, le filtró al rotativo los llamados ‘Papeles del Pentágono’ en los que constaba que la Fuerza Aérea bombardeaba en secreto territorio camboyano.

Además, el presidente Barack Obama, pese a presentarse como un demócrata integral, ha dejado en claro que su gobierno no será blando con quienes jueguen con la información confidencial, sobre todo en tiempos de amenaza terrorista, y el caso de Edward Snowden lo demuestra.

Pero como le dijo a SEMANA Héctor Schamis, profesor de Gobierno de la Universidad de Georgetown, “si bien en democracia los actos del gobierno deben ser públicos y transparentes y los ciudadanos tienen derecho a saberlos casi todos, siempre ha habido servicios de inteligencia”. El problema, agrega, es que ahora, “para que los gobernantes guarden secretos, buscan que todo quepa en ese rótulo”. 

¿Quién es exactamente Manning? Nacido el 17 de diciembre de 1987 en Oklahoma, es hijo de un miembro de la Marina que vivió varios años en Gales, Reino Unido, donde conoció a Susan Fox, la madre del soldado. La familia se instaló en el sur de Estados Unidos, pero los padres se divorciaron. Con 13 años, Bradley, débil de físico y de muy baja estatura –no llega al metro sesenta centímetros– se fue con Susan de regreso a Gales. No se acopló. De vuelta en su país, este homosexual declarado y brillante desarrolló un carácter irascible, conoció a ciertos hackers y se metió al Ejército. 

Saltó a la fama, sin embargo, cuando en mayo del 2010 fue detenido en Irak luego de descubrirse que había filtrado unos 700.000 documentos que terminaron en poder de WikiLeaks. Dentro de ese material se encontraban unos 250.000 cables cruzados entre el gobierno de Washington y numerosas embajadas, así como 450.000 informes sobre los combates en Irak y Afganistán. 

Los fiscales le atribuyeron 22 delitos entre los que sobresalían algunas violaciones a la Ley de Espionaje expedida en 1917, el robo a propiedades oficiales y la ayuda al enemigo, falta que se ha agitado poquísimas veces desde la Guerra Civil y que acarrea la pena de muerte. Según los fiscales, este último tipo penal se había configurado porque parte de la información suministrada por el soldado a WikiLeaks había ido a parar a manos de Osama Bin Laden, tal como se supo tras el análisis de los computadores utilizados por el líder de Al Qaeda. 

Ahora que comienza el proceso para la sentencia, el debate sigue candente. Los defensores de la libertad de información se manifiestan en las calles de algunas ciudades, pero todos tienen claro que, sin importar los motivos que llevaron a Manning a hacer lo que hizo, una cosa es segura: nunca lo verán libre por las calles.