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En Michoacán, miles de civiles se alzaron en armas contra los abusos de los carteles. Aunque en un principio el gobierno los toleró, el monstruo se le salió de las manos y esta semana mandó 2.500 soldados al estado. | Foto: AFP

MÉXICO

Estos son los ‘paras’ de México

El estado de Michoacán está fuera de control. ¿Cómo se llegó a esta situación?

18 de enero de 2014

El año pasado, el precio de los limones en Ciudad de México pasó de ocho pesos el kilo a 40. El hecho de que este producto tan necesario para la comida, pero en especial para acompañar al tequila, tuviera tal disparada generó todo tipo de explicaciones que iban desde el alto costo de la gasolina o el cambio climático, hasta la avaricia de los agricultores o el TLC con Estados Unidos. Lo que pocos se imaginaron es que detrás del alza estuvieran los narcos y mucho menos que este cítrico fuera a desatar casi una guerra civil en el estado de Michoacán.

Hoy se sabe la realidad. Desde hace unos años el cartel de los Caballeros Templarios logró someter al estado y a los habitantes de Michoacán. No se contentaron con controlar solo el tráfico de las drogas sino que sometieron a todos comerciantes, ganaderos, cultivadores y transporadores a una extorsión sistemática que llenó sus arcas y provocó una colosal inflación. Nadie se salvó de las garras de la banda. El territorio abandonado, repleto de violencia y frustración estalló con una rebelión abierta de civiles armados contra los narcotraficantes. La semana pasada la situación se salió de madre y el presidente Enrique Peña Nieto militarizó el estado. Una situación que puso al descubierto el creciente virus de las autodefensas en México.

Nunca ha sido fácil vivir en Michoacán. Tierra accidentada, que conecta la costa Pacífica y la Sierra Madre, lleva más de dos décadas sometida por la violencia. Según un informe de la revista Reporte Índigo, en solo 17 de sus 113 municipios hay un control pleno de las autoridades, el estado tiene más de 7.000 huérfanos por la guerra y 3.000 desaparecidos. Sus cultivos de marihuana, sus laboratorios de metanfetamina y sus salidas al mar han sido el botín de Los Zetas, La Familia Michoacana y desde hace un par de años de los Caballeros Templarios, un cartel que mezcla cocaína, descuartizamientos y mística religiosa. Tanto, que tiene un estricto manual del “buen sicario” que promete “no ser brutal, no emborracharse en forma ofensiva, no abusar de la inocencia de mujeres castas y menores de edad, utilizando el engaño o el poder para seducirlas”.

Sin embargo, en su actuar diario, los Templarios mostraron poco de señorito medieval. “Cooptaron poco a poco gobiernos locales y Policías municipales, presionando a los alcaldes y haciendo que las Policías trabajaran para ellos. Después, avanzaron en su control de las localidades y pidieron un porcentaje de los presupuestos de obras públicas para ellos y sus ‘empresas’. Las siguientes víctimas de los ‘impuestos’ fueron los agricultores de aguacate y limón. Allí la gente empezó a desesperarse y se rebelaron”, le dijo a SEMANA Raúl Benítez Manaut, profesor e investigador de la Unam y experto en seguridad.

Hace un año las primeras autodefensas surgieron. Como le dijo a SEMANA el médico y líder de las autodefensas michoacanas José Manuel Mireles, en una entrevista realizada hace unos meses, “cansados de los abusos, violaciones, ejecuciones, secuestros, extorsiones y de que ejecuten a las personas que denuncian, nos armamos para defendernos porque el gobierno dice que no pasa nada”.

A pesar de la presencia de miles de soldados y policías en el estado, el gobierno cerró los ojos, con la famosa máxima: ‘El enemigo de mi enemigo es mi amigo’ como estrategia. Los grupos de civiles armados se regaron por Michoacán y en agosto las autodefensas ya se habían tomado cinco municipios. “Desde que comenzaron a conquistar territorios, contaron con el apoyo de empresarios, ganaderos, comerciantes, campesinos. Las fuerzas armadas conocían la situación, pero prefirieron no reprimirlos. Después de todo, han pasado varias décadas en los que los combates del Ejército contra el narcotráfico no han rendido frutos”, le dijo a esta revista Salvador Maldonado, del Centro de Estudios Antropológicos del Colegio de Michoacán.

Pero a principios de este año las autodefensas pasaron a la ofensiva y llevaron a Michoacán al borde de la guerra civil. El 5 de enero se tomaron Parácuaro, un pueblo de casi 4.000 habitantes; el 12 entraron a Nueva Italia, de 30.000 habitantes y ese mismo día cientos de civiles armados con escopetas, rifles, pistolas y fusiles AK-47 rodearon Apatzingán, una ciudad de más de 120.000 personas, considerada el feudo de los Caballeros.

El monstruo que Peña Nieto había dejado crecer se salió de control. Para frenar este desmadre, al Estado no lo quedó otra opción que mandar una armada de varios Hércules repletos de hombres y pertrechos, decenas de helicópteros Bell 206 y Black Hawk, un escuadrón de avionetas artilladas, pesados camiones de transporte de tropas Mercedes Benz, tanquetas con ametralladores calibre 50 en la torreta, vehículos antimotines, camionetas Hummer blindadas y 2.500 uniformados, entre policías federales, soldados, infantes de marina y fuerzas especiales.

Pero las autodefensas, en vez de plegarse a la fuerza de las autoridades federales, rechazaron entregar sus armas y se enfrentaron a tiros con los soldados en varios retenes. Muchos alcanzaron a creer que Michoacán se convertiría en una pequeña Siria, una guerra civil entre narcotraficantes, autodefensas y militares; todo un tenebroso cartel de lucha libre, en la modalidad todos contra todos. El gobierno logró rectificar a tiempo y entabló un diálogo con las policías comunitarias, que prometieron coordinar su ofensiva con el Ejército hasta acabar con los Caballeros Templarios.

Para Maldonado, “es importante comprender los límites del debate sobre si deben desarmarse o no. Este no es el problema, sino la voluntad y capacidad que tiene el Estado para combatir el narcotráfico”. Pues el miedo es que en cuanto los militares declaren misión cumplida, los carteles reconquistarán Michoacán a sangre y fuego.

Michoacán es el primer escollo importante en seguridad de Peña Nieto en el año que lleva instalado en el palacio presidencial de Los Pinos. Mientras su predecesor Felipe Calderón convirtió la guerra contra el narco en la guía de su sexenio y difundía los operativos policiales en horario triple A, Peña Nieto optó por rebajarle el tono al discurso violento para proyectar un gobierno de reformas, de crecimiento y de renacer. Pero inevitablemente la violencia lo alcanzó y las críticas han llovido, pues se está dando cuenta de que, a pesar de sus promesas, no puede desmilitarizar el país y que la guerra contra el narco no se acaba con un simple cambio de agenda.

Lo peor es que la crisis de Michoacán puede ser apenas un embrión, pues las autodefensas se están regando por todo México y ya tienen presencia en por lo menos 13 estados y cuentan con más de 9.000 hombres en sus filas (ver mapa). Una encuesta realizada la semana pasada mostró que el 60 por ciento de los mexicanos apoya las autodefensas, mientras que en el D.F. un grupo de jóvenes salió a las calles a respaldar el movimiento civil armado. No en vano, el doctor Mireles le dijo a SEMANA que “estamos bien dispuestos a hacer un movimiento insurgente nacional en contra de todo lo que está pasando, porque si el gobierno no pone la situación, nosotros la ponemos. Viene la revolución para México”.

Colombia conoce demasiado bien lo que pasa cuando un grupo de civiles en armas promete la “regeneración de la patria”. Las Autodefensas Unidas de Colombia asesinaron a miles de personas, desplazaron a millones y terminaron siendo poderosos carteles del narcotráfico. Aunque nunca es justo trazar paralelos entre países (ver recuadro), México tiene que cuidarse, pues las autodefensas tienen un terreno abonado para crecer. Y meterle más fuego al fuego solo alimenta el incendio.


¿Cómo las AUC?
Qué tan parecidas son las autodefensas mexicanas y las colombianas

En Colombia, los paramilitares surgieron a finales de los años ochenta como una combinación de hastío frente a los abusos de las Farc, la complicidad y abandono del Estado, la guerra sucia contra la izquierda, los intereses de los terratenientes y como brazos armados de carteles.

México comparte con Colombia el abandono de ciertas regiones, una degradación de la seguridad, la complicidad de militares y la presencia de grandes carteles. Pero hasta ahí va el paralelo. Pues en Michoacán, Guerrero y otros estados la reacción es contra los narcos y aún no se vislumbra, como con las AUC, una estrategia de robo de tierras, de captación política y de lucha por el tráfico de drogas. 

Como le explicó a SEMANA Raúl Benítez, especialista en seguridad de la Unam, “son situaciones totalmente diferentes. En México no hay ni ha habido nada parecido a las Farc. Hay que agregar que los paramilitares colombianos tuvieron financiamiento, organización y elementos constitutivos ligados a intereses de ganaderos y terratenientes; que el Estado colombiano perdió el control de territorios rurales durante muchísimo tiempo. Además la estructura y composición de los grupos criminales es diferente entre los dos países, por lo que trazar comparaciones en este caso no ayuda ni al análisis, ni al trazado de estrategias de solución al problema michoacano”. A fin de cuentas, los paras colombianos se parecen más a los Zetas o a los Templarios que a las autodefensas mexicanas.

“Solo tratamos de vivir en un país libre y en paz”
Arturo Román, uno de los coordinadores de la policía comunitaria de Tepalcatepec, uno de los grupos de autodefensas más importantes de Michoacán, le explicó a SEMANA las causas de su rebelión.

“Acá los Caballeros Templarios nos estaban jodiendo, le quitaban un porcentaje del trabajo de uno, nos robaban, nos levantaban a cualquiera, nos mataban, nos secuestraban; las mujeres se las llevaban, a estas personas les dábamos el pan de nuestros hijos. Todos estábamos cansados. Yo soy transportista, nos juntamos con ganaderos, limoneros, comerciantes, nos armamos. Hay gente que nos apoya con comida, otros con material. La misma comunidad nos ayuda, mucha gente nos habla, nos dice donde andan los Templarios, quieren que los ayudemos, somos nativos de los municipios, la misma gente de aquí sabe dónde viven, dónde se esconden. No peleamos por robar, peleamos por una libertad.

Las armas que tenemos, rifles, escopetas, pistolas, AK-47, todo eso se lo quitamos a ellos, las camionetas también. Ahora en la comunidad somos 3.500 autodefensas, tenemos siete u ocho municipios, y en el resto de Michoacán hay miles, con ellos tenemos coordinación.

Tenemos a los Templarios arrinconados en una sierra, el gobierno nos dejó solos contra ellos, ahora tienen que ir por ellos. Yo no digo que las autodefensas se van a acabar, pero vamos a tapar las armas, las vamos a tener ahí, por si pasa algo. Vamos a coordinar con el Ejército, a mandar gente que esté en conjunto con los militares para acabar con los Caballeros, pues sin nosotros, sin la comunidad, no pueden hacer nada.

La política no entra en nuestro movimiento, no nos metemos en eso, solo combatimos a los Caballeros. No estamos tampoco con ningún cartel, ni el de Sinaloa, ni Jalisco, ni los Zetas ni nada, ninguno. Esperemos que las cosas vayan a mejorar, nos dicen que somos paramilitares, solo nos estamos defendiendo del crimen, dijimos ya basta. El mensaje es de paz y la solución es atrapar a los narcos, solo tratamos de vivir en un país libre y en paz, tener un futuro para nuestros hijos”.