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¿Misión imposible?

Entre las hostilidades de israelíes y palestinos, Clinton aún confía en sacar adelante su plan de paz en Medio Oriente.

5 de febrero de 2001

Una vez más el conflicto entre israelíes y palestinos ha entrado en una fase crítica. Lo lleva haciendo reiteradamente desde 1947, cuando Naciones Unidas decidió la partición de Palestina en dos estados, uno árabe y otro judío, con el fin de satisfacer las demandas del pueblo hebreo, que venía luchando por el retorno a la tierra prometida desde tiempos ancestrales. A partir de ahí, y tras la proclamación unilateral de Israel como país independiente, la primera guerra entre árabes e israelíes (1948) marcó el inicio de una secuencia bélica que, con sus altibajos, se mantiene hasta el día de hoy. Con la ayuda militar y financiera de Estados Unidos, que buscaba afianzar a su único aliado en la zona, Israel salió victorioso de aquella contienda, lo que le permitió iniciar su expansión territorial. Como consecuencia, cientos de miles de palestinos abandonaron sus hogares durante el conflicto o salieron de sus tierras hostigados por los destacamentos israelíes para desperdigarse por Jordania, Líbano y Siria. Aquellos refugiados palestinos, con sus descendientes, se acercan hoy a los cuatro millones de personas. Y su destino final se ha convertido, junto a la administración compartida de la mítica Jerusalén, en la asignatura pendiente de las sucesivas negociaciones entre las partes involucradas. La Autoridad Nacional Palestina (ANP), encabezada por Yasser Arafat, no renuncia a una de sus banderas históricas, como es el regreso a los territorios autónomos de Gaza y Cisjordania de los compatriotas que continúan desplazados; y los israelíes no aceptan un retorno masivo que les complicaría la vida, política y socialmente. Convertido en la manzana de la discordia, el problema de los refugiados palestinos ha sido convenientemente rasurado en el plan de paz propuesto por el presidente Bill Clinton, quien trata de amarrar un acuerdo, aunque sea de mínimos, antes de abandonar la Casa Blanca. Misión difícil tras los múltiples fracasos diplomáticos y otros tantos pactos incumplidos, amén de las cumbres suspendidas a última hora. Perspectivas, pues, poco halagüeñas, ya que tanto el primer ministro israelí Ehud Barak como Arafat tienen que responder de algún modo a las demandas más radicales de sus respectivas comunidades. Además, para las elecciones de Israel en febrero hay una clara ventaja del candidato del Likud, Ariel Sharon, lo que dificulta todavía más las gestiones del laborista Barak, quien pretende renovar su liderazgo. La difícil relación con los árabes determina de muchas maneras la política nacional de Israel hasta tal punto que en los últimos 10 años ni uno solo de sus cinco primeros ministros (Shamir, Peres, Rabin, que fue asesinado, Netanyahu y Barak) ha podido culminar su mandato de tanto tomarle el pulso a las negociaciones de paz. En Gaza y Cisjordania, territorios que equivalen al 20 por ciento de la Palestina histórica y donde se asientan parte del pueblo palestino y su máxima autoridad desde la declaración de autonomía en 1993, ocurre algo similar. Los grupos radicales islámicos, Hamas y Yihad, recurren frecuentemente a la violencia para reclamar sus pretensiones, mientras que la ANP de Arafat se siente cada vez más cómoda en la mesa de negociaciones que promoviendo la ‘intifada’ (levantamiento popular). Las provocaciones de uno y otro bando, desde las represalias militares hasta los atentados terroristas, han sido siempre eficaces interruptores del proceso de normalización que ocupa a los dirigentes más moderados. Por ende, cualquier plan de paz que no contenga una solución para los refugiados palestinos, así como un reparto más equilibrado de Jerusalén, que las dos culturas consideran como ciudad santa, está condenado a la precariedad. Para los judíos Jerusalén es “la capital única e indivisible de Israel” y tampoco en el tema de los desplazados pueden ser generosos pues la mitad de su población lo interpreta como “una concesión dolorosa”, cuando no como una rendición frente al enemigo. A su vez, los palestinos se resisten a firmar cualquier acuerdo que hipoteque su futura existencia como Estado y deje al margen de sus aspiraciones nacionales a millones de compatriotas. Para los palestinos de la ANP la convivencia pacífica con los israelíes pasa por la consolidación de su independencia. Con el 80 por ciento de su actividad industrial paralizada por las últimas revueltas, que han cobrado más de 300 muertos, con un desempleo generalizado y con un tercio de su población sumido en la pobreza los palestinos tienen casi todo por ganar. Cincuenta años después de que los judíos la encontraran, el pueblo de Arafat busca todavía su tierra prometida en un país que tiempo atrás les llegó a pertenecer por completo.