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Mega cumbre

Nueva York presenció la mayor reunión de gobernantes de la historia. ¿Qué quedó de ella?

9 de octubre de 2000

Los habitantes de Nueva York, que viven atribulados por la permanente congestión de su ciudad, sufrieron como nunca la semana pasada las consecuencias de vivir en la ‘capital del mundo’. Ciento cincuenta líderes de otros tantos países que, junto con sus delegaciones, se movilizaban en 170 caravanas y 1.300 carros oficiales, atrajeron un ejército de 2.500 periodistas, mientras un número indeterminado de agentes secretos y por lo menos 6.000 policías uniformados por turno cuidaban que todo saliera a pedir de boca, sobre todo ante las 90 protestas anunciadas por parte de miles de personas dispuestas a manifestarse por razones particulares, como la presencia del líder chino o por los temas multilaterales como la globalización.

Semejante maremágnum fue el efecto de la Cumbre del Milenio, la mayor reunión de gobernantes jamás realizada en el mundo. Un evento que fue el clímax de dos semanas caóticas que comenzaron con una reunión de líderes de todas las denominaciones religiosas del mundo, otra de presidentes de los parlamentos y una tercera de dirigentes de las Organizaciones No Gubernamentales del planeta.

Como se le mirara, la cumbre podía ser considerada la mayor oportunidad para igualar las preocupaciones de los poderosos con las de los débiles o la demostración de que éstos jamás tendrán el mismo peso específico que aquéllos. Sea como fuere, la parte anecdótica refiere que después del discurso de inauguración del presidente norteamericano Bill Clinton habló el presidente de Guinea Ecuatorial. Y que después de Vladimir Putin, presidente de Rusia, le correspondió el turno al líder de las Islas Maldivas.

La Cumbre del Milenio fue convocada el 17 de diciembre de 1998 por la Asamblea General para que examinara, de manera general, el “papel de la Organización de Naciones Unidas en el siglo XXI”. Y también sirvió para la presentación de las conclusiones de dos logros del secretario general Kofi Annan: el Foro del Milenio, en el que se reunieron los estamentos gubernamentales con la sociedad civil, representada por ONG, sindicatos, organizaciones empresariales, juveniles y religiosas, entre otras, y el Acuerdo Mundial, en el que más de 50 grandes corporaciones transnacionales se reunieron con representantes de las organizaciones gremiales, ambientalistas y de derechos humanos.

Los principales objetivos anunciados por Annan fueron igualmente altisonantes: reducir la pobreza a la mitad en 2015, ampliar la cobertura de los sistemas educativos para abarcar a toda la población, detener para el mismo año el avance del sida, extremar la protección de los ecosistemas ambientales y fortalecer a la ONU. Todo dentro de un sistema de trabajo en cuatro grandes mesas redondas y con las intervenciones oficiales de los gobernantes reducidas a cinco minutos.

En medio de la multitud de jefes de Estado y de gobierno dos cosas quedaron claras: que el tema de mayor preocupación fue la validez del esquema de globalización que rige el comienzo del siglo XXI, y, en una gran paradoja, que la Cumbre del Milenio mostró que muchos países prefieren los contactos particulares en busca de soluciones a problemas puntuales, al gran foro multilateral.

De hecho, la semana anterior a la cumbre se caracterizó por reuniones ajenas a la dinámica de la misma. El presidente ruso visitó Japón para tratar, entre otras cosas, la disputa por la soberanía de las islas Kuriles. El ministro de Relaciones Exteriores de Israel visitó al presidente egipcio Hosni Mubarak, 14 líderes africanos se reunieron en Libia, los líderes latinoamericanos se reunieron en Brasil a instancias del presidente Fernando Henrique Cardoso y el canciller yugoslavo visitó La Habana. Lo cual tiene sendas implicaciones: Putin advirtió que no está en plan de devolver las Kuriles, no importa lo que diga la ONU. Mubarak quiere promover su propio plan de paz en Israel, el líder libio Muhammar Gaddafi (quien no asistió a Nueva York) tiene su propio proyecto regional, los presidentes suramericanos quieren su propia aproximación al problema de la guerra contra las drogas y el Plan Colombia y los yugoslavos quieren romper su aislamiento aprovechando el gusto de Fidel Castro por hacer rabiar a Washington.

A la sombra del tema de la paz en el Medio Oriente, un asunto promocionado como el más importante de la cumbre por el interés del presidente Bill Clinton por dejarlo resuelto como legado de su gobierno, todos los presidentes hicieron su tarea. Andrés Pastrana buscó el apoyo del resto del mundo al esfuerzo bélico de Colombia en el tema de las drogas y adelantó algo en relación con la candidatura colombiana al Consejo de Seguridad (ver recuadro). Vladimir Putin rechazó el programa misilístico norteamericano. Fidel Castro fustigó, por enésima vez, las desigualdades y la preeminencia imperialista de los norteamericanos. El británico Tony Blair hizo, como tantas veces, de escudero de Clinton. Y, así, todos en su papel.

Y como era de esperarse, la reunión fue también objeto de protestas contra temas como la creación de una fuerza permanente de paz al mando de un Consejo de Seguridad a punto de ser ampliado. Y la globalización, el gran tema subyacente de la cumbre, también sufrió los embates de quienes la consideran el principio del fin de la identidad y la soberanía nacionales. Annan resumió las esperanzas acerca de un tema tan debatible cuando dijo que “ha sido argumentado que hablar contra la globalización es como ir contra la ley de la gravedad. Pero eso no significa que tengamos que aceptar una ley que permite sólo sobrevivir a los pesos pesados. Al contrario, debemos convertir la globalización en el motor que saque a las gentes de la miseria, no una fuerza que las mantenga abajo”. La historia tiene la palabra.