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MATRIMONIO SIN AMOR

El gobierno de la Espriella vira hacia Washington y se distancia de Cuba para proteger, aparentemente, el tratado Torrijos-Carter

8 de noviembre de 1982

La visita que realizó el 1o. de octubre el presidente panameño, Ricardo de la Espriella, al presidente Reagan en Washington, ha sido vista como uno de los logros diplomáticos más importantes de los últimos meses del gobierno norteamericano en el área centroamericana. En efecto, el mandatario panameño aseguró ante el jefe de la Casa Blanca, y más tarde ante un grupo de empresarios estadounidenses, que su gobierno "trataría de evitar que en la región centroamericana se generaran situaciones bélicas" y que su administración se mantendría "neutral ante las confrontaciones en curso en Centroamérica". "Preferimos que Panamá sea un foro para la concertación de entendimientos y no una de las partes en confrontación": subrayó de la Espriella.
El mandatario panameño aludía a las tensiones actuales entre Estados Unidos y Nicaragua y al proceso revoluclonario que se desarrolla en El Salvador, Honduras y Guatemala, procesos que han aumentado notablemente la presencia militar y el protagonismo político norteamericano en los tres últimos países. Hasta hace poco, el regimen panameño había asumido consistentemente una actitud de simpatía ante el accionar de los grupos rebeldes del área y de oposición franca a ciertas actuaciones de la diplomacia de Washington, como su apoyo a Inglaterra en el conflicto de las Malvinas. De hecho, el ex presidente Aristides Royo, el 26 de mayo último, había solicitado al presidente Reagan abstenerse de utilizar las bases militares del Canal de Panamá en respaldo al Reino Unido en lucha en el Atlántico Sur.
Sin embargo, desde la forzada remoción del cargo que sufriera el presidente Royo el 30 de julio pasado (ver SEMANA del 10-16 de agosto), la tónica panameña ha venido girando claramente hacia una convergencia política con Washington.
Un hecho que reflejaría la profundidad de esa reorientación lo constituye el encuentro que realizaran altos personeros del gobierno panameño, a mediados de septiembre, con funcionarios de La Habana. En dicha reunion la parte panameña, integrada por el jefe de la Guardia Nacional, Rubén Darío Paredes, por el ministro de Relaciones Exteriores, Juan José Amado, y por el vicepresidente Jorge Illueca, criticó el supuesto "armamentismo de Nicaragua", y mencionó la necesidad de "aliviar las tensiones en América Central", asunto en el que Cuba según ellos, "era un factor decisivo". El dirigente de la Guardia Nacional habría enfatizado, además, ante los cubanos que en materia de defensa nacional "Panamá considera que sus fronteras incluyen a Costa Rica" y que en caso de un ataque armado de Nicaragua a Costa Rica, Panamá defendería a esta última.
Los cubanos, representados por Osmani Cienfuegos, alto dirigente del PC cubano, José Naranjo, ministro de Gobierno de Cuba y Manuel Pineiro, jefe del Departamento de América Latina del PCC, "reaccionaron con comprensión", según Paredes. Sin embargo, la connotación de esa entrevista era clara: un enfriamiento de la tradicional amistad entre los gobiernos de Panamá y Cuba. La justificación que Rubén Dario Paredes dio de ese giro fue la de que había que hacer todos los esfuerzos necesarios para que "los norteamericanos no tengan ninguna excusa para permanecer un día más" en el canal de Panamá después del 31 de diciembre de 1999, fecha en que, según los tratados Carter-Torrijos, los 20.000 soldados norteamericanos deberán salir de la zona del canal.
Pero, evidentemente, las intenciones del hombre fuerte de la Guardia Nacional irían más allá de cumplir con esa precaución. Según admisión del mismo general Paredes, próximamente se verificaran maniobras conjuntas de las fuerzas armadas panameñas y norteamericanas en la provincia occidental panameña de Chiriquí, por donde pasa el oleoducto trans-ístmico, y en las islas Naranjo, en el mar Caribe, frente a la costa atlántica panameña.
Informaciones de prensa en Panamá habían denunciado el 28 de septiembre que Estados Unidos había solicitado nuevas porciones de terreno en Panamá para instalar otras bases militares, en desarrollo de un plan global que incluía el levantamiento de bases en Honduras --la última de las cuales sería una en Comayagua, Hon duras, para sus aviones--, para contrarrestar "la amenaza cubana en la región".
Los sectores socialdemócratas y de izquierda del país han expresado su preocupación por el cambio de actitudes del gobierno. El quincenario "Bayamo", afirmó en estos días que la participación "de Estados Unidos en esa guerra no declarada (en Centroamériea) de hecho va convirtiendo las instalaciones militares, que Panamá aceptó mantener en su territorio por vía de un tratado de neutralidad, en verdaderas rampas de agresión." Estas últimas maniobras panameñas preocupan también a la Internacional Socialista. Tres altos dirigentes de ella, Carlos Andrés Pérez, Felipe González y Daniel Odúber, visitaron a comienzos de agosto al presidente de la Espriella y al general Paredes.
Los éxitos, pues, de Reagan en Panamá son notables. Hace unos días el embajador norteamericano en ese país se jactaba de lo "adecuado" que les había resultado el general Paredes, tras la remoción de Aristides Royo.
Pero si Cuba parece estar perdiendo puntos en Panamá, los está ganando ante el gobierno venezolano. Caracas busca amistarse con Cuba para poder contar con el apoyo cubano para lograr una salida que la favorezca ante el conflicto con Guyana, por el Esequibo. Esta actitud de Venezuela se reflejó cuando puso inclusive en juego sus relaciones con Chile para lograr que la embajada chilena no diera asilo a dos prófugos, Hernán Ricardo y Luis Posada, acusados de ser parte del grupo que voló el avión de Cubana de Aviación sobre Barbados en 1976, quienes se habían evadido de la prisión refugiándose en la embajada chilena en Caracas. La Habana tiene, en estos momentos, una delegación especial en Caracas trabajando hacia un "nuevo diálogo".--